El más reciente informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), reconstruye la historia del Quintín Lame, una guerrilla de Cauca que nació como un grupo de autodefensa ante la violencia que sufrió esta comunidad por reclamar tierras.
La historia del Movimiento Armado Quintín Lame es una muestra más de las contradicciones de la guerra y las desigualdades en Colombia. Este grupo se conformó a mediados de los años 80, cuando el gobierno del entonces presidente Belisario Betancur, buscaba un acuerdo de paz con las guerrillas del M19 y del EPL. Y sus integrantes, quienes por tradición cultural promovían la defensa de la vida, tuvieron que tomar las armas para defenderse de la violencia y de la muerte que les cayó encima por las reclamaciones de tierras que hacía su comunidad.
Tras 20 años de estudio, documentación, trabajo de campo y entrevistas con numerosos exintegrantes del Quintín Lame, el investigador Daniel Ricardo Peñaranda logró una detallada radiografía de este grupo armado, la cual será lanzada este 8 de septiembre bajo el título de Guerra propia, guerra ajena: conflictos armados y reconstrucción identitaria en los Andes colombianos.
Como bien sintetiza Gonzalo Sánchez, el director del CNMH, esta investigación cuenta “la historia de ochenta indígenas que tomaron las armas para enfrentarse al Estado que los había abandonado y que además los estigmatizaba; a los terratenientes que a través de mercenarios a sueldo los perseguía y asesinaba por sus intentos de recuperar sus tierras; y, por último, a las guerrillas que intentaban reclutarlos para sus filas, por las buenas o por las malas”.
El investigador toma como punto de partida que antes de que surgiera el Quintín Lame como un grupo armado formal, los indígenas del nororiente de Cauca armaron grupos de autodefensas para protegerse de las agresiones de los terratenientes, puesto que en la década del 70 tomaron la decisión de recuperar las tierras que consideraban como ancestrales. “Este proceso va aparejado por dos circunstancias: el incremento en las agresiones a los líderes indígenas por parte de bandas de “pájaros” al servicio de los hacendados y la valoración que algunos dirigentes hicieron de las posibilidades que podía ofrecer el contar con un recurso a armado, para protegerse de los ataques de que estaban siendo víctimas”, afirma.
Además, en esa época reinaban la desconfianza sobre las autoridades políticas locales, la presencia de grupos guerrilleros y los atropellos cometidos por actores armados al servicio de los hacendados. Según Peñaranda, lo anterior “contribuyó a crear una percepción favorable, que otorgó una cobertura moral al desarrollo de las “autodefensas”. Estas fueron consideradas como un recurso legítimo de las comunidades para su propia protección”.
El autor reseña un informe de la División de Asuntos Indígenas del Ministerio de Gobierno, que da cuenta que entre 1972 y 1979, años que antecedieron la creación del Quintín Lame, se denunciaron 155 agresiones, en su mayoría atribuidas a terratenientes o funcionarios estatales. De ellas, 68 correspondían a problemas de tierras, 52 a acciones represiva por agentes estatales, 16 denuncias contra instituciones gubernamentales y 14 asesinatos.
Tras los asesinatos de los líderes Marco Aníbal Melengue, Ángel Mestizo, Avelino Ramos y Manuel Dagua, y los atentados a Marcos Avirama, entonces presidente del CRIC, los indígenas se vieron en la necesidad de buscar alianzas con grupos guerrilleros de Cauca. Contactaron al M19, que a cambio de recibir refugio en la región de Tierradentro, les prestó material de guerra y les dio formación militar durante varios cursos entre 1977 y 1979. Tras esa ayuda, según cuenta el informe, el “pequeño grupo realizó actividades de control a delincuentes comunes, llamados de atención a colonos y algunas acciones punitivas contra “pájaros” del norte, como el asesinato de Luis Ernesto Solano Santos, alias Llanero, en noviembre de 1978 en San Andrés de Pisimbalá, quien había sembrado el terror en la región de Inzá”.
El grupo indígena continuó con esa dinámica de autodefensa en su territorio hasta 1984, cuando dos sucesos hicieron cambiar este curso y tomó el nombre de Quintín Lame: el desalojo de una hacienda en López-adentro y el asesinato del padre Álvaro Ulcué, quien fue un prelado indígena que lideró las luchas por los derechos de su pueblo. “Esta transformación, que venía gestándose desde hacía más de un año, derivó en las primeras acciones de carácter ofensivo reivindicadas por el Comando Quintín Lame, nombre con el cual se dio a conocer durante el asalto al Ingenio Castilla, el 29 de noviembre de 1984, y la toma de Santander de Quilichao el 4 de enero de 1985”, precisa Peñaranda, quien agrega que desde ese momento, el grupo “trataría en delante de asumir el rol de “vocero armado” de las comunidades, desarrollando lo que hemos llamado una “guerra propia”, destinada a sancionar o disuadir a los enemigos del movimiento indígena del Cauca”.
Arrastrados a una guerra ajena
Los indígenas vieron en las armas una solución a la violencia de la que eran víctimas por reclamar sus tierras. No obstante, esa salida les trajo nuevos problemas, los hizo partícipes de una guerra que no era suya y les abrió nuevos frentes de batalla.
Una de las mayores tensiones que recayó sobre los indígenas con la creación del Quintín Lame fue la de las Farc. De por sí, las relaciones con este grupo guerrillero siempre habían sido difíciles porque en su afán de control territorial desconocían a las autoridades tradicionales y pretendían cultivar base social en las comunidades indígenas. Además, las extorsiones de las Farc a los hacendados a cambio de “protección”, llevaron a que esta guerrilla pusiera en la mira a quienes intentaban recuperar tierras. “Más de cien muertos les costó a las comunidades indígenas este enfrentamiento, que incluyó hechos tan dramáticos como la masacre de Los Tigres, en febrero de 1981, en donde fueron asesinados por el Sexto Frente de las FARC siete indígenas acusados de cuatreros y desertores”, señala el autor.
Por otro lado, la posterior alianza del Quintín Lame con el M19 y el Frente Ricardo Franco -una disidencia de las Farc-, provocó que esta guerrilla amedrentara a las comunidades. La presión fue tal, que los indígenas se unieron a la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, para tender puentes de comunicación con las Farc y lograr que mermaran sus ataques. Este fue un espacio de conversación en el que tuvieron asiento Las Farc, el M19, el Ejército de Liberación Nacional, el Ejército de Liberación Popular, el Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Quintín Lame
Sobre el paso por la Coordinadora Simón Bolívar, Peñaranda considera que “fue en realidad un esfuerzo por conservar su autonomía, estableciendo un equilibrio frente a los grupos armados con mayor trayectoria, esfuerzo que al mismo tiempo trajo como fruto más importante el establecimiento de un diálogo directo con miembros del secretariado de las FARC, gracias al cual se lograron superar en buena medida las diferencias con los frentes de esta organización presentes en el Cauca, particularmente el VI, para lo cual fue de particular importancia la intervención de Alfonso Cano, miembro del Secretariado de las FARC”.
El apoyo del M19 llevó al Quintín Lame a librar una lucha alejada de sus principios. A finales de 1985, cuando por iniciativa de esta guerrilla se conformó el Batallón América con miembros del Movimiento Revolucionario Tupac Amarú de Perú, del grupo Alfaro Vive ¡Carajo! de Ecuador y del Quintín Lame, el grupo guerrillero se distanció de su comunidad y libró combates por fuera de su territorio. La intención era llegar con ese ejército bolivariano a Bogotá y tomarse el poder, y para ello pasaron por el departamento de Valle del Cauca, en donde los miembros del Quintín Lame, al igual que los de los otros tres grupos guerrilleros, tuvieron enfrentamientos con el Ejército.
Peñaranda califica este hecho como una de las experiencias más negativas en la historia del Quintín Lame. Primero, porque su esfuerzo de ser autónomo frente a otros grupos guerrilleros, retrocedió ante la actitud dominante del M19; y segundo, porque al operar por fuera de su territorio, perdió la fuerza que tenía al estar respaldado por las comunidades. El autor concluye que esta situación se dio porque los miembros del Quintín Lame, en su afán de querer vengar la muerte de su comandante, Luis Ángel Monroy, se unieron al Batallón América para tener más fuerza, pero fueron arrastrados “por una aventura fundada en una ideología nacionalista que estaba lejos deresponder a su propio proyecto político. La “Guerra ajena” suplantaba a la “Guerra propia”.
El hecho de dejar de lado sus luchas iniciales de proteger el territorio para enfrascarse en la guerra ajena y de crearle nuevos peligros a las comunidades, le pasó cuenta de cobro al Quintín Lame.
“Paradójicamente este incremento de su capital político y de su capacidad ofensiva acabó arrastrando al Quintín hacia una confrontación con los organismos de seguridad del Estado, con otras organizaciones político- militares que operaban en la región y, lo que es peor, hacia un enfrentamiento con algunos sectores de las propias comunidades indígenas, que terminarían acusándolo de haber convertido sus territorios en escenarios de guerra y de haber adoptado las mismas actitudes militaristas que rechazaba en sus oponentes políticos”, concluye Peñaranda.
La dejación de armas y el retorno a casa
El Quintín Lame se desmovilizó el 31 de mayo de 1991 en Pueblo Nuevo, en medio de los procesos de paz que dieron paso a la entrega de armas del M19, del EPL y del PRT, y a la Constitución Política de 1991. Sin embargo, desde tres años antes, este grupo había anunciado su voluntad de dejar la lucha armada, buscando que se cumplieran tres puntos: “la desmilitarización de las zonas indígenas y campesinas, por parte de la fuerza pública y de los grupos guerrilleros; un acuerdo político con participación de todas las fuerzas sociales de la región; y un proyecto de desarrollo regional que tuviera en cuenta los intereses de toda la población caucana”.
Peñaranda considera que esta salida fue posible porque los “combatientes acceden a dejar las armas, a fin de no interferir en el proceso de consolidación del poder comunitario que se encontraba en marcha y pasan ellos mismos a transformarse en líderes locales y a ser parte de una nueva etapa de las luchas indígenas, que privilegia la movilización política a la protesta armada”.
Otros factores que contempla son las protestas de la comunidades por las acciones del grupo armado que las habían perjudicado y porque desde 1988 en el departamento de Cauca surgieron expresiones a favor de la desmilitarización, incluyendo al Quintín Lame.
“En suma, los “beneficios” que la presencia del Quintín Lame había aportado a las comunidades que fueron su base social, se estaban diluyendo rápidamente debido a las limitaciones de la organización armada y a las transformaciones de la guerra. Incluso, el acceso a las tierra había dejado de tener ese significado una vez alcanzado”, concluye.
En diálogo con VerdadAbierta.com, Peñaranda calificó al proceso de reinserción del Quintín Lame como el único que ha tenido éxito en el país. Sobre todas las razones que expone al respecto, destaca que el paso por la guerra de los indígenas no rompió el tejido social con sus comunidades, situación que sí ha ocurrido con los demás movimientos insurgentes. “Es un caso muy particular, probablemente porque no se prolongó tanto su existencia; porque no dejó muchos enemigos; porque era un grupo pequeño que se fundaba sobre el apoyo de las comunidades, y por esto su búsqueda de recursos económicos no los llevaron a actividades de degradación como el secuestro, los vínculos con el narcotráfico y la extorsión”, indicó.
Aunque su proceso de desmovilización no se puede comparar con uno eventual de las Farc, el investigador consideró que una de las lecciones que les puede brindar el caso del Quintín Lame a los negociadores es la necesidad de que los excombatientes puedan encontrar vínculos políticos y sociales con las comunidades a las que van a retornar, para que su reinserción sea viable. “Probablemente las Farc lo puedan ejercer en algunas zonas donde sean un actor reconocido con una relativa legitimidad política, pero considerando los niveles hasta donde se ha degradado la guerra donde han sido protagonistas, es relativamente difícil”.
De igual manera, Pablo Tattay, quien fue miembro de la dirección política del Quintín Lame y participó en las negociaciones con el gobierno del presidente César Gaviria, dijo que se debe tener en cuenta la experiencia de este proceso de reinserción, especialmente en Cauca, porque muchos de los combatientes de las Farc en este departamento son indígenas.
“La reintegración podría tener algunas semejanzas con el proceso del Quintín Lame. Lo ideal es que los excombatientes regresen a casa y se reconcilien con sus comunidades, no creo que tengan vocación para vivir en las ciudades o estar en zonas de concentración. Para lograrlo, las comunidades deben fijar una serie de normas y organizar una estructura de acogimiento, y los desmovilizados deben tener la voluntad de regresar y cumplir con las reglas de las autoridades tradicionales”, le dijo a VerdadAbierta.com