Como parte del caso 001, la Jurisdicción Especial para la Paz inició la recepción de informes orales sobre ese delito cometido por la extinta guerrilla de las Farc. En los relatos de las víctimas emerge la tragedia de los años vividos en cautiverio, así como las múltiples respuestas que adeudan el antiguo grupo subversivo y el Estado.
La Sala de Reconocimiento de Verdad de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) empezó a escuchar a las víctimas del conflicto armado. Las primeras en ser llamadas fueron las personas secuestradas por las Farc con el objetivo de ser canjeadas por guerrilleros presos, entre las que se encontraban dirigentes políticos, policías y militares de alto rango.
En los relatos, rendidos durante esta semana y que la JEP denominó “informes orales”, las víctimas ofrecieron dolorosos detalles sobre los largos años que pasaron secuestradas, las consecuencias sobre sus entornos familiares y las gestiones adelantadas por parientes y líderes políticos para su liberación. El pasado viernes acudieron las familias de los once diputados del Valle del Cauca, asesinados en 2007 mientras permanecían en cautiverio, en circunstancias que aún no han sido esclarecidas.
Además de relatar episodios y situaciones similares, varias de las víctimas, por separado, coincidieron en exigir verdad sobre al menos cuatro circunstancias. (Leer más en: Los secuestros, casi el doble de lo que se calculaba)
La primera está relacionada con la falta de medidas de seguridad con la que contaban al momento de los hechos, pese a que el gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana (1998-2002) había sido notificado por las Farc de que la guerrilla llevaría a cabo secuestros de dirigentes políticos para presionar un intercambio humanitario. El general (r) Luis Mendieta, el único convocado por la JEP que no hacía parte de la población civil para el momento del secuestro, también contó que en los días previos a su retención había pedido refuerzos infructuosamente.
Una segunda tiene que ver con la posibilidad de que terceros no combatientes participaran en la planeación de los secuestros de dirigentes políticos. El reclamo por esta verdad fue especialmente recalcado por los excongresistas liberales de Huila Consuelo González, Jorge Eduardo Géchem y Orlando Beltrán, quienes alegaron que su secuestro casi simultáneo lesionó su proyecto en el departamento y facilitó el fortalecimiento de otros movimientos políticos.
La tercera está relacionada con el paradero de personas que fueron secuestradas y que hoy están desaparecidas. Al respecto, González, Beltrán, el exgobernador de Meta Alan Jara y el general (r) Mendieta le suministraron a la JEP los nombres de presuntos desaparecidos y pidieron adelantar las gestiones necesarias para conocer su ubicación. (Leer más en: La verdad que les falta a las víctimas de ‘Martín Sombra’)
La cuarta circunstancia tiene que ver con el hecho de que los presidentes Pastrana y Álvaro Uribe (2002-2006/2006-2010) nunca hubieran aceptado negociar un intercambio humanitario para liberar a los políticos, policías y militares de alto rango que se encontraban secuestrados, pese a que pasaban los años y el país conocía las difíciles situaciones que atravesaban.
Las víctimas también expresaron las distintas opiniones que tienen sobre el proceso de paz pactado entre las Farc y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos (2010-2014/2014-2018), así como sus aspiraciones frente a la reparación del daño causado.
Estos son algunos apartes de sus testimonios, están organizados en el orden en el que se presentaron a la JEP:
“En nuestros secuestros hubo mano negra por parte de enemigos políticos”
Fue secuestrado por las Farc en cercanías a Ipiales, Nariño, el 10 de junio de 2001, cuando ejercía como Senador de la República. Fue liberado siete años después, gracias a las gestiones realizadas por el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y por la senadora Piedad Córdoba.
Inició su intervención en la JEP anunciando: “Rendiré testimonio ante ustedes como un acto de confianza en nuestras instituciones y como una contribución a la construcción de una memoria histórica fiel a los brutales acontecimientos a los que hemos sido sometidos tantos colombianos de bien por parte de estos criminales durante tanto tiempo. Asisto esperanzado en que este escenario contribuya efectivamente a la consecución de la verdad, justicia y reparación de todas las víctimas de este sangriento conflicto, pues es en el restablecimiento de su dignidad que radica el éxito o el fracaso del acordado proceso de paz”.
Posteriormente, se refirió a la decisión de las Farc de secuestrarlo para canjearlo por guerrilleros presos: “La misma noche del secuestro escuché por la radio al señor ‘Jojoy’ diciendo que mi liberación solamente se daría si el Congreso de la República expedía una ley de canje. Por supuesto, en ese momento entendí que yo no saldría con vida de allá, porque yo, que era que Senador en el momento, sabía perfectamente que el Congreso jamás iba a poder expedir una ley por medio de la cual se aceptara el secuestro y se generaran las posibilidades de un intercambio en forma permanente”.
Pérez describió detalladamente la ruta por la que lo llevaron las Farc, primero entre los departamentos de Nariño y Putumayo, luego al Ecuador y, posteriormente, al departamento del Caquetá. Sobre el primer periodo, relató: “Los dos primeros años (estuve) solo, a veces amarrado a los árboles, no le permitían a la guerrilla hablar conmigo. Estuve sin ningún tipo de medicamentos, muy limitados los alimentos, no tenía ni siquiera cuchara para comer, tenía que comer con los dedos, porque consideraban que yo era un elemento peligroso que podía utilizar la cuchara o un tenedor como un instrumento para atacarlos. Muchas veces no me daban jabón, tenía que utilizar el barro de las quebradas para poderme bañar. Crema dental no existía, tenía que limpiarme los dientes con el carbón, con las cenizas de las hogueras que hacían para cocinar”.
Sobre el regreso de Ecuador a Colombia para dirigirse al Caquetá, también contó: “Una noche los guerrilleros mandaron a unas agraciadas guerrilleras, vestidas de civil, con tremendas minifaldas, para que fueran al puente sobre el río San Miguel, al lado colombiano, donde existía un grupo de policías o militares, para que los distrajesen con música, baile, traguito. Mientras estaban en la fanfarria, me pasaron por el río San Miguel, justo debajo del puente internacional (…) Después de varios días atravesamos parte del Putumayo y llegamos a un sitio donde está la base militar de Tres Esquinas, una de las más grandes que tiene el país, y me pasaron a las cinco de la mañana frente a esa base militar, yo no podía creer, encadenado en una canoa”.
Pérez se refirió a las largas caminatas a las que estuvo sometido tras el desalojo del campamento para secuestrados que custodiaba el entonces comandante ‘Martín Sombra’ en el Caquetá: “En ese campamento, que llamábamos ‘Caribe’, porque de vez en cuando nos daban pescado Caribe, estuvimos un año. De ahí nos sacaron en forma abrupta y caminamos cerca de 40 días en una marcha que algunos asimilábamos con la famosa marcha de Mao Tse-Tung en China. Una marcha terrible, porque no teníamos nada de alimentos, era escasamente arroz, que nos preparaban a las 10, 11 de la noche, huyendo de unos operativos militares que se estaban produciendo. Terminamos hasta comiendo micos en la selva del hambre, que la sufríamos todos, tanto los guerrilleros como nosotros”.
Sobre el intento de escape que vivió con la excandidata presidencial Íngrid Betancourt, aseguró que las Farc los castigaron de una manera ‘aberrante’: “Nos entregamos nuevamente a la guerrilla porque mi estado de salud se había complicado mucho. El castigo fue encadenarnos, desde ese día hasta el último de secuestro, como animales a los árboles. Nos sacaban a hacer nuestras necesidades como sacar uno a los perros al parque, nos quitaron las botas como castigo y estuvimos un tiempo descalzos en la selva”.
Además, el excongresista dijo que durante el secuestro no recibió atención médica para la diabetes y la hipertensión que sufría: “Para la guerrilla eso era broma. Los mismos comandantes se reían, diciendo que cada que secuestraban a un político, entonces resultaba enfermo (…) En general, estuve sin la dieta necesaria, mucho menos los medicamentos”. Asimismo, declaró que mientras estuvo en cautiverio adquirió una infección renal y sufrió un infarto: “Cuando recobré la libertad, en los exámenes que, por supuesto, nunca me suministró el gobierno colombiano, en su indiferencia por la suerte de los secuestrados, apareció el infarto, con un 25 por ciento del miocardio necrosado”.
Sobre sus aspiraciones frente a la justicia transicional, declaró que exige la verdad sobre todos los responsables de su secuestro y sobre las motivaciones reales del mismo: “Estoy plenamente seguro, como estamos la mayoría de los secuestrados con los que he tenido la oportunidad de conversar, de que detrás de nuestros secuestros hubo mano negra por parte de enemigos políticos en nuestras regiones (…) Abrigo la esperanza de que ustedes en el momento que encaren a los miembros de las Farc puedan abordar el tema de esa verdad”. Asimismo, dijo que “aceptaría cualquiera que sea la decisión en relación a las penas, pero algún día esperaría que, con toda la honestidad, con la humildad que (los) debería caracterizar, los victimarios, los comandantes guerrilleros, nos pidieran perdón a las víctimas”.
Además de referirse a su secuestro, Pérez reflexionó sobre el conflicto armado: “Si uno se adentrara en el fondo del conflicto, comprendiera que hay unos factores estructurales generadores de la violencia: el hambre, la miseria, la falta de oportunidades, han sido el caldo de cultivo que ha alimentado las expresiones violentas en este país, llámese guerrilla, paramilitarismo, delincuencia común. Y muchas veces nosotros como sociedad hemos sido indiferentes a la suerte de millones de compatriotas”.
Y agregó que “en este libro que les acabo de entregar (7 años secuestrado por las Farc, 2008), yo pedí perdón a Colombia y a Nariño, porque como senador o como congresista puede haber hecho más para evitar que tanta gente no aguantara hambre, no tuviera que dedicarse a actividades ilícitas por falta de oportunidades, haber contribuido a construir una sociedad menos desigual”.
“La narración le da un sentido al dolor”
El ahora representante a la Cámara fue secuestrado el 5 de octubre de 2000 en Riosucio, Caldas. En octubre de 2008 se fugó de las selvas de Chocó con la complicidad de un guerrillero que desertó de las filas de las Farc. Ante los magistrados de la JEP destacó que una de las situaciones más difíciles de su cautiverio fue la soledad, porque, a diferencia de los demás secuestrados denominados como “canjeables”, estuvo aislado.
Lizcano contó cómo se aferró a la literatura, a los mensajes radiales que enviaban sus familiares y a la docencia, para no perder la fe y la cordura. “A uno le dan un radio y ahí escuchaba los mensajes de mi señora, de mis alumnos, porque fui académico de la Nacional y otras universidades. Mis formas de sobrevivir: el radio en el que escuchaba los mensajes y la poesía. Nunca escribí una antes de mi secuestro y, como dice Mario Benedetti, ‘es un drenaje que le sirve a uno en la vida para no temerle a la muerte’. Fui recuperando mi identidad a través de la poesía, escribí 83 poemas”, señaló.
Agregó que “cuando estaba en momentos más angustiosos, sacaba poemas de Miguel Hernández, de Borges, de Silva. Los arrancaba de libros, porque me los quitaban. Para cuando las marchas eran forzadas, los metía en hojas de plástico porque la humedad era mucha; los sacaba y volvía y los leía”.
También contó cómo le surgió la idea de darle clases a los árboles para no perder la cordura: “Aquella vez que mi señora, mi ‘barquerita’, como la llamaba en los poemas y la conoció el país, puso a mis alumnos a leerme mensajes el Día del Maestro, me decían: ‘No se deje morir, luche, luche’. Esa noche estaba perdiendo la voz porque los guerrilleros de base no me podían hablar, solamente los comandantes. Me vino la idea de darle clase a los árboles”.
Y prosiguió: “Al otro día cogí el cuaderno, empecé a arrancar hojas y les ponía a los árboles los nombres de mis alumnos. Escuchaba mucho a la historiadora Diana Uribe y replicaba las clases que le oía por radio. Esto es muy importante para que ustedes tengan un contenido que no es solamente condenar al victimario y ponerle una pena, sino mirar el contexto social en el que el conflicto armado se movió”. En ese punto, habló sobre la falta de educación de algunos de los guerrilleros que lo mantenían en cautiverio.
Retomando el punto de sus clases, contó que, cuando empezó con ellas, “un guerrillero me contestó: ‘Oiga, cucho, usted cree que aquí vamos a comer de locos. No nos crea tan pendejos’. Y me arrancó las hojas. Aprendí que lo más duro y despiadado de las Farc, de los carceleros con las víctimas, es el desprecio. Uno olvida el odio, pero no el desprecio. Esa es una primera lección de vida que aprendí en mi experiencia”.
“Esa noche me armé de valor y lloré. Me decía: ‘Soy capaz, soy capaz’. Se me vino una idea: ‘Yo soy amante de la vida de (Simón) Bolívar y ellos, entrecomillas, dicen ser bolivarianos’, y empecé a hablar de Bolívar. Empezaron a hacerme rueda, corrillo, y finalmente fueron los tiempos que logré para sobrevivir”, declaró.
También contó dos momentos que lo llevaron al punto más alto del umbral de dolor: el asesinato de su amigo Orlando Sierra, periodista y director del diario La Patria, de Manizales, y el secuestro de su hijo Juan Carlos: “Fueron momentos profundos de dolor. Cuando mi señora decía (en radio) mis ‘Lizcanitos’ llénense de valor, (yo) decía: ‘No me hable primero a mí, sino a ese muchacho que necesita más valor y ánimo, yo estoy fuerte’. Ese fue el umbral más alto del dolor. Afortunadamente salió libre y con vida”.
En su relato, el congresista señaló que ante la JEP no busca una verdad, sino las muchas verdades que existen alrededor del conflicto armado, y resaltó la importancia de ese espacio para las víctimas. “La narración le da un sentido al dolor, por eso es importante este organismo que afortunadamente nos dio a los colombianos esta Jurisdicción Especial para la Paz, que es distinta a una justicia tradicional, para que ustedes puedan escuchar y darle sentido a la narración. Me parece que esa es la importancia de este evento, que estoy con ustedes”.
Sus reflexiones también cobijaron a quienes fueron sus carceleros, y contó dos historias que lo marcaron. “’Otili’, no sé si se desmovilizó, pero fue una comandante del Frente José María Córdova, que opera(ba) en Antioquia. Se me acercó, porque los comandantes eran los únicos que me podían hablar. Le preguntaba por las niñas en las filas heridas. Me dijo que esas niñas, como ella, fueron violadas por sus padrastros: ‘Llegan aquí, les damos un radio, un fusil y un uniforme. Regresé a mi vereda y me miran como persona. Mi padrastro se arrodilló a pedirme perdón, recuperé mi identidad como persona’. Mire lo complejo que es la guerra y sus consecuencias”.
El otro caso que le causó impacto emocional es el de un niño al que le decían ‘Comidita’: “Era un muchacho moreno de 14 años. El fusil AK-47 que cargaba era más grande que él, lo arrastraba. Marchó muchas veces conmigo y me prestaba guardia. Le decían ‘Comidita’, porque en las marchas se comía el arroz crudo, se tomaba el aceite, se comía las lentejas. Le ponían como castigo cargar cosas pesadas. El niño se quejaba muchas veces, agotado. El comandante ‘Sebastián’ lo regañaba, un tipo indolente. Intentó volarse, lo cogieron y lo degollaron. Una vez en medio del hambre, me llevó guamas y me decía ‘camarada’. El comandante lo sancionaba poniéndolo a cargar troncos de árboles. Esa es una de las cosas que más me conmovió. (El comandante) le decía: ‘No son camaradas, sino enemigos de clase’”.
Según él, las experiencias sufridas durante el cautiverio lo llevaron a apostarle al perdón: “De tantas cosas nace la idea del perdón. Comprender es perdonar. Mientras uno comprenda las causas, no todas justificables, más bien explicables, aprende a perdonar. Ahí empecé a pensar en perdón y decir que no más clases, no más matemáticas, y me propuse cuando saliera estudiar filosofía, porque el hombre es la medida de todas las cosas. Vi allí que mi identidad la recuperaba en la medida que comprendiera esas causas y muchas cosas más sobre la vida”.
Y profundizó: “Entendiendo el perdón como un don gratuito que otorga la víctima al victimario. El perdón no es religioso, no es jurídico, no lo otorga el Estado con normas, el perdón lo otorgan las víctimas. Es un acto individual que uno hace con el victimario. Difícil es, pero ese es el perdón que he hecho con mis carceleros, que los veo día a día (en el Congreso) por ser presidente de la Comisión de Paz”.
Y concluyó que “si el país se conduce y acabamos con estos odios y llegamos a la reconciliación, creo que hemos llegado a la paz”. Y les envió un mensaje a los magistrados de la JEP: “Construir una memoria histórica es lo que ustedes deben aportarle al país como magistrados de esta importante jurisdicción de paz. Que se sepa la verdad para que no haya más repetición, para que no sea solo la reparación económica”.
“Mi reparación es que esto nunca más se repita”
Fue secuestrado el 15 de julio de 2001 en el municipio de Lejanías, Meta, cuando se encontraba a bordo de un vehículo de Naciones Unidas. Siete meses atrás había terminado su segundo periodo como gobernador de ese departamento (1998-2000). Fue liberado el 3 de febrero de 2009 gracias a la gestión de la entonces senadora Piedad Córdoba; del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; y del Comité Internacional de la Cruz Roja.
Inició su intervención refiriéndose a la dificultad de expresar las emociones experimentadas durante el secuestro: “Estuve secuestrado siete años y siete meses, que son 2.760 largas noches. Uno puede describir con detalle un momento, un episodio del secuestro, y estoy seguro que ustedes y la comunidad en general no solo lo entenderían, sino que además podrían dimensionar la tragedia que se vivió en ese instante. Pero lo que es imposible de transmitir es la suma de esos miles y miles de instantes y todo lo que pasa por la mente de cada uno de nosotros (…) Son demasiados momentos de angustia, tribulación, miedo a perder la vida, y eso es muy complejo de comunicar”.
Posteriormente, contó que durante los primeros meses del secuestro encontró tranquilidad impartiendo clases: “Fue algo que nació al día siguiente de haber sido llevado a donde estaban los 28 militares y policías (en el Caquetá), y que llamamos ‘escuelita de la selva’. Fue una actitud de resiliencia, de poder, en algún instante del día, ser libres (…) Poder hacer algo útil, zafarse del secuestro durante una, dos, tres horas, era único. Eso nos ayudó muchísimo a mantener no solamente nuestro deseo de libertad, nuestro deseo de seguir vivos, sino (también) hacerlo con dignidad. Hay que decir que para ello se necesitaba algo básico, un diccionario, y las Farc lo facilitó”.
El exgobernador también narró tres momentos que calificó como “dolorosos” y “degradantes”, que dan cuenta de las difíciles condiciones en las que transcurrió su secuestro y el de otras personas.
El primero tiene que ver con el hacinamiento: “Estuve en 12 jaulas distintas. Una de esas era tan pequeña y éramos en ese momento tal vez 34 personas, casi ni cabíamos. Ante las dificultades que implica la convivencia en esas circunstancias, lo único que se me ocurrió fue contar cuántas tablas había en el ancho de la casa y dividirlas por el número de secuestrados. Y con estupor, el resultado me dio que a cada secuestrado nos tocaba de a tabla y media. Cada tabla tiene 20 cm”.
El segundo episodio está relacionado con el encierro: “Había un (campamento) que estaba encerrado por todos lados, solamente en el techo había la posibilidad de respirar. Por una orden de quien estaba al mando de la guerrilla, le pusieron tablas en el techo también y quedó como un cajón (…) Nosotros todas las mañanas nos levantábamos con un dolor de cabeza terrible por la falta de oxígeno (…) Allí, precisamente en ese sitio, fuimos bombardeados por la aviación del Ejército. Y era el mundo al revés, en una frase que nunca se nos olvidará, y es que en esa asfixia y nosotros encerrados (gritábamos), la guerrilla gritaba también, hasta que un guerrillero dijo: ‘Tranquilos, que el miedo alcanza para todos’ (…) Ese miedo permanente a morir, a ser asesinado o a caer en un bombardeo hacía que fuese extremadamente inhumano el vivir allí’”.
El tercer momento tiene que ver con la manera como la guerrilla les permitía bañarse: “Una vez nos llevaban a un río, a bañarnos por una pendiente llena de barro, y yo iba al final de la fila. Íbamos 32 personas encadenadas, en pantaloneta, descalzas, y esa imagen parecía una fila de esclavos, que pude ver desde el alto donde iniciaba el descenso hacia el río. Y como gran cosa ese día, porque siempre nos llevaban a pequeñas quebradas, tapadas completamente por vegetación, nos dieron río y nos dijeron: pueden nadar si quieren (..) Esa imagen, congelada allí, creo que me acompañará siempre”.
Jara contó, además, que durante el cautiverio se enfermó de paludismo cerebral, hepatitis y leishmaniasis. Asimismo, describió la angustia que vivieron él y el grupo de secuestrados con el que se encontraba cuando las Farc les quitaron los radios, que era la única manera de enterarse de lo que ocurría afuera de la selva: “Duramos casi un año sin radio, sin saber absolutamente nada del mundo exterior. Qué sensación tan dura, tan difícil, imposible de describir también. Después nos retornaron un radiecito para entre todos y (fue) volvernos a intentar poner al día, descubrir con el tiempo que algunas personas que nos enviaban mensajes habían muerto”.
Frente a las medidas de reparación, pidió que se conozca la verdad sobre su secuestro: “Yo quiero hacer unas preguntas. Mi familia y yo queremos saber de las Farc la verdad sobre los hechos que rodearon mi secuestro: ¿Quiénes participaron directamente? ¿Quiénes colaboraron? ¿Qué informantes tenían? ¿Quiénes fueron los determinadores? ¿Hubo terceros distintos a la guerrilla involucrados?”. Además, le hizo dos preguntas al gobierno de la época: “¿Por qué no había ese día presencia de Fuerza Pública? ¿Por qué no se realizó el acuerdo humanitario?”.
Finalmente, también como medida de reparación, le solicitó a la JEP llevar a cabo las medidas necesarias para que el país no olvide lo ocurrido y, por esa vía, contribuya a garantizar la no repetición: “Que la sociedad entera, los que en la Colombia rural han sufrido el conflicto, y los que de pronto en la ciudad no lo han vivido, conozcan que pasó y que no se olvide. Creo que es una tarea que conjuntamente con el Centro (Nacional) de Memoria (Histórica), con la Comisión de la Verdad, pueda llevar a ese propósito de que esto nunca más se repita. Esa es mi reparación”.
“Me tocó aprender a caminar de nuevo durante el secuestro”
Este oficial en retiro de la Policía Nacional, quien en enero de 2009 fue ascendido al rango de general mientras aún se encontraba en cautiverio, relató cómo ocurrió la toma de Mitú, en donde fue plagiado junto a 60 uniformados más; cómo fueron sus casi doce años de secuestro; y cómo recuperó la libertad gracias a la Operación Camaleón.
Fue una narración sentida y pausada, interrumpida en varias ocasiones por las lágrimas. Agradeció a quienes lo ayudaron en cautiverio a sortear sus delicados problemas de salud y a quienes por medio de la radio permitieron que le llegaran voces de aliento desde el exterior.
El inicio de su relato se remontó al 16 de septiembre de 1998 y a la ciudad de Santa Marta, cuando le notificaron que sería trasladado a Mitú, la capital de Vaupés. Al día siguiente, con el rango de coronel, asumió como comandante de Policía de ese departamento y lo pusieron al tanto de la situación a la que se enfrentaba: “Que las Farc estaban cerca y se presumía una toma terrorista”.
Contó que a partir de ese momento le fueron enviados semanalmente varios informes de inteligencia a la Séptima Brigada del Ejército y a “diferentes instancias de la Policía Nacional sobre la situación de orden público que se estaba viviendo, solicitando los respectivos refuerzos de personas, de armamento e incluso de comunicaciones para tratar de monitorear las comunicaciones de las Farc”.
De acuerdo con Mendieta, en la madrugada del primero de noviembre de 1998 inició el ataque contra la cabecera municipal con cilindros bomba, que continuó todo el día a pesar de que el comando de Policía fue destruido hacia las 10 de la mañana. Una vez sometidos los uniformados, cuenta el general retirado, los guerrilleros les pusieron cordeles en el cuello, les ataron las manos y los hicieron marchar en fila río arriba, hasta un punto en donde los esperaba una lancha que los llevó a las profundidades de la selva.
El general dijo que, tras la toma, les contaron que en ella participaron dos mil guerrilleros, porque el ‘Mono Jojoy’ ordenó que participaran siete frentes y tres compañías móviles. En cambio, en Mitú apenas había 76 uniformados y 30 policías bachilleres encargados, según él, de estar en contacto con la comunidad y de hacer actividades culturales.
A partir de ese momento, Mendieta pasó por varios campamentos, realizó marchas forzadas y tuvo diferentes carceleros. Posteriormente, las Farc liberaron unilateralmente a 54 de los policías retenidos en Mitú. Sin embargo, permanecieron secuestrados los de alto rango. De acuerdo con el general: “En los días siguientes nos trasladan y es ahí en donde alias ‘Grannobles’, hermano del ‘Mono Jojoy’, nos llevó cadenas gruesas con candados. Nos acordonaban de a dos, en oportunidades hasta tres secuestrados, uno tras de otro”.
Y prosiguió: “A veces se le decía al guerrillero que concediera al menos un eslabón de la cadena. Yo creo que ese era el trato digno y humanitario por parte de la guerrilla: que le ceda un eslabón para que no le quede tan apretada la cadena y le maltrate al comer o al beber, al ceder un eslabón uno respira un poquito. (En ocasiones) la cadena presionaba la libre respiración y en momentos me despertaba con medio cuerpo paralizado y medio cerebro con hormigueo”. También refirió la falta de la atención de enfermedades y suministro de medicamentos.
Con la cancelación de los diálogos de paz con el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) y la clausura de la zona distensión, volvieron las marchas en medio de la selva. Estas se agudizaron tras la ofensiva militar que el presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2006/2006-2010) emprendió contra las Farc. Al respecto, el general Mendieta contó que el ‘Mono Jojoy’ les dijo personalmente a los secuestrados: “Mientras el doctor Uribe sea presidente de la República, ustedes no salen de acá”. Y que a él le dictó la siguiente sentencia: “Coronel, usted es el último en salir, si es que llega a salir”.
Producto de la fuerte presión de la Fuerza Pública, los secuestrados tuvieron que marchar constantemente durante tres meses y ese traslado fue denominado por algunos de ellos como la “marcha de la muerte”. “Después de varios meses de caminar, infortunadamente se me fueron afectando las piernas. Cortaron un palo y me lo prestaron para que me apoyara. Caminaba cojeando. En los días siguientes, como seguían las marchas, ya no podía casi caminar y utilicé muletas con otro palo. Mientras mis compañeros llegaban a las cuatro o cinco de la tarde, como me quedaba (rezagado), llegaba a las diez u once de la noche exhausto y muchas veces ni comía”, relató.
Su movilidad siguió deteriorándose: “Después de otros días de andar con las muletas ya no me pude levantar, entonces me tocó arrastrarme (con los) codos, (las) manos. Allí en ese tiempo también estaba alias ‘Jerónimo’ y me dijo, mientras mis compañeros fueron a la quebrada a bañarse: ‘Vaya, vaya báñese’. No sé si era burla o qué era, porque si no podía caminar, cómo me podía bañar”.
Su salud empezó a mejorar luego de que una enfermera de otra cuadrilla le suministrara una inyección antitetánica y le aplicaran inyecciones de penicilina durante los diez días siguientes. “Gracias a eso comencé a medio recuperarme. Da la casualidad que también nos quedamos en un solo sitio y ahí pedí permiso para que me dejaran ir hacia el lado del río. Me arrastraba y en el río comencé a mover las piernas, y poco a poco fui comenzando ese proceso de nuevamente recuperarme. Al comienzo es como volver nuevamente a caminar: gatear, después como cuando un niño trata de mantener el equilibrio, y así fui avanzando. Afortunadamente algunos compañeros me ayudaban con masajes y estiramientos, y días después pude recuperar la movilidad”, explicó.
A raíz de la cercana presencia de la Fuerza Pública, las amenazas de ejecución aumentaron. Pero el general destacó que “durante los once años, siete meses, trece días y 19 horas que duró mi secuestro, siempre estuvimos con amenazas permanentes de muerte: los fusiles apuntándonos y muchas veces la munición la sacaban y la cargaban para simular que nos fusilaban. En muchas ocasiones hacían simulacro de lanzarnos granadas”.
Tras concluir su relato, les preguntó a los magistrados por las demás víctimas de las Farc, especialmente los secuestrados que nunca retornaron a sus casas y de quienes no se tienen noticias. Asimismo, por cómo será la reparación y la reconstrucción de las vidas de quienes sufrieron “las inclemencias de la barbarie terrorista por parte de las Farc”.
Finalmente, cuestionó a la comunidad nacional y a la internacional por la indiferencia que, a su juicio, tuvieron con los denominados “canjeables”. Y criticó duramente el proceso de paz: “Destacar que gracias a ese proceso los únicos beneficiados fueron las Farc, que en este momento tienen las diez curules, que le dieron presupuesto a su movimiento político, que le dieron cargos en el Ejecutivo, que el dieron un magistrado en el Consejo Nacional Electoral, mientras que las víctimas que ellos ocasionaron hemos sido los excluidos, los marginados”.
“Que se recuerde la infamia para que nunca se repita”
Fue secuestrado el 11 abril de 2002 con once de sus compañeros, todos ellos diputados de la Asamblea Departamental del Valle del Cauca. Estuvo en cautiverio durante siete años y es el único sobreviviente de ese plagio colectivo, ejecutado por guerrilleros de las Farc que se hicieron pasar por miembros de la Fuerza Pública y simularon un operativo de evacuación. Fue liberado el 5 de febrero de 2009, gracias a la gestión del entonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de la senadora Piedad Córdoba.
En 2012, por orden de la entonces fiscal Martha Lucía Zamora, hoy directora administrativa de la JEP, fue detenido durante cuatro meses, acusado falsamente de haber participado en la retención de sus compañeros y de haberse “autosecuestrado”. A esos hechos, a los que López califica como su segundo secuestro y una revictimización, se refirió en los primeros apartados de su testimonio ante los magistrados de la JEP:
“Yo permanentemente soy insultado. Hace 20 días fui a un concierto de boleros con mi familia y una señora me insultó. A veces los taxistas me gritan: ‘¡Asesino traidor!’ Mis hijos han sufrido esta estigmatización producto de una revictimización que hicieron porque dizque mi nariz y voz se parecían (a las de uno de los jefes guerrilleros que planeó el secuestro). Esta señora (Zamora) salió el primero de junio de 2012 a anunciar falsos testigos, esta señora directora de una unidad de fiscales ante la Corte (Suprema) nada tenía que hacer en la Unidad de Derechos Humanos y apareció cambiando decisiones”, declaró.
Por eso, recalcó que espera que “la verdad para nuestra familia y la historia sea nuestra principal medida de satisfacción. Que las Farc digan toda la verdad y quiénes fueron sus auxiliadores. Hay personas que pueden ayudar en esto. Hay un guerrillero, alias ‘Santiago’, que estuvo en la planificación y dijo que dirá todo en la JEP. Era el segundo comandante del Frente Urbano Manuel Cepeda Vargas, que planificó con ‘JJ’ el secuestro de los diputados. Cuando me pusieron preso, él estaba en la cárcel de Chiquinquirá y salió a decir: ‘Eso es falso, eso es un falso positivo judicial. No es cierto. El que aparece en ese video es ‘JJ’, era mi jefe, yo era el segundo. Yo estuve allí cuando se filmó ese video y ese no es Sigifredo’. Sin embargo, pasó toda esa historia”.
Y continuó: “Me indigna y me siento revictimizado cuando llego a la JEP, bien sea como víctima o como abogado, y tengo que saber que una persona en esas condiciones está aquí trabajando como secretaria ejecutiva (sic) de este importante órgano jurisdiccional”.
Sobre las Farc y la práctica del secuestro, señaló que da “cuenta de la barbarie, de la degradación a la que llegó el conflicto armado en Colombia, en lo bestias que terminaron convertidos estos señores: campos de concentración, un hombre arrastrándose enfermo porque no puede ir al baño y prefieren que se muera, como (ocurrió con) el general Guevara. ¿Y los conceptos de dignidad? Hablaban de intercambio humanitario, de los protocolos de Ginebra, de humanizar la guerra para el intercambio de prisioneros, y no tuvieron la altura histórica, ni siquiera la dignidad, para casos como esos, de entregar un secuestrado. Preferían que se muriera”.
También se refirió al rol del entonces presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez (2002-2006/2006-2010): “Recuerdo muy bien cómo cuando se hablaba de intercambio humanitario, el presidente Uribe decía que no lo hacía porque eso era estimular a los secuestradores para que sigan secuestrando. (Dio a entender) ‘ustedes, señores secuestrados, son la cuota de sacrificio de esta sociedad para que no haya más secuestrados en Colombia’, y nos condenó al olvido. ¿Hay algo más verraco que la muerte? Sí, más duro es morir de olvido”.
Además, cuestionó el trato que recibieron las madres y esposas de los diputados: “Estas mujeres iban de pueblo en pueblo, de plaza en plaza, a rogar un intercambio humanitario. Y donde llegaba el presidente Uribe, allí estaban ellas con su cartelito. Y eran expulsadas, no las dejaban ingresar. Como delincuentes (las trataban), porque tenían una camiseta que decía ‘intercambio humanitario’”.
Como medida de satisfacción pidió que se creen espacios en el Museo Nacional dedicado a las víctimas del conflicto armado, “en donde los ciudadanos puedan apreciar qué es una caleta y en qué condiciones vivía un ser humano durante siete, ocho, 12 o 14 años. Que, así como en el Museo del Holocausto en Washington o en Auschwitz, la gente pueda escuchar las voces de las víctimas o fracciones de estos relatos. Creo que este conflicto lo merece y hay que destinar recursos para eso. Hay que unificar esfuerzos institucionales para dignificar este dolor y darle el espacio que merece. Que se recuerde la infamia para que nunca se repita y no se olvide jamás”.
Finalmente, cerró su intervención con un mensaje a los magistrados: “La sociedad colombiana espera mucho de ustedes, que el principio de centralidad de las víctimas no se convierta en una nueva frustración. Nosotros ya pusimos una cuota de dolor muy alta con nuestro cautiverio, y hemos puesto otra cuota de dolor muy alta sacrificando justicia para que estas nuevas generaciones no vivan lo que nos tocó sufrir”.
“Este es el relato de mi descenso al infierno”
La excandidata presidencial no pudo asistir presencialmente a la JEP, pero lo hizo por medio de videoconferencia. De manera clara y pausada, hizo un crudo relato de su cautiverio, que inició el 22 de febrero de 2002 y concluyó con su rescate el 2 de julio de 2008 tras la Operación Jaque. Primero destacó la importancia de la verdad y las múltiples preguntas que aún tiene.
“Considero que (este) es uno de los momentos más importantes en la búsqueda de justicia y verdad para nosotros los secuestrados. La relación que tenemos con la verdad, ustedes lo saben mejor que yo, es fundacional y nos construye. Por eso la búsqueda de la verdad no es un ejercicio caprichoso, es la relación que tenemos con nuestra vida, con la realidad, obviamente desde un punto de vista espiritual, pero también místico si se quiere, porque la verdad es la que nos libera, nos pone en armonía con el mundo y con el entorno. Finalmente, nos contacta con nuestra esencia. Solo con la verdad es posible construir una relación con el otro, es decir, con la sociedad, basada sobre la confianza, que nos permita vivir en paz”.
Y prosiguió en esa línea: “La verdad de los secuestrados es, obviamente, una verdad compleja, además de ser dolorosa. La mía es la de haber sido víctima de múltiples maneras y en diferentes tiempos: antes, durante y después del secuestro. Por eso, tal vez, he comprendido y compartido la sed de los colombianos de lograr la paz, pero debo decir ante ustedes que, después de tantos años y de tanto esfuerzo por perdonar, hay cosas hechas por individuos o el colectivo de las Farc con las cuales jamás podré reconciliarme”.
Tras destacar la importante tarea que tendrán los magistrados de la JEP para esclarecer la verdad e impartir justicia, la excandidata presidencial explicó cuáles fueron las circunstancias que rodearon su secuestro.
Primero, aclaró que decidió viajar a San Vicente del Caguán (Caquetá) por petición del alcalde de ese municipio, Néstor León Ramírez, quien era el único mandatario local que tenía su partido político, Oxígeno Verde. Ante el temor que le suscitaba el hecho de que las Farc atacaran a la población tras la ruptura de los diálogos de paz que se venían adelantando en esa región con el gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana (1998-2002), Ramírez le insistió en que los visitara para que diera señal de respaldo a la comunidad. La segunda aclaración de Betancourt es que, para viajar, puso como condición que su esquema de seguridad estuviera garantizado.
“¿Por qué puse esa condición? Porque muchas veces, durante los meses que llevábamos de campaña, nos habían montado en un avión para irnos a una correría política, para encontrarnos al llegar que los carros blindados que supuestamente nos iban a facilitar estaban dañados o no estaban a disposición”, explicó. Y agregó que, en el aeropuerto de Bogotá, el capitán Barrera, de la Policía Nacional, quien era parte de su esquema de seguridad, le mostró un fax que le autorizaba el uso de dos carros blindados y dos motos para protegerla en su viaje desde Florencia hasta San Vicente del Caguán.
Por eso, aseguró que viajó a Florencia. Al llegar, el mayor Rubiano de la Policía, encargado de la seguridad del aeropuerto, le ofreció dos helicópteros, los cuales finalmente les fueron negados porque “desde arriba le dijeron (que) no (los) podía facilitar”. En ese momento, dice ella, llegó el presidente Pastrana, quien no la saludó y se dirigió en uno de los helicópteros a San Vicente del Caguán.
Betancourt contó que, tras el incidente con los helicópteros y cuando se disponía a hacer el viaje por vía terrestre, como lo tenía planeado, le fueron retirados los vehículos asignados y los escoltas. Sin embargo, uno de sus hombres de confianza, que pertenecía al DAS, consiguió un carro blindado de esa entidad, que acoplaron con banderas blancas e insignias de misión humanitaria, para finalmente hacer el viaje a San Vicente del Caguán. El último contacto que tuvo con funcionarios estatales fue en un retén de control de identidad en las afueras de Florencia. Tras cruzarlo, fue retenida por las Farc.
A partir de ese punto, y por cuenta de la versión que manejó el gobierno nacional, a la excandidata presidencial la abruman las preguntas. “La versión oficial del gobierno que se dio a conocer cuando estaba secuestrada, y la cual no pude controvertir, es que yo, o alguien de mi comitiva, firmó un descargo en ese retén, un papel, diciendo que pasábamos por cuenta y riesgo propio. Ese documento, hasta el día de hoy, nadie lo ha visto, pero dicen que existe”, refiere con indignación.
“La versión oficial dice que era peligroso coger esa carretera, que se nos había advertido. Si era tan peligroso coger esa carretera, la pregunta que yo me hago es: ¿Por qué me quitaron los escoltas? ¿Por qué la orden fue ‘los escoltas no pueden ir con Íngrid Betancourt’? Si el punto era proteger mi vida, la orden tenía que ser nadie pasa, nadie sale de Florencia. Pero esa no fue la orden. La orden fue: ‘los escoltas se quedan e Íngrid hace lo que quiera.’ ¿Acaso lo que se pretendía era defender la vida de mis escoltas y no la mía? Hay preguntas a las cuales no puedo responder. Lo que sí sé es que si era tan peligroso y si el Estado tenía claro que corría riesgo con la comitiva que me estaba acompañando, ¿por qué nos facilitaron un vehículo oficial del DAS con placas de las Fuerzas Militares?”, cuestionó.
Y continuó: “Si era tan peligroso que yo cogiera la carretera y si se sabía, ¿por qué no cerraron el retén militar? No solamente para protegerme la vida a mí, sino a todos los civiles que cruzaron ese retén militar ese día, que estaban en igual o mayor riesgo que yo, si la zona era tan peligrosa como después pretendieron que nos habían dicho”.
Otro interrogante que expresó fue sobre el supuesto descargo que firmó en el retén: “¿A todos le hicieron firmar un descargo, al grupo que iba conmigo en ese carro del DAS? ¿Y a los del camión que pasaron al frente, el bus, la moto, el taxi, el vehículo de la Cruz Roja que estaba al frente mío que pasó antes que nosotros? ¿Dónde están los descargos de todas esas personas? Porque si el único descargo que existe es el mío, entonces esa realidad presenta más preguntas que respuestas, porque en ese caso quiere decir que alguien sabía lo que iba a pasar y se estaban cubriendo en salud”.
“Dicen, adicionalmente, que nos avisaron de múltiples maneras. ¿A mí alguien me dijo que había un retén de la guerrilla? ¿Que nos estaban esperando para secuestrarnos? ¿A quién le dijeron? Porque a mis escoltas les dijeron otra cosa. Pero, adicionalmente, el Presidente de la República, que yo acababa de ver cinco minutos antes, se estaba subiendo en un avión (helicóptero) para ir San Vicente para probar que la zona estaba bajo control militar, que ya habían sacado a la guerrilla y que por lo tanto los colombianos habían retomado el control de su soberanía. El viaje del Presidente era para demostrar que no había problema, no era para decir que era una zona de guerra”, concluyó.
Tras cerrar ese punto, Betancourt narró cómo fue el trato cruel recibió por parte de sus captores, a quienes acusó de tortura psicológica. Asimismo, agradeció la valentía de “los muchachos héroes de la Operación Jaque”, la cuestionada misión de rescate que le permitió a ella y a otros secuestrados recobrar la libertad.
Finalmente, señaló que “si no creyera que las personas somos capaces de cambiar, no le hubiera apostado al proceso de paz, porque fue demasiada la crueldad que vivimos y de la cual fuimos testigos”.
“Nunca entendimos por qué no se hizo el intercambio humanitario”
Fue secuestrada por las Farc el 10 de septiembre de 2001, en la vía Pitalito – Neiva, cuando fungía como Representante a la Cámara por el departamento del Huila. Fue liberada en 2008 gracias a las gestiones del entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y de la senadora Piedad Córdoba.
Inició su intervención en la JEP detallando la manera como fue retenida por milicianos de las Farc cuando se dirigía al aeropuerto de Neiva para tomar un vuelo rumbo a Bogotá. Posteriormente, narró su traslado hasta el departamento del Caquetá y describió su primera conversación con el entonces comandante guerrillero Víctor Julio Suárez, conocido como ‘Jorge Briceño’ o ‘Mono Jojoy’:
“Llegó el ‘Mono Jojoy’ con un staff grandísimo de seguridad, me notificó que el secuestro era político (…) Le dije que cuál fue la razón para pensar en mí, me dijo: ‘Porque usted hace parte del establecimiento’. No se me olvida el término. Y le dije: ‘Yo no hago parte del establecimiento, yo tengo una representación popular, estoy representando a mi departamento en la Cámara de Representantes y pertenezco a ese conglomerado popular’. Es más, se estaba empezando a debatir el tema de las candidaturas presidenciales y me dijo: ‘¿Usted con quién está?’, le dije: ‘Apoyando a Horacio Serpa’. Me dijo: ‘De todas maneras usted sale de aquí cuando haya un hecho político’, que era el intercambio humanitario”.
González dio más detalles de la conversación: “(‘Briceño’) me dijo: ‘Ustedes todos los políticos dicen lo mismo, que no pertenecen al establecimiento, que no tienen la culpa de la situación del país, que se la juegan por las clases desprotegidas, pero nosotros hemos tomado la decisión de cogerlos y usted se va para la cárcel del pueblo’. Primera vez que me enteraba yo que los señores de la guerrilla tenían cárceles en lo profundo del bosque. Mi reacción fue decirle: ‘Por qué a la cárcel, si yo no he cometido ningún delito’. Me dijo: ‘Se va para la cárcel del pueblo, donde están los policías, los soldados, Alan Jara y Orlando Beltrán’”.
Posteriormente, contó la excongresista, fue trasladada al campamento del Caquetá donde permanecían la mayoría de los secuestrados. Allí, según relató, “éramos 32 entre todos, yo era la única mujer. Empezó la angustia de cómo iba a manejar esto. Les cuento a ustedes, con sinceridad, que tal vez lloré las 24 horas del día. Lloraba porque no sabía el desenlace, me angustiaba y me dolía profundamente el dolor de mis hijas, de mi familia. Pienso que me dolía más eso que mi mismo dolor”.
Como el resto de los secuestrados, González fue sometida a largas caminatas por la selva tras el desalojo de ese campamento: “Empezaron las caminatas de seis, siete horas diarias, a veces con una comida al día, que era agua con lenteja. Si era invierno, lavados hasta los tuétanos (…) Empieza uno a conocer el famoso ‘chonto’, que era el baño donde íbamos a hacer nuestras necesidades personales. Algo tan privado, (que fue) duro para los señores, pero muy duro para nosotras las mujeres, lo teníamos que hacer frente a cuatro, cinco, seis guerrilleros, porque no había otra manera”. Además, la excongresista aseguró que las Farc nunca le suministraron un medicamento para la tensión que le había sido recetado desde antes del secuestro.
Por otra parte, calificó como “tortura” el hecho de que los guerrilleros, ocasionalmente y “sin razón”, les quitaran los radios a los secuestrados, que eran su “único contacto con el exterior”. Igualmente, relató un episodio que da cuenta de la manera como fueron alimentados durante el cautiverio: “La comida era arroz, agua de lentejas, agua de arvejas. Aguantábamos hambre, quedábamos con hambre, y ellos lo sabían. Inclusive, cuando estábamos 10 civiles fue tal el desespero, la rabia, que nos organizamos y con pedazos de papeles que teníamos por ahí hicimos letreros y nos paramos frente a la puerta de la jaula gritando: ‘Tenemos hambre’”.
Por esos y otros hechos, la excongresista declaró: “La retención nuestra fue un atentado a la dignidad humana (…) Nos estuvieron atropellando todos nuestros derechos: a la libertad, a la educación, al trabajo, al compartir en familia, a la recreación, a la alimentación saludable. Eran tratos odiosos, humillantes, discriminatorios y violentos”.
También cuestionó el hecho de que los gobiernos de Andrés Pastrana (1998-2002) y Álvaro Uribe (2002-2006/2006-2010) no hubieran negociado el acuerdo humanitario que pedían las Farc:
“Nunca entendimos por qué en el gobierno de la época y en el que sucedió al doctor Pastrana no se hizo el intercambio humanitario. Sufríamos cuando podíamos oír en radio que entre Palestina e Israel se intercambiaban cadáveres por prisioneros, (porque) nosotros éramos seres vivientes, colombianos cumpliendo en el momento de la retención con nuestro deber. Esta es otra cosa que se debe tener en cuenta, señores magistrados: a mucha gente igual que nosotros, ajena al conflicto, se les hubiera podido evitar su muerte si el Estado colombiano se sienta con la guerrilla a pensar en una salida humanitaria”. Al respecto, refirió los casos de los asesinados diputados del Valle del Cauca, del gobernador de Antioquia Guillermo Gaviria, del asesor de Paz de la gobernación de Antioquia Gilberto Echeverri y del cabo de la Policía José Norberto Pérez.
González les planteó a los magistrados dos medidas de reparación. La primera consiste en que las Farc dignifiquen su nombre: “Es la oportunidad para que los guerrilleros reivindiquen mi nombre ante el Huila y el país, porque, cuando se presenta un secuestro y cuando uno ejerce vida pública, en el común del comentario empiezan: ‘Por qué sería, algo pasó, en qué estaría metida’. Eso permite correr rumor que los señores de la guerrilla tienen que salir a contrarrestar, diciendo la realidad sobre lo que yo significaba en mi trabajo político”.
La segunda consiste en que se sepa la verdad sobre las razones de su secuestro y el de otros congresistas: “Esta es la oportunidad para que la guerrilla nos cuente las razones que tuvo para retener a tres parlamentarios en ejercicio del departamento del Huila, todos del partido Liberal (…) Tenemos derecho a tener inquietudes: ¿Fue solamente de ellos (las Farc) la iniciativa? ¿Hubo intereses distintos a los de ellos? ¿Hubo terceros? ¿Hubo determinadores distintos? Nosotros queremos saber”.
Adicionalmente, declaró que el secuestro de los tres congresistas del Huila (ella, Jorge Eduardo Géchem y Orlando Beltrán) lesionó el proyecto del Partido Liberal en ese departamento: “Nosotros encontramos al regreso (del secuestro) unos equipos políticos (que eran) victoriosos, mayoritarios, vueltos nada, acabados. La gente de liderazgo en nuestros equipos (quedó) organizada en otros movimientos políticos. Por eso tenemos la duda de qué pasó y qué movió a la guerrilla para cometer este secuestro de los tres”.
“El secuestro me hacía sentir en los peores campos de concentración”
Fue secuestrado el 20 de febrero de 2002, cuando ejercía como Senador. Guerrilleros de las Farc tomaron el control de una aeronave que cubría el vuelo Neiva – Bogotá, en la que Géchem se transportaba, y la hicieron aterrizar entre los municipios de Hobo y Gigante, en Huila. El hecho ocasionó la cancelación de los diálogos de paz entre esa guerrilla y el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002). Fue dejado en libertad el 27 de febrero de 2008 a raíz de su delicado estado de salud y entregado a una misión humanitaria integrada por la entonces senadora Piedad Córdoba.
En su relato les pidió a los magistrados que entiendan el secuestro como un crimen de lesa humanidad: “Es un crimen execrable con el que se vulnera la dignidad humana, con el que se produce a la víctima dolor, crueldad, sangre, angustia, temor, incertidumbre, deterioro de la salud, desvinculación con la familia, seres queridos y amigos. Por tal razón, se debe entender como un crimen de lesa humanidad, solicitud que hago en esta ocasión a la honorable corte de la JEP”.
“A pesar de haber sido víctima de secuestro por parte de las Farc, no dudé en respaldar la inquebrantable voluntad de paz del presidente (Juan Manuel) Santos, inspirada en los principios del acuerdo: verdad, justicia, reparación y no repetición, que dieron origen a la posterior creación de este respetable organismo de la JEP, al que hoy acudo con confianza porque sé lo que representa, la alta calidad de sus integrantes y el cumplimiento con responsabilidad de los objetivos trazados. Por eso, aprobé la creación, en ese entonces, de la ley estatutaria de la JEP, respaldé el proceso de paz (teniendo) como argumento principal la no repetición, aspirando a que ningún otro colombiano le suceda lo que a mí y a otros compatriotas nos ha ocurrido: un secuestro cruel y tortuoso”, expresó.
En cuanto al principio de verdad, pidió que se esclarezca por qué se golpeó a su corriente política: “La Farc tendrá que decir, y es mi emplazamiento, aparte de las generales, las razones puntuales que los llevaron a que en el departamento del Huila los tres únicos parlamentarios liberales de la región fuimos víctimas del secuestro por parte del Secretariado. ¿Qué factores y qué personas auspiciaron este cruel hecho? Al igual que el exterminio de los miembros de la familia Turbay en Caquetá, así como de tantos otros secuestrados en Huila y en el país”.
También hizo hincapié en ese punto, rememorando la época de cautiverio: “La falta a la verdad entorpeció que se hubiera llevado a cabo la posibilidad de avanzar en un acuerdo humanitario en el gobierno del presidente (Álvaro) Uribe (2002-2006/2006-2010). Pedían despejar Pradera y Florida, en Valle (del Cauca). Uribe se negó por el pésimo balance del Caguán, no despejaría porque no cumplirían. Razón tenía el presidente Álvaro Uribe con ese argumento. En aquella época, agosto de 2003, fue cuando nos visitó a los secuestrados alias el ‘Mono Jojoy’ con el periodista Jorge Enrique Botero para (obtener) pruebas de supervivencia. Nos dijo con claridad ‘Jojoy’, que así el presidente Uribe despejara los dos municipios en mención, no habría acuerdo humanitario. Esperamos que ahora sí digan la verdad”.
Durante su intervención, el Senador anexó abundante material documental sobre su secuestro e historias clínicas sobre las afectaciones de salud que le produjo a él y a su familia.
“Estas indemnizaciones por salud, por pérdida de años de vida de toda una familia, por pérdida laboral y de proyección, sí las voy a reclamar. Y dejo esta solicitud con base en la ley vigente, aclarando que anexo también la historia clínica de mi madre y el acta de defunción por afecciones cardiacas que nunca había sufrido, atribuidas al secuestro. Por este hecho no reclamo ninguna indemnización, ella no tiene ningún precio. Y por este grave suceso no perdono a las Farc”, dijo con tono enérgico.
Sobre el dolor que lo embargó durante el cautiverio, señaló: “En mi secuestro, cada momento que las Farc propiciaba asesinatos a colombianos inermes y de bien, reaccionaba en mi interior y exclamaba con desesperación: ¡En manos de quién estamos secuestrados! Y me respondía solo: ‘de unos asesinos’. Obviamente, la angustia y el temor me embargaban inmensamente. Todos estos hechos atroces, más el propio viacrucis de mi secuestro, me hacían sentirme en los peores campos de concentración, recordando la Segunda Guerra Mundial”.
Durante su relato, el Senador no pudo contener las lágrimas mientras leía los testimonios que sus hijos prepararon para la JEP, que incluyeron información sobre sus sueños incumplidos, las dificultades que tuvieron que sortear para acceder a la educación superior y las dificultades que atravesó el más pequeño de la casa. “Son hechos que también lastiman el alma a través del entorno familiar”, dijo entre sollozos.
También le dedicó un espacio al daño político que, a su juicio, las Farc causaron con su secuestro y el de sus compañeros de bancada en el Congreso: “Teníamos una representación política en las regiones. Con la doctora Consuelito González dirigimos un sector importante de la política liberal del departamento de Huila, un sector de mayorías; el doctor Orlando Beltrán dirigía el otro sector liberal importante en el departamento. Él llevaba la vocería en la Cámara, Consuelo González llevaba la vocería en la Cámara y yo en ese equipo con Consuelo llevaba la vocería en el Senado. Al orientar las mayorías en el departamento de Huila estos tres parlamentarios, también se lastimó y lesionó (con el secuestro) las amplias comunidades que representábamos. Muchos proyectos se quedaron en el vacío y, obviamente, muchos liderazgos que estábamos proyectando no tuvieron la posibilidad de sobresalir y de tener los mismos espacios que nosotros hubiéramos podido brindar”, explicó.
Finalmente, concluyó que con el secuestro “hay perjuicios a la víctima, a la familia, a los amigos, a las comunidades del departamento del Huila y del sur colombiano. Por eso reclamamos e insistimos, con todo el respeto, que pueda ser considerado este delito como de lesa humanidad”.
“El Estado nunca nos prestó seguridad”
Fue secuestrado el 21 de agosto de 2001 en el Huila, cuando fungía como Representante a la Cámara por ese departamento. Fue liberado en febrero de 2008 junto a los también congresistas Gloria Polanco, Luis Eladio Pérez y Jorge Géchem, gracias a las gestiones del entonces presidente Hugo Chávez y de la senadora Piedad Córdoba.
Contó que, aunque el comando guerrillero que lo retuvo le dijo que “era para dialogar sobre un proyecto de ley del que había sido ponente y que beneficiaba a los campesinos de Colombia”, posteriormente el comandante de las Farc conocido como ‘Mono Jojoy’ le informó personalmente que se trataba de un secuestro político con intenciones de canje. Más tarde, según relató, “me notificaron que iba a recibir el mismo trato que el Estado colombiano le estaba dando a los guerrilleros en las cárceles del país”.
Como otros secuestrados, cuestionó las decisiones que tomó el entonces presidente de la República, Andrés Pastrana: “Lo más triste de todo es que el Estado colombiano había sido advertido meses antes por todos los medios de comunicación, yo mismo escuché al ‘Mono Jojoy’ (diciendo que) iba a implementar la política de retener a las personalidades en Colombia. El Estado sabía, la policía sabía, los organismos de inteligencia sabían, y nunca nos prestaron seguridad. Esa es una realidad que nadie puede desconocer”.
Igualmente, criticó a la entonces guerrilla de las Farc por el trato que les brindó a los secuestrados: “A través de la retención empiezo a darme cuenta de que aquel movimiento político – militar que vendía la idea de que reivindicaba a los sectores sociales y pobres del país, que tenía como bandera una revolución y transformar la sociedad colombiana, lo que estaba haciendo era típico de la delincuencia, del más horrible criminal (…) Esa era la política que ellos habían trazado. Todo el concepto de un movimiento revolucionario se empieza a derrumbar”.
Frente a los máximos responsables de su secuestro, refirió: “El señor ‘(Martín) Sombra’ tenía el deber, por así decirlo, de intimidar permanentemente a los prisioneros y manifestaba que estaba cumpliendo órdenes de la dirección nacional: de ‘Manuel Marulanda’, del ‘Mono Jojoy’ y de toda la cúpula. Fundamentalmente, quien nos visitaba para las tales pruebas de supervivencia era el ‘Mono Jojoy’, con un mando militar absoluto y tenebroso que toda la guerrilla le guardaba (…) Estuvo también el hermano del ‘Mono Jojoy’, un tal ‘Grannobles’, que duró un tiempo como carcelero y decía que estaba pagando una sanción que le habían puesto las Farc por haber matado unos ciudadanos norteamericanos sin permiso de la dirección”.
Beltrán también aseguró que durante su secuestro pudo constatar la comisión de reclutamientos forzados y abusos sexuales contra menores combatientes en las filas de las Farc. Al respecto, declaró: “Lo más triste es cuando sigue uno dándose cuenta de que las niñas no eran tan eficientes en el combate, porque una niña qué puede combatir a los diez años, pero sí eran el instrumento utilizado para satisfacer sexualmente a toda la guerillerada. Qué tristeza y qué dolor ver a las hijas de los campesinos allá metidas, cumpliendo esa función”.
Sobre sus expectativas frente a la justicia transicional, pidió conocer la verdad sobre la posible participación de terceros en su secuestro: “Ellos (los guerrilleros) me dijeron algo que todavía no puedo olvidar: que además de la política y las órdenes de la dirección de las Farc, también tenían contacto con políticos en las diferentes regiones y que estos políticos estuvieron de acuerdo para que secuestraran a determinadas personas. Y aquí me queda un gran vacío: como que de 10 parlamentarios que secuestraron en Colombia, cuatro (sic) fueron del departamento del Huila, todos del partido Liberal”. Igualmente, aseguró que su secuestro y el de sus compañeros permitió el ascenso de otras fuerzas políticas en el departamento.
Beltrán también pidió que los excombatientes informen sobre el paradero de personas desaparecidas en el Huila.
Finalmente, expresó frente a la reparación: “En efecto de darle cumplimiento a los acuerdos (de paz), (pido) que (a los excomandantes de las Farc) se les aplique la máxima pena que se pueda por parte de la Jurisdicción. Y en una pena restaurativa, que los obliguen fundamentalmente a restaurar el bosque, que por lo menos planten más de 500 mil árboles, porque también conozco la tragedia ambiental que le están causando al país con los cultivos de coca. Ellos son los responsables, manejan ese negocio y tienen que contribuirle al país a reparar el bosque”.
“Nada, nada justifica secuestrar y retener ilegalmente a ninguna persona”
Fue plagiada el 22 de febrero de 2002 junto con la entonces candidata presidencial del partido Oxígeno Verde, Íngrid Betancourt, cuando se dirigían por carretera a San Vicente del Caguán tras el fin de los diálogos de paz que adelantó el presidente Andrés Pastrana (1998-2002) con la extinta guerrilla de las Farc.
Rojas estuvo en cautiverio durante casi seis años y en las selvas colombianas, sorteando toda clase de obstáculos, dio a luz a su hijo Emmanuel. Fue liberada el 10 de enero de 2008 junto con Consuelo González de Perdomo, cuando el grupo guerrillero se las entregó a una delegación humanitaria conformada por el Comité Internacional de la Cruz Roja y el gobierno de Venezuela.
Las primeras palabras de Rojas fueron de agradecimiento a los funcionarios de la JEP por estar al frente de la tarea de establecer verdad e impartir justicia que permitan construir paz y reconciliación. Y antes de iniciar su relato pidió un minuto de silencio para las víctimas de secuestro, extorsión y desaparición forzada, y especialmente para su madre, quien falleció hace dos años.
Acto seguido, retomó la palabra hablando de perdón: “Quiero manifestar nuevamente, que soy una persona que ha perdonado desde hace muchos años los vejámenes y las situaciones traumáticas que me tocó padecer. Este perdón me ha permitido limpiar mis emociones, afrontar, superar y trascender la amargura, el dolor y la nostalgia, la tristeza, la rabia, la agonía, el rechazo, la desazón, el aturdimiento, la melancolía, el reclamo, el temor y cualquier otro sentimiento adverso y oscuro en contra de las personas que se permitieron secuestrarme junto con mi hijo. También he hecho el esfuerzo de perdonar a personas que también me causaron inmenso dolor y daño, incluso algunos compañeros de infortunio”.
Su narración continuó y a diferencia de sus compañeros de cautiverio que también recibieron el rótulo de “canjeables” por parte de las Farc, Rojas prefirió no contar los crudos detalles de su cautiverio y rememorar el tortuoso día a día que padeció en las selvas bajo el yugo de ese grupo guerrillero.
“Me ha costado mucho llegar a este estrado para presentarme aquí, pues sentía que podría implicar una nueva revictimización. Que después de haber pasado más de diez años para recobrar mi libertad emocional y la resignificación de mi vida y de mí misma como ser humano, como mujer, como madre, pues me resultaba como dar marcha atrás. Con todo, quiero mencionar que atrás quedaron además de las cadenas físicas, los grilletes agrestes de una selva inhóspita de la cual no pude salir sino con ayuda externa. Atrás quedaron las cadenas emocionales que me ligaron con ese pasado oscuro que quisiera no tener que recordar, pero me hago presente porque lo que no quiero es que el secuestro le vuelva a ocurrir a ninguna persona en Colombia ni en ninguna parte del mundo”.
Muy amablemente, les pidió a los magistrados que consulten los tres libros que ha escrito con el corazón y el alma sobre su experiencia en cautiverio, y señaló que teniendo en cuenta el objeto de la justicia restaurativa y la memoria histórica, daría datos generales y de contexto porque prefería dar su “testimonio de vida, de sobrevivencia, de liderazgo, de valor, de coraje, de empeño, de fe, de perseverancia, de resiliencia, de ponderación, y por qué no decirlo, de luz en medio de tanta oscuridad; incluso de sabiduría para sobrevivir y haber sobrellevado por tantos años un dolor inmenso y una agonía inerrable e indescriptible”.
Por eso, reiteró, “tampoco quiero volver sobre recuerdos, anécdotas, experiencias, detalles que me resultan totalmente dolorosos y humillantes, incluso deshumanizantes y ciertamente patéticos, pues para mí hoy no tienen ningún sentido. Me niego a verme abocada a hacerme ese daño, intentando recordar cosas que están en el ayer, perdiendo el hoy y quizás el mañana que aún nos resta por vivir”.
Sobre su secuestro, indicó que obedeció a la declaración que realizó alias ‘El Mono Jojoy’, en la que estableció como blanco a políticos y personas con patrimonios superiores a mil millones de pesos. Como lo hizo Ingrid Betancourt días atrás, dijo que la campaña presidencial decidió viajar a San Vicente del Caguán tras la ruptura de los diálogos de paz porque el alcalde de ese municipio, quien era militante de Oxígeno Verde, pidió “que la candidata hiciera presencia en ese sitio en aras de proteger a la población civil”.
Corroboró que, al llegar al aeropuerto de Florencia, Caquetá, les ofrecieron cinco cupos en un helicóptero para viajar hasta San Vicente del Caguán, pero que luego les cancelaron ese ofrecimiento y que también les retiraron sus escoltas. Horas después les suministraron una camioneta sin conductor y sin gasolina, que fue adecuada con banderas blancas y pancartas, en las que salieron de Florencia. Y a las afueras se encontraron un retén militar que les autorizó el paso, bajo su propia responsabilidad.
Sobre esa sucesión de hechos, Rojas tiene varias preguntas: ¿por qué no tuvieron escoltas ni transporte seguro para garantizar el desplazamiento de la comitiva de la campaña presidencial?, ¿por qué dejaron pasar un vehículo oficial con una candidata presidencial abordo, con un personal civil?, “¿por qué dejaron pasar ese carro a una zona de alto riesgo? Sólo ellos conocían la situación real del camino”.
Además, contó que, ya en libertad, el abogado Ramiro Bejarano le comentó que había pedido el libro minuta que supuestamente le habían hecho firmar a Ingrid Betancourt en el retén militar y que allí encontró su firma. Ese hecho es distinto a lo contado por la excandidata presidencial, quien ha reiterado que no firmó ningún documento en el retén haciéndose responsable de la suerte de su delegación. “Sería ideal que se indague por esas situaciones: por la escolta asignada a la candidata, por qué asignaron una camioneta en ese momento sin ningún nivel de seguridad y por el libro de la minuta, porque realmente nos quitaron la seguridad y nos dejaron entrar a una zona roja. Repito: todos éramos civiles e íbamos desarmados”.
Sin dar detalles del secuestro, indicó que le interrumpió de manera abrupta e intempestiva su proyecto de vida: “Ni qué decir del tema de mi hijo que nació secuestrado en las selvas, ni qué decir de mi familia que quedó sin noticias por seis años, en especial a mi señora madre, a quién le decían que estaba muerta”.
Y amplió su relato sobre el nacimiento de su hijo: “Sí quiero rescatar y reconocer, porque es parte de este proceso reconciliatorio, que además de la bendición de Dios, gracias algunos hombres y mujeres, que en aquella época aun siendo parte de esa guerrilla, me prestaron su atención durante el parto de mi hijo y los primeros 40 días de nacimiento. Y algunas semanas después durante esas extenuantes caminatas entre las selvas, sin los cuidados que nos prodigaron tanto a mí como a mi pequeño hijo, resulta apenas obvio que hubiésemos padecido. No nos dejaron a nuestra suerte y tuvieron ese rasgo de humanidad que quiero registrar ante ustedes (magistrados)”.
Contó que con engaños las Farc le quitaron a su hijo para que le trataran la leishmaniasis que lo afectaba y le dijeron que en 15 días lo volvería a ver. Sin embargo, el niño fue entregado a un campesino, a quien el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar se lo quitó cuando lo llevó meses después a un centro de salud en San José del Guaviare, porque “estaba al borde de la inanición, con quemaduras y la fractura brazo consecuencia del difícil parto que nos tocó afrontar”.
A partir de ese punto, Rojas habló con detalles de las duras experiencias que tuvo que afrontar tras recobrar la libertad, como la recuperación física de ella y de su hijo, las deudas que tuvo que sortear, las agresiones y cuestionamientos que recibió por parte de la sociedad, y la violación de los derechos de Emmanuel por parte de algunos medios de comunicación y de un cineasta español que realizó una película.
“Ambos hemos sido objeto de matoneo, aunque esta no es la palabra correcta, tampoco es bullying. Sería como un maltrato. En mi caso, en redes sociales, pero también personas inescrupulosas. Nos hemos armado de mucho coraje ambos para superar todo esto. De esos ataques en las redes puse la denuncia ante la Fiscalía y, posteriormente, me llegó un oficio anunciando el archivo del tema”, contó con indignación.
Sobre la película, señaló que buscó a la justicia, pero le negaron su tutela por presión mediática y que el tribunal esgrimió el argumento de la censura para no vetar su proyección. Y otras instancias del Estado le dieron la espalda: “El ministro de Justicia, Juan Carlos Esguerra, me recibió muy amablemente en su despacho; pocos meses no sólo había renunciado, sino que su propia oficina de abogados resultó siendo la contraparte, defendiendo a los productores españoles. Como no eran los hijos de él, al parecer no le importó. Una falta de ética profesional. Se le olvidó que tanto mi hijo como yo habíamos sido víctimas directas del conflicto y que, personalmente, había dio a exponerle el tema, mi preocupación como madre”. Y sobre la ministra de Cultura, Mariana Garcés, indicó que la atendió amablemente, pero que “resultó dándoles la autorización para sacar una película novedosa con la historia y la imagen representada de mi bebé”.
Finalmente, reiteró “su agradecimiento a los magistrados y todos funcionarios de la JEP que los están escuchando, por el trabajo que hacen en la búsqueda de impartir justicia, reconocer la verdad y determinar las responsabilidades que conllevan los hechos que se ventilen en esta jurisdicción, y el trabajo que realizan para la construcción de la paz y la reconciliación en Colombia”.