Con testimonios de campesinos, médicos, políticos, adolescentes mutilados, víctimas de balas perdidas, desaparecidos, Medellín muestra la guerra que le tocó a todos. “Los Espejos de la Memoria” muestra los perfiles de víctimas de la violencia en esa ciudad.
Medellín ha sido una de las ciudades más golpeadas por la violencia en el país. |
Más 617 mil desplazados, 5.000 secuestrados, 2.846 homicidios en 2009, de desaparecidos. La violencia ha apaleado a Antioquia y a su capital, Medellín, como en ninguna otra parte del país. Cifras que se vuelven rostros con el proyecto “Los Espejos de la Memoria”, una serie de perfiles de campesinos desplazados de pueblitos antioqueños, de madres que no pierdan la esperanza de encontrar a sus hijos desaparecidos, de un joven que trata de vivir a pesar de haber perdido una pierna en un campo minado o de parejas que recuerdan a una hija asesinada por una bala perdida.
Esta iniciativa, del Programa de atención a víctimas del conflicto armado, de la Alcaldía, muestra más de veinte testimonios, que junto a fotos, videos y objetos se pasean por los barrios de Medellín en el Túnel de la Memoria, un museo itinerante de la violencia.
Es la columna vertebral de la Casa de la Memoria, un museo que buscará preservar la memoria de los años duros de la violencia en Medellín. Ubicada en el Parque Bicentenario, en el barrio Boston de la Comuna 10, va a costar más de 17 mil millones de pesos y se prevé que sea inaugurado a finales de 2011.
VerdadAbierta.com seleccionó cinco relatos: una madre, un médico, un niño, una abuela campesina, la madre de tres víctimas, la esposa de un ex ministro, que dejan en evidencia que la guerra están a la vuelta de cualquier esquina.
Vea más videos de víctimas de la guerra en Medellín.
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A llevar del Bulto – Isabel Giraldo, campesina desplazada
“Vivíamos en el Rayo, en Tarazá, teníamos una buena vivienda, cultivábamos. Vivíamos al lado del río Rayo, cuando queríamos, pescábamos, teníamos cultivos y trabajábamos en las minas. Nuestra casa era inmensa, vivía con mi mamá, mi papá, el esposo, los hijos, la cuñada…
La decisión de venir a Medellín fue muy fácil, fuimos desplazados de allá.
La casa la invadieron los soldados del Ejército, colgaron hamacas por todo lados, nos espiaban cuando íbamos al baño. Esa noche estábamos tranquilos, oímos un tiroteo por encima del techo, ahí mismo salimos, las balas nos pasaron al lado. En campitos donde no cabíamos nos metimos. También la guerrilla botó bombas.
Empeñamos una máquina de coser, y nos fuimos como cuatro meses a Andes. Después nos vinimos a Medellín a sufrir, a llevar del bulto.
Cuando llegamos a Medellín mi marido se quedó en Andes. Mi papá y mi mamá vivían en el barrio Castilla, nos tocó de arrimados. Salimos de allá, no teníamos con qué pagar arriendo, nos fuimos a Santo Domingo, vivimos cuatro años allá, pero nos tocó irnos por la violencia.
Nos fuimos a una invasión en Altos de Oriente, en la vía a Guarne. Sembramos frisoles, maíz, alverjas, teníamos gallinas, marranera, mucha cosita, sacábamos para vender. Al final, el desalojo acabó con todo lo que teníamos.
A las seis de la mañana, cuando amanecía, había máquinas tumbando las casas, quemando todo. Llegaron a la casa, se pusieron a bolear hacha, el niño estaba traumatizado.
Ha sido traumático, en el campo en vez de comprar, hay qué vender. Acá ni empleo, ni qué comer, nos toca irnos a la minorista a recoger de la caneca la comida que ya botaron”.
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La ventana – Adolfo Betancur, médico
“Soy médico cirujano, especializado en administración pública, trabajo en MetroSalud en Medellín, soy casado, tengo dos hijos. Hace más de 20 años vivimos en el Alcázar, un barrio que queda en el límite de la Comuna 12 y la Comuna 13.
Los grupos armados llegaron y nos vino a salpicar la violencia. Laura en 2002 tenía 20 años, estudiaba Contaduría Pública en la Universidad de Antioquia. En el puente festivo de octubre aprovechamos para salir al Carmen de Viboral. Laura no pudo venir, se quedó a preparar unos exámenes en la casa.
Escuché en las noticias que una patrulla de la Policía fue hostigada en la Comuna 13 y que murió un agente. El apartamento tiene una ventana pequeña, una celosía de 40 centímetros que da a la Comuna 13. Llamó Laura, todo iba bien.
A la media hora una vecina dijo que Laura fue herida con una bala, me fui esa misma mañana a Medellín. Encontramos la ventana quebrada y un impacto en una pared. La llevaron a la Unidad Intermedia de San Javier, el médico me dijo que teníauna hemorragia instantánea. Un disparo de fusil que ingresó por el tórax derecho y que atravesó el cuerpo.
Sé que la bala vino de un enfrentamiento armado, decir que era de un policía o de un miliciano o de un paramilitar, no sé. Es la cuota de dolor que no toca poner, es parte de la vida cotidiana de muchas familias en Medellín y en Colombia. Todos podemos ser víctimas”.
Los Giraldo
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La vereda Río Verde de Los Montes está a dos días de camino de la cabecera municipal de Sonsón y a 12 horas de Argelia. Allí vivió hasta mayo de 2004 la familia Giraldo.
Entre los animales que tenían y lo que producía la finca, les alcanzaba para alimentar a más de quince personas. Hoy los Giraldo viven en San Cristóbal, en una casa de veinte metros cuadrados.
John Giraldo
“Teníamos todo todo por allá, lo único era conseguir sal y aceite. Un día, antes de llegar a la casa, nos topamos con un gentío de las Farc, conversaron con mi papá. A los dos días bajaron y lo llamaron. Volvió y dijo que nos teníamos que ir”.
Salimos a las seis de la mañana, caminamos dos horas y media. Le dije a mi hermano y dos primos, por el calor, que nos fuéramos a bañar mientras esperábamos al resto de la familia, que andaban muy suave.
Yo iba tranquilo, cuando subí el pie, el izquierdo y me reventó. Yo caí de una y no sentía nada, un humero me tapaba todo. Me senté en el hueco que me reventó, me limpié la cara, mi pierna eran tres pedazos”.
Su abuela
“Él vino quemadito, renegrido, esquirlado la espalda. Salieron a las doce del día, les tocó anochecer, al otro día madrugaron y a la una de la tarde lo entregaron a Argelia”.
John Giraldo
“Yo ya iba perdiendo el sentido, una enfermera me dijo quieto Jhon que le voy a quitar el pantalón para hacerle unas cosas”
Por culpa de una mina, John Giraldo perdió su pierna.
“No me molesta para nada, yo estudio, no me aburro por eso, siempre me impide un poquito pero ya me enseñé que no me hace falta. Hay veces que siento el pie, me pongo a pensar que qué se gana uno con aburrirse”.
John hace parte de las 800 víctimas de artefactos explosivos en Antioquia en 2004.
Buscando salidas
Geovany Berrío
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“Él estuvo averiguando para meterse de soldado profesional, no le llegaron los papeles. Un amigo le dijo que se fuera a trabajar con él, como escolta o algo así. Se fue confiado, vio que le iba a ir mejor en otra parte y se fue con esta gente.
Me llamaba cada mes, que le pidiéramos al Señor, porqué estaba en gran peligro. Trabajaba con un grupo paramilitar, en conjunto con el Ejército, yo no me explico cómo era eso. Estaba en el Guaviare, con el Bloque Centauros. Estaba muy aburrido. Yo le decía que se volara, dijo que no podía, porque lo tumbaban.
No me volvió a llamar. A mitad de enero de 2004, un muchacho le comentó a la hija mía que ellos mimos lo asesinaron. En este mes cumple siete años de desaparecido”.
Dúber Berrío
“Nos dijeron en la Terminal de Transportes que estaban bajando los muchachos de los carros, no creo que se haya ido reclutado. Lo busqué en todas las morgues en Chinchiná, Manizales, Santa Rosa.
Estuve averiguando en la Terminal de Transportes si cogió bus. Me dijeron que había mucho retén de paramilitares. No tengo muchas esperanzas. Él se iba a trabajar lejos, pero ese pelado siempre me estaba llamando. Estaba muy apegado a mí. Para mí que él ya no está”.
Marcela Berrío
“Marcelano tenía enemigos, todo el mundo la quería. Nadie podía creer que la habían matado.
Sé que la enredaron. Salían por ahí, creo que él la cogió de informante o algo, sin darle ninguna protección. La hizo matar él, no veo de otra.
Una noche sentí la bulla.
Entraron con mi otro hijo Gustavo, encañonado. Empecé a gritar: ‘Porqué me van a matar a mi muchacho, no nos metemos con nadie’. Estaban las niñas acostadas, las hicieron levantar, con las pistolas.
Estaban preguntando era por Marcela, la empujaron, le pegaron un tiro, cayó y le vaciaron toda la pistola en la cabeza y se fueron sin decir nada.
La sangre hizo una cruz. Yo dije: ‘Dios mío, murió como Jesús Cristo, por los pecados de otros’. Fue tan horrible la muerte de ella, en la casa.
Lo llamé una vez, no tenía celular, se cortó la llamada, me dijo que estaba lejos, en el Caquetá o algo así. Jordán Acuña se llama, estoy segura de que él trabaja con el Ejército. Llamé a un número, me dijeron que no estaba en ese momento, sino que estaba en un operativo.
Nosotros tenemos tres víctimas, estamos solos, no tenemos ayuda de nadie”.
Marta Inés Pérez de Echeverri
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“Mamita: en todo momento siento que yo soy la causa de tus angustias, dolores y soledades; esa percepción que cada día es más de certeza hace que en todo momento, sienta lo que afecta a todos los seres que amo en mi familia”.
Bitácora desde el cautiverio – Gilberto Echeverri Mejía (ex ministro de Defensa, asesinado por las Farc en cautiverio el 5 de mayo de 2003).
“Gilberto no fue a la caminata, estuvo en la misa, porque él decía que ya no estábamos en plan de una caminata por la paz, sino para hacer cosas por la paz. El gobernador lo llamó varias veces, porque era su comisionado de paz y por lo tanto lo necesitaba.
Ahí empezó el drama. Al otro día el gobernador le dijo que lo acompañara hasta el puente de Urrao, él lo acompañó, y ahí fue donde los tomó la guerrilla como rehenes.
Al año siguiente ya empezamos a notar en los videos y las poquitas cartas de Gilberto su estado de ánimo. Pero en ningún momento pensamos que lo iban a matar, en ningún momento.
No sabíamos del rescate. El 5 de mayo estaba en la casa. Llegaron dos amigos de Gilberto y sonó el celular, era José Roberto Arango, el asesor del presidente Uribe. Hablé con el presidente, él fue que me dio la noticia de la muerte de Gilberto.
Eso fue impactante, yo no he sentido un dolor más fuerte que ese.
El fiscal me mandó las cartas que escribió, eran más de 800 páginas, eran unos testimonios tan importantes para los antioqueños, y los colombianos, era un ejemplo para la juventud y la gente que seguía a Gilberto. Cada lectura de cada palabra era una lágrima que se derramaba, pero me dio mucha satisfacción, ver que la vida de Gilberto no pasó en vano.
Me llamaron de la alcaldía que tenían un programa de las víctimas para que escribieran el capítulo de un libro. Empecé a escribir, poner mis sentimientos en una páginas me iba descargando el alma.
Tenemos que tener optimismo, porque si no, es una derrota completa. Vivimos un matrimonio muy bien, con muchas raíces, y eso me da fuerzas para seguir adelante.