Una Fundación, creada por una profesora de música ‘cachaca’ que llegó en 2000 a los Montes de María, le enseña a niños de Sucre que la mejor forma para sacar la violencia de sus vidas es agarrar violines, chelos y contrabajos.
Erleen Ayala, tocando violín en el patio de la finca donde vive. Foto: Fundación Cantares. |
Todos los sábados, Erleen Ayala, una adolescente flaca de 14 años se prepara para ir a Tolú. Después de meter a ‘Jorge Oñate’, como le puso a su violín, en su funda, se monta en una bicicleta y por más de una hora pedalea por el camino polvoriento que separa la finquita de bahareque donde vive a la Casa de la Cultura de Tolú, en la que cada semana centenares de niños de la región se encuentran para ensayar en la Fundación Cantares.
La fundación la creó la maestra Amalia Carrera en 2002 y le ha enseñado solfeo, canto, historia de la música, violín, violonchelo, viola, contrabajo, flauta y percusión a niños y jóvenes de Sincelejo, Tolú Viejo y Tolú en Sucre.
Su iniciativa, basada en más de 40 años de enseñanza en Tolima y Santander, inició con un grupo pequeño de jóvenes en Sincelejo, muchos de ellos huían de la guerra, el crimen y la pobreza. En 2008 instaló su fundación en Tolú, municipio en la costa del Golfo del Morrosquillo, donde hoy más de 250 jóvenes entre los 10 y 20 años asisten dos veces a la semana a clases de música.
“La música transforma – le dijo a VerdadAbierta.com Amalia Carrera – es un diálogo, una expresión, una herramienta de formación sana”. Esta violinista y profesora de música tolimense llegó con sus partituras y su atril a Sucre en 2000.
En ese momento el departamento se debatía en la violencia. Los paramilitares y la guerrilla se peleaban los Montes de María y las salidas para traficar drogas y armas por el Golfo de Morrosquillo.
Masacres como las de Ovejas, Pichilín, Chengue, El Salado, Mampuján arrojaron a más de 100.000 desplazados a San Onofre, Tolú, Sincelejo, Colosó y las grandes ciudades de la región. En medio de este éxodo, Amalia llegó a la región y creó su Fundación Cantares.
“Nunca tuve miedo, no le voy a dar mi fe, mi esperanza a los malos”, le dijo con energía la maestra a VerdadAbierta.com.
Los profesores que trabajan en la fundación creen que la música es una de las maneras más efectivas para sacar a los niños del conflicto, del maltrato en casa, de la falta de oportunidades y del tedio de las esquinas de los pueblos.
{youtube}my3pM1CnXq0|300|225|true{/youtube}La fiesta de los mangos, una de las canciones compuesta por los profesores de la Fundación Cantares. |
Uno de los logros de Cantares ha sido que los jóvenes asistan con asiduidad a los ensayos y a los talleres, a los que llegan de veredas y barrios de Tolú en buseta, en moto taxi, en burro o a pie.
Por la Fundación han pasado más de 500 jóvenes, entre los que se cuentan hijos de desmovilizados, de pescadores, de campesinos desplazados, de colegios públicos y privados.
“Los niños no están ahí porque sean los mejores, unos genios, le damos la oportunidad a todos para formar individuos integrales”, añade Amalia con satisfacción.
Para ella, la música es una herramienta de cambio, dice con esa mezcla de dureza y ternura que hace los verdaderos maestros, “los instrumentos forman seres correctos, disciplinados. Los niños tienen que aprender a no interrumpir, a llegar a tiempo a los ensayos, a sentarse bien, a ponerse de acuerdo”.
Buscando que los niños asuman una responsabilidad, la Fundación les entrega los instrumentos y ellos se comprometen a cuidarlos como si fueran sus hijos. Así cientos de violines, violas, violonchelos, contrabajos, financiados por la Unión Europea, suenan bajo árboles de mango, entre bohíos de barro de la campiña de Sucre.
Ingredientes simples que a veces son suficientes para sacarlos del círculo vicioso de la violencia. Los profesores de la fundación recuerdan jóvenes violentos, groseros que hoy, después de varios años en el programa, se han calmado, han aprendido a resolver sus conflictos.
Para los niños es además la oportunidad de acercarse a un lenguaje universal, que trasciende sus experiencias cotidianas grandes. Así en un concierto en Expo Paz en Bogotá, los 20 niños seleccionados tocaron un bambuco tolimense, un porro de la Costa y un tango porteño. Como dice Amalia: “La música no es entretención, es formación, es un lenguaje universal”.
“Queremos que la gente de afuera vea que con violines no se toca solo Bach y Beethoven, y que los jóvenes vean que con sus instrumentos pueden tocar además de la cumbia de Sucre, a Bach y Beethoven”, añade la directora de la Fundación Cantares.
Uno de los alumnos recordó su sorpresa cuando conoció una orquestra de jóvenes santandereanos: “me marcó(sorprendió) el ensayo, parecía como si nos conociéramos de toda la vida”.
La obsesión de la música se regó por la región. Algunos jóvenes incluso decidieron formar un quinteto de música clásica. La madre de un adolescente de Tolú dice con sinceridad “ahora mi hijo no quiere hacer más ná(sic)”.
Y con tal obstinación, como dijo un asistente al concierto que 20 jóvenes dieron en Bogotá “les va a quedar difícil terminar con una pistola en la mano”.