La férrea resistencia de los cacaoteros de Huisitó

Por: Silvana Bolaños Torres. Fotos: Sara Tejada. Edición de video: Cristian Méndez

“Algún día la coca se va a acabar, ¿y ahí qué vamos a hacer? ¿De qué vamos a vivir?”. Óscar Delgado no tuvo que pensar mucho su respuesta cuando le pregunté a él y a dos de sus compañeros, por qué, a pesar de todas las dificultades que producen el conflicto armado y el abandono estatal, insisten en cultivar cacao.

Era día de mercado en Huisitó, y Óscar, Álvaro Araujo y Fabio Castro, conversaban en la pequeña construcción de madera con piso de cemento donde funciona la sede de la Asociación de Cacaoteros de la Región del Río Huisitó, AsoHuisitó Cacao Topé. Allí se reúnen cada domingo para recibir, pesar y comprar el cacao que socios y otros campesinos llevan desde sus fincas hasta el pueblo.

Fabio, presidente de la Asociación, secunda a su amigo: “Es que aquí siempre ha habido amenaza de erradicación, y si uno no hace por tener algo lícito, ¿usted cómo queda? En ceros”. Lo dicen con seguridad porque aquí, en este corregimiento del municipio de El Tambo, departamento de Cauca, han vivido varias erradicaciones desde que, en la década del ochenta del siglo pasado, la coca reemplazó los cultivos de pancoger y se convirtió en el centro de la economía local.

Algo que no sorprende en un territorio donde apenas hasta 1998 pudieron llegar los primeros carros desde El Tambo, pues antes de ese año, la carretera terminaba en un caserío, a 17 kilómetros, llamado 20 de Julio, lo que dificultaba el transporte de productos que cultivaban los campesinos, como café, lulo, chontaduro y cacao.

Hasta hoy, esa vía sigue sin pavimentar, y para llegar a Huisitó debe tomarse un jeep en la cabecera municipal, que de tumbo en tumbo atraviesa el Parque Natural Munchique y recorre en tres horas o más los 68 kilómetros que los separan. Si es invierno, el recorrido se complica porque, además de los barrizales, son comunes los derrumbes que, incluso han cobrado algunas vidas.

 

Allá, bromea Fabio, la presencia del Estado “es el glifosato”, refiriéndose a las veces en las que han realizado fumigaciones aéreas de los cultivos de uso ilícito. No le falta razón. Sólo hasta 2001 contaron con el fluido eléctrico suministrado por la empresa Cedelca S.A E.S.P.; y 17 años después iniciaron la construcción del alcantarillado, con recursos de los mismos pobladores. No tienen planta de tratamiento de agua potable y la recolección de basuras la realiza una familia de la zona, sin el cumplimiento de normas técnicas.

Y es que el control territorial, desde la década del sesenta, ha sido ejercido por grupos guerrilleros: primero por las Farc, y a partir de 2002, después de varios enfrentamientos, por el Eln. Tal situación convirtió a Huisitó en una de las denominadas zonas rojas del país, dificultando el acceso de entidades estatales y cooperantes internacionales.

De hecho, al ser entrevistado sobre la incidencia de su agencia en este corregimiento, un cooperante, que pidió proteger su identidad, aseguró que les gustaría tener mayor influencia y destinar recursos a proyectos productivos como el cacao, pero que esto no es posible por las pocas garantías de seguridad.

Así, con la coca como mejor fuente de sustento, era de esperarse que la erradicación manual realizada a finales de marzo de 2010 obligara a varios huisiteños a replantearse cómo iban a sobrevivir a partir de ese momento. Ocurrió durante el último año de gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), en el marco del Plan Colombia, un acuerdo bilateral constituido en 1999 entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos, como parte de una estrategia antinarcóticos y contrainsurgente, implementada a través de la Ley 508 del 29 de julio de ese año.

La semilla: surgimiento de la asociación

Cuando se les pregunta a los integrantes de AsoHuisitó sobre las razones del nacimiento de su organización, hay consenso: las consecuencias de la erradicación manual forzada previa a la Semana Santa de 2010. Igual que Óscar y Fabio, Consuelo Torres, socia fundadora que vive desde hace cinco años en Popayán, capital de Cauca, tiene recuerdos poco gratos de esa época.

“Quedamos en la inmunda y hasta hubo gente que aguantó física hambre”, asegura. Ella fue una de las primeras en insistir en que retomaran el cultivo de cacao, un producto que había sido muy importante en la zona en las décadas del sesenta y setenta, hasta que la aparición de las enfermedades conocidas como ‘escoba de bruja’ y ‘moniliasis’ marcaron el inicio de la desaparición del cultivo, que terminó casi por extinguirse cuando se generalizó la siembra de coca.

Nueve años después de la erradicación, mientras recorremos parte de las 15 hectáreas de su finca, Álvaro Araujo dice que todavía recuerda cuando, “sin pedir permiso”, entraron a su propiedad los erradicadores acompañados de militares y policías antinarcóticos. “Yo andaba con ellos diciéndoles que no me arrancaran, y un día se les acabó el agua y fui a echarles el agua de por allá arriba, pa´ que tomen; pues si están trabajando que tomen. Y qué bravos conmigo allá arriba en la casa; que sapo, metido; y yo qué puedo hacer, les dije, que tomen agua y maten la sed”.

Con cada mata de coca arrancada, Álvaro veía desaparecer todo su capital y el trabajo de más de diez años, desde que llegó a esta región proveniente de Putumayo, departamento al que había migrado desde Nariño, junto a su esposa, su hijo y dos hijas.

En esta comunidad no olvidan que la incertidumbre y el miedo se apoderaron de sus doce veredas durante los dos meses que duró el operativo de erradicación de cultivos de coca. Sus habitantes recuerdan que el momento más tenso ocurrió el 15 de mayo, cuando un policía murió y dos más resultaron heridos en uno de los múltiples enfrentamientos que sostuvieron con el Eln.

Todo este panorama llevó a algunas familias a abandonar sus fincas y buscar refugio en el pueblo o en los centros poblados más cercanos como la cabecera municipal y la capital caucana. La normalidad retornó cuando, según Álvaro, erradicadores y uniformados se fueron y “no dejaron nada”.

De acuerdo con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), la erradicación manual forzosa, que estaba bajo la responsabilidad de Acción Social, se realizó por medio de los Grupos Móviles de Erradicación (GME) de PCI, con apoyo de la Policía Antinarcóticos y las Fuerzas Militares.

Según el Monitoreo de Cultivos de Coca de 2010, publicado por esa oficina, el gobierno nacional informó sobre la erradicación manual de 43.792 hectáreas de hoja de coca y la aspersión de 101.940 en todo el país, entre 2009 y 2010. Este mismo informe describe que en Cauca se produjo una reducción del diez por ciento en los cultivos ilícitos, después de que se erradicaran manualmente 2.144 hectáreas y se asperjaran 14.450; años atrás, entre 2006 y 2009, en ese departamento se había triplicado la producción, convirtiéndose en uno de los tres con mayor área sembrada en todo el país, con 6.144 hectáreas.

En Huisitó, las consecuencias fueron devastadoras para los habitantes. Endeudados y sin otras fuentes de ingreso, muchos se desesperaron y abandonaron la región, principalmente quienes habían llegado atraídos por las bonanzas cocaleras. Y aunque el gobierno nacional aseguró que estas intervenciones estaban acompañadas de programas de desarrollo alternativo, ejecutados con recursos del Estado y de cooperación internacional, habitantes como Consuelo Torres afirman que la única ayuda que recibieron fue un mercado durante los meses que duró la erradicación. (Ver documento)

Pese a que un alto mando del Ejército Nacional, que integraba el operativo de erradicación, le dijo a Álvaro que volvieran a sembrar porque seguramente no iban a regresar hasta dentro de diez años, él había quedado tan aburrido que ya no quería volver a saber de la coca. Entonces pensó en su hija ‘La Mona’, que para entonces era una entusiasta joven que aún no alcanzaba la mayoría de edad, y en el sueño del que le había hablado dos años atrás, cuando emitían en la televisión una novela sobre una mujer que tenía una finca cacaotera: “Papá, yo quiero ser como esa señora”, le anunció decidida.

Ermila, la esposa de Álvaro, acompañó a sus dos hijas cuando, motivadas por ‘La Mona’, empezaron a preguntar entre los vecinos quién compraba cacao en el pueblo y dónde podían conseguir la semilla para sembrar. “Hicimos un semillero allá abajito por el árbol de caimo, y eso creció, pero muy hermoso. Ese cacao comenzó a dar; al año empezó a florecer y luego ya dio poquito, por ahí dos arrobas la media hectárea”.

Pero a Álvaro no le gustó la idea, le parecía que era desperdiciar tierra en un cultivo que demandaba tanto trabajo y tiempo; así que un día de 2009, sin que su esposa e hijas se dieran cuenta, fumigó los cerca de 500 árboles que las mujeres de la casa habían sembrado solas, dejándolos totalmente inservibles.

Sin embargo, ‘La Mona’ no desistió y acto seguido se dio a la tarea de obtener la semilla y volver a sembrar casi la misma cantidad, esta vez en un lugar más apartado de la finca. “Y entonces cuando arrancaron la coca (en 2010), ahí sí se pusieron locos buscando semillas pa´ una parte y pa´ la otra”, recuerda entre risas doña Ermila.

Y es que, tras la erradicación, a Álvaro y su familia, así como a Consuelo y otros huisiteños, el cacao que ya tenían sembrado les sirvió para sobrevivir en esos días de escasez. Algunos campesinos todavía tenían árboles productivos de cacaoteras antiguas, y recordaron los años en que sus padres y conocidos subsistían gracias a ellas. Así nació la idea que los juntó y los llevó a preguntarse si era posible vivir de otra cosa que no fuera la coca. La respuesta fue definitivamente sí.

Sembrando la resistencia

Como ninguno era experto en cultura cacaotera o en la cadena del cacao, particularmente en la comercialización, al hermano de Consuelo, Alexander, se le ocurrió que un viejo amigo les podría ayudar. Fue cuando llamaron a Jorge Giraldo, un agrónomo caucano que conoce el territorio desde 1974 y no ha dejado de frecuentarlo desde entonces.

Jorge cuenta que la idea le pareció maravillosa pues siempre lamentó que los habitantes de Huisitó se hubieran dedicado exclusivamente a la coca y abandonaran otros cultivos, al punto de que “cuando se acabó, la gente no tenía qué comer porque no había nada más en sus fincas”.

Gracias a las gestiones del agrónomo y a los contactos que logró con la oficina de Fedecacao en Puerto Tejada, Cauca, un grupo de campesinos de Huisitó interesados en conocer las nuevas tecnologías y prácticas empleadas en el cultivo del cacao, realizó en junio de 2010 una visita técnica a la granja Tierradura, en el municipio de Miranda, donde obtuvieron las primeras semillas con las que iniciaron el proyecto de siembra.

El nuevo cultivo tuvo en cuenta las técnicas promovidas por Fedecacao, las que, asegura Jorge, “posibilitaban superar muchos de los problemas del cultivo en el pasado, que llevaron a su declive”.

Uno de los primeros en sumarse a la iniciativa fue Dumael Flores, quien llegó a Huisitó en 2002 atraído por la bonanza cocalera, proveniente del corregimiento El Alto del Rey, de El Tambo; adquirió una droguería-miscelánea y seis años después compró la finca que describe con orgullo mientras caminamos entre los árboles de cacao, algunos frutales y unas pocas matas de coca que aún quedan.

Dumael participó de las asambleas comunitarias en las que él, Jorge y otros compañeros, informaron de la experiencia de Fedecacao a los pobladores interesados, quienes se motivaron a realizar dos nuevas visitas, en septiembre de 2010 y julio de 2011. Esas jornadas de intercambio de saberes generaron un incremento de las áreas sembradas y el inicio de la recuperación de cacaoteras abandonadas.

Las visitas y las nuevas siembras fueron financiadas por los propios campesinos y la oficina de Fedecacao en Puerto Tejada realizó de manera gratuita los talleres, vendió las semillas y los tallos, y realizó visitas técnicas de asesoría y acompañamiento a los nuevos cultivos en la región.

Simultáneamente, narra Jorge Giraldo, en los años 2010 y 2011, la Secretaría de Desarrollo Agropecuario de El Tambo, que conocía de la iniciativa comunitaria, presentó al Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural un proyecto para el establecimiento del cultivo de cacao asociado a plátano y árboles maderables.

Sin embargo, el resultado fue negativo y, según cuenta Giraldo y lo demuestra con documentos, “no se asignaron recursos para apoyar esta iniciativa local, pese a las innumerables gestiones adelantadas con diferentes instituciones y entidades del Estado, desde el mismo momento en que se realizó la erradicación manual no concertada del cultivo de la coca, a través del envío de cartas, solicitudes, peticiones, denuncias, etcétera”.

Después de todo este proceso y de que Jorge Giraldo y Fedecacao les expusieran las ventajas de asociarse, el 19 de marzo de 2011 se conformó oficialmente, con la participación de 25 socios fundadores, la Asociación de Cacaoteros de la Región del Río Huisitó, AsoHuisitó Cacao Topé, que propendía por mejorar la calidad de vida de los asociados a partir de un modelo de producción agroecológica.

Para Dumael, la creación de la asociación fue mucho más que un salvavidas ante la difícil situación económica, se convirtió en una manera de recuperar su comunidad: “Donde una persona cultiva comida lo tiene todo, y cuando llega la coca dejan de sembrar porque le da sombra a la mata y eso la rechina. Y no importa contaminar el agua. Los muchachos no estudian; cada año se gradúan de bachillerato uno o dos; los de 13, 14, y 15 años mantienen en una discoteca borrachos, consumiendo vicio. Se genera más violencia, se acaba con las familias”.

En cambio, advierte, aunque una arroba de cacao se venda a 70 mil pesos, tiene más valor que un kilo de pasta base de coca, que actualmente se compra a 3.200 el gramo, es decir que cuesta tres millones doscientos mil. “Yo creo que hace más una persona que traiga dos arrobas de cacao aquí, va, remesea y trata de sobrevivir con eso, que alguien que coja esos tres millones y se los vaya a gastar con los amigos y las mujeres; hasta sin mercado llega a la casa. En cambio, uno esa platica del cacao la valora”, sentencia.

En su finca de cerca de seis hectáreas, hay tres y media cultivadas de cacao y aproximadamente una de coca; escenario que se repite, en distintas proporciones, en algunas de las fincas de los socios. Hay excepciones, como la del presidente de AsoHuisitó, Fabio Castro, pues es pentecostés y su iglesia prohíbe la siembra de coca.

Al interpelar a Dumael por esta aparente contradicción, pues uno de los objetivos de asociarse era dejar atrás el cultivo de coca, él responde con actitud resignada: “Porque es muy duro tratar de trabajar legal”. Acto seguido explica que “el Estado casi no apoya; además, en una zona de estas la mano de obra no se consigue, y si se consigue, los trabajadores cobran como si fueran a coger coca. Y en el caso mío no vivo en la finca y todo me toca contratado. Un jornal cuesta entre 25 y 40 mil el día, dándoles la comida. Y hay raspachines que se cogen en el día 12 o 14 arrobas, que pagan a 10 mil; son 120, 140 mil en un día. No van a echar machete por 40 mil al día. Es muy difícil competir con esa cuestión”.

Y concluye: “Por eso es que se ha acabado por acá la cultura de cultivar comida, porque la coca da pa´ comprar todo. De acá salía queso, maíz, y ahora en una zona de estas donde el plátano se da buenísimo, comemos plátano de Ecuador”.

“Una diferencia del cultivo del cacao es que uno cuida mucho el medio ambiente. La cultura de fumigar con herbicidas se va acabando y se recupera el piso. Se evita la tala de bosques porque el cacao sí necesita sombra, entonces no hay que cortar los árboles y también se pueden levantar otros cultivos ahí juntos”. Dumael Flores.

“La coca no tiene competencia”

Esta frase con la que Dumael expone su situación, y la de los demás socios es explicada por Luis Alfredo Londoño, decano de la Facultad de Ciencias Agrarias e integrante de la Comisión de Paz de la Universidad del Cauca, quien ha realizado diversas investigaciones sobre las comunidades rurales del departamento.

“El tema de buscar el cultivo que financieramente sustituya a la coca no existe, porque el sobreprecio que da la coca viene de su carácter ilícito, y ningún producto de la economía legal tiene ese factor diferenciador de precio”, asegura el académico. Por eso, considera que existe una relación directa entre el surgimiento de esos cultivos y las crisis del sector agrario.

“Uno puede encontrar en la historia agraria y en las historias particulares de cada región la existencia de una serie de problemáticas históricamente no resueltas en el sector agrario, y producto de ellas hay una articulación con los cultivos ilícitos”, afirma.

Como ejemplo, expone el caso del Macizo colombiano, una zona del sur del Cauca donde el café jugó un papel importante en la dinámica económica regional, hasta que ocurrieron las crisis cafeteras en los años ochenta y noventa. “La coca y la amapola surgen como una alternativa para la dinamización económica de esos territorios. Hay una relación clara entre la estructura de tenencia de la tierra y la extensión de la coca”, concluye el investigador.

“Estamos indudablemente en un retroceso. Nos toca como país, como sociedad, como Estado, como academia, comprender el tema de los cultivos ilícitos en todas sus dimensiones. Se estigmatiza y sataniza, pero no abordamos. A veces ni la academia quiere abordar el tema porque se salió de la esfera de la discusión política, académica, económica, y se llevó al terreno de la ilegalidad, del conflicto, dándole tratamiento de orden público”. Luis Alfredo Londoño.

En el caso de la Asociación de Cacaoteros de Huisitó, las historias de sus integrantes confirman la insuficiente presencia del Estado y las dificultades para consolidar una economía basada en un cultivo de uso lícito, en medio de un contexto de conflicto armado y disputa territorial. Ejemplo de ello es la deserción de socios, al punto de que actualmente quedan sólo 16 familias, después de que en el 2013 alcanzaran la cifra de 43.

Al respecto, el agrónomo Jorge Giraldo pone sobre la mesa la razón por la que Huisitó es estratégico en el mapa del narcotráfico en Cauca: está en la ruta de la salida al Pacífico, entre las montañas de la cordillera Occidental. “Incluso, me han contado que por ahí pasa mercancía que llega del Caquetá, pues ésta es una salida estratégica al mar, al hacer parte de la cuenca del río Micay, que además es prácticamente la única que va de sur a norte, porque todas normalmente van de occidente hacia el mar, y ésta va desde El Plateado al río Micay, hacia el norte, y al llegar a López (de Micay) voltea hacia el Pacífico”.

La Caracterización Regional de la problemática asociada a las drogas ilícitas en el departamento de Cauca, publicada en 2016 por el Observatorio de Drogas de Colombia y la UNODC, concuerda con ese análisis, pues señala que el corredor de los ríos Huisitó y Micay, entre El Tambo y López de Micay, y desde Argelia hacia López de Micay, es usado por el Eln para el tráfico de armas, explosivos y drogas ilícitas. (Ver estudio)

Actualmente, y a pesar de lo advertido en ese informe, ese grupo guerrillero ejerce un fuerte control territorial en Huisitó, donde hacen presencia los insurgentes y tienen instaladas vallas improvisadas con propaganda alusiva a su organización.

La influencia del Eln se hizo sentir cuando los campesinos empezaron a reunirse y a adelantar gestiones para crear la asociación. Algunos de ellos cuentan cómo uno de los jefes guerrilleros los mandó a llamar para preguntarles si su proyecto era organizado por el Ejército Nacional, como, según ellos, había ocurrido en otros corregimientos. Ante la respuesta negativa de los futuros socios, seguida de una explicación sobre su proceso organizativo, no volvió a intervenir.

La presencia del grupo insurgente obstaculiza el crecimiento de la asociación y el desarrollo del corregimiento. A ello se debería la dificultad para legalizar sus predios, muchos de ellos considerados baldíos. Cuando han requerido acceder a los préstamos que ofrece el Banco Agrario para implementación de proyectos productivos, han tenido que recurrir a los certificados de sana posesión que expide la Junta de Acción Comunal.

Sobre este tema y la destinación de recursos en el marco de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), se consultó a la Agencia de Renovación del Territorio, sin embargo, al cierre de esta publicación, no habían entregado una respuesta. El tema es fundamental de cara al cumplimiento del Acuerdo de Paz, firmado por el entonces Juan Manuel Santos (2010-2018) y la otrora guerrilla de las Farc, en el que se pactó el compromiso de adelantar una masiva formalización de la propiedad rural.

Por otro lado, el programa que podría representar una esperanza para los habitantes de Huisitó es el Plan Nacional Integral de Sustitución (PNIS), contemplado también en el Acuerdo de Paz. Al respecto, Nilson Liz, delegado de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc) ante el Consejo Directivo de PNIS, advierte que aunque en el municipio de El Tambo, con presencia de representantes de Huisitó, se llevó a cabo la socialización del programa y se llegó a acuerdos voluntarios con decenas de familias entre 2016 y 2017, actualmente hay un estancamiento debido a la ausencia de recursos y muchos de los campesinos sólo han recibido dos o tres de los pagos bimestrales.

Problema que según el informe publicado en abril de este año por la Fundación Ideas para la Paz (FIP), ¿En qué va la sustitución de cultivos ilícitos?, es común en todo el país. Una de las conclusiones aportadas por el documento es que “los rezagos en la implementación de los componentes del PNIS son evidentes. El plan inicial era que se comenzaran a desarrollar a partir del segundo pago (es decir, desde el tercer mes). Sin embargo, la Asistencia Técnica comenzó, en promedio, con cinco meses de retraso, mientras que el auto-sostenimiento ha tenido diez meses de retraso y los proyectos de ciclo corto, 16 meses”.

“No se trata sólo de erradicar sino de generar alternativas. Si el gobierno tuviera una política coherente con la producción, transformación y comercialización de productos como el cacao, acompañado de una estrategia que impida que se vuelva a sembrar coca, se podría salir del círculo vicioso”. Jorge Giraldo.

Tiempo de cosecha: marca Huisitó

A pesar de las dificultades, los socios de AsoHuisitó Cacao Topé se las han arreglado para 'arañar' recursos estatales y de cooperación internacional, lo que les ha permitido mantenerse a flote y continuar soñando con la independencia económica. En 2012, la Secretaría de Desarrollo Agropecuario de El Tambo, con recursos de regalías, incluyó a la asociación en un proyecto para el sostenimiento de cacao con la entrega de insumos y abonos.

Al año siguiente, el Departamento para la Prosperidad Social (DPS), a través del Componente de Capitalización Microempresarial, apoyó un proyecto por valor de 18,7 millones de pesos para la compra de equipos y herramientas.

A la par, llegó un programa que marcaría un hito en la historia de la asociación: Misión País Colombia, de la Universidad Javeriana de Bogotá. Ese grupo de jóvenes universitarios, con apoyo de la Junta de Acción Comunal de Huisitó y la Institución Educativa Huisitó, en junio de 2014, motivó y promovió la creación del Centro Cultural Huisitó, un espacio para la formación personal y académica de los niños, niñas y jóvenes de la zona.

También fueron ellos quienes en la misión de 2015 motivaron a Dumael Flores para que iniciara con el proyecto de transformación de cacao a chocolate, además diseñaron el paquete en el que se distribuye el producto.

En 2016, la Secretaría de Desarrollo Agropecuario de El Tambo, en el contexto de la implementación del Programa de Desarrollo Rural con Enfoque Territorial (DRET), para las microrregiones Centro y Norte del departamento de Cauca, en las líneas de cacao, incluyó a AsoHuisitó en un proyecto de acompañamiento social y empresarial que aún se encuentra en ejecución.

Víctor Hugo Antolinez, coordinador Sociempresarial de la zona centro de Cauca para Fedecacao, explica que el proyecto es financiado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y tiene como aliados a Fedecacao (ejecutor), la Gobernación de Cauca, la Alcaldía de El Tambo y los mismos productores de las cinco organizaciones que hacen parte de este proyecto.

Su objetivo es brindar apoyo técnico y empresarial a los campesinos para que sean competitivos en el mercado, pues de acuerdo con Antolinez, la mayor falla de las iniciativas como AsoHuisitó está en la comercialización, pues sin ella es improbable que se puedan mantener.

También destaca que uno de los logros más importantes de los cacaoteros de Huisitó es tomar el mercado y comprar sin intermediarios, lo que mejoró el precio para el cultivador. Además, es la asociación, entre las vinculadas al proyecto de OIM, que más compra: entre 600 y 1.000 kilogramos mensuales, en promedio.

Sin embargo, todavía no tienen la capacidad productiva para venderle directamente a Fedecacao, lo que hace a través de un intermediario. Tampoco a la Nacional de Chocolates, pues en este caso, además de cumplir con un mínimo de producción, deben cumplir la Norma Técnica Colombiana 1252 de 2003, del Icontec, que da las pautas sobre las características del cacao que se comercializa.

Para ello, es fundamental que la asociación tenga un centro de acopio y realice, preferiblemente, un proceso de fermentación y secado colectivo. Si esto se lograra, sería posible la proyección a otros mercados. Pero los cajones fermentadores, según los socios y Antolinez, son un compromiso de la Gobernación de Cauca, como socio del proyecto OIM, y aún no se han entregado.

Al ser consultado al respecto, Hugo López, funcionario de la Secretaría de Desarrollo Agropecuario, responsable de los proyectos relacionados con cacao en el departamento, asegura que esa dependencia no se ha comprometido a entregar tales cajones, pues el único proyecto de su oficina con incidencia en el corregimiento, con recursos del Sistema General de Regalías, consistía en suministrarle al productor semilla de cacao y 900 árboles a cada socio.

Dado que la ejecución práctica de ese proyecto inició en 2015 y se terminó de ejecutar el 31 de diciembre del año pasado, a 2019 los árboles no estarían aún en plena producción, ya que les toma de cinco a seis años llegar a ese estado; por lo que, dice López, no tendría sentido suministrar aún los cajones que se usan para la fermentación.

Sin embargo, como aclara Dumael, ellos ya cultivaban desde antes de la implementación de ese proyecto. Y precisamente es ahí donde, afirma, están “varados”, pues un adecuado proceso de beneficio, como se llama a las fases de fermentación y secado, sería el primer paso, no sólo para que su materia prima sea competitiva, sino para incursionar en la transformación del cacao.

Su sueño es que la actividad que hoy realiza de manera artesanal en su finca se pueda semi-industrializar y así poder llevar el Cacao Huisitó a otros lugares de Colombia y del mundo. Cree que es posible porque a través de los misioneros de la Javeriana, quienes han dado a conocer muestras del chocolate, le hicieron varios pedidos desde lugares como México e Israel. Pero no los ha podido concretar pues no cuentan con la infraestructura y la maquinaria para producir en grandes cantidades.

Que AsoHuisitó tenga su propia planta de transformación también es el sueño de Luisa Fernanda Alegría, una de las cuatro socias mujeres que actualmente conforman la Asociación. En su finca, el cultivo de cacao es un proyecto familiar que ha sacado adelante junto a su mamá y sus dos hijos de nueve y trece años.

Juntos se encargan del ganado y de los 1.500 árboles de cacao, la yuca, la cebolla, los tomates y algunas palmas de chontaduro que ellos mismos han sembrado. “A mí me fascina esto. Yo peleé con mi familia cuando me querían mandar a estudiar, hasta que se dieron cuenta que en serio esto es lo que a mí me gusta”, cuenta Luisa, cuyo compromiso ha sido tan grande que es la única mujer de las familias cacaoteras que cuenta con la certificación de Fedecacao como Técnica Cacaocultora.

Al final, lo que queda claro es que el cacao avivó la esperanza de una comunidad acosada por la violencia y por la falta de oportunidades. Álvaro Araujo fue un claro ejemplo de ello, pues una vez erradicada la coca de su finca, no volvió a cultivar sino una sexta parte de lo que tenía; lo necesario para sostener a su familia y permitirse el mantenimiento de las ocho hectáreas de cacao que sustituyó de manera voluntaria.

“El cacao es una muy buena renta, pero siempre y cuando el Estado eche mano de uno. Si tuviéramos bien esta finca aquí, viviríamos felices”, fue una de las últimas cosas que me dijo. Esta historia es un homenaje a su vida, a su legado. Álvaro falleció en su finca junto a su hijo, en un accidente con un cable de alta tensión, mientras se escribía este artículo.