VerdadAbierta.com reconstruye la historia, basada en testigos directos, de cómo para contrarrestar la deserción en 2003, los jefes del frente 47 de las Farc reclutaron a la fuerza a muchos niños y jóvenes, a quienes luego acusaron de infiltrados y asesinaron.
“Mi primer combate fue cuando salimos de la escuela en Santa Rosa”, recuerda Ana*, en ese entonces de 14 años. El Ejército había iniciado la retoma del Oriente antioqueño y los comandantes del Frente 47 de las Farc ordenaron la retirada de su principal escuela de formación en uno de los valles cercanos a Nariño, Antioquia.
Con Ana había otros jóvenes de la región que salieron corriendo despavoridos por las trochas que habían abierto arrieros y la misma guerrilla en esta zona de bosques tropicales y páramos. “Andábamos por la noche, en el día no lo hacíamos porque se encendía la plomacera con el Ejército y los paras”, dice esta muchacha desmovilizada, que hoy tiene 23 años y es madre de dos niños.
Ella habla del 2003, un año que fue particularmente duro para cientos de jóvenes de la región; niños y niñas que fueron reclutados por hombres de los frentes 47 y 9, y a los que les tocó aprender a la brava a combatir cuando el gobierno de Álvaro Uribe decidió retomar militarmente esta zona del país azotada por guerrillas y paramilitares.
Apenas un par de años antes, el gobierno de Andrés Pastrana había ordenado una especie de mini-despeje en Puerto Venus en Nariño, Antioquia, y en los corregimientos de Arboleda y Florencia de Pensilvania, Caldas, para canjear policías y soldados secuestrados por guerrilleros presos en las cárceles del país. Entonces le oían decir a alias ‘Marcos’, el comandante del llamado ‘Bloquecito’, cuyo nombre real es Jesús Mario Arenas Rojas, un grupo conformado por guerrilleros del 9 y el 47, que era más fácil conseguir hombres que armas. Las Farc tenían a la mano a cientos de jovencitos de esta región que controlaban sin mayor esfuerzo.
Juan, hoy un líder cívico en Argelia, relata que la guerrilla se llevó a su hermano cuando tenía 16 años porque su padre se negó a facilitarles un camión para transportar armamento y hombres de una vereda a otra.
“Era todo por igual, sea adulto, niño, niña, a usted no le van a mermar el viaje”, recuerda Samuel*, un ex guerrillero que hoy vive desmovilizado en una vereda del Oriente. “El primer trabajo de un niño guerrillero es participar en todo lo que se hace en un campamento, pagar guardia”, agrega y si le tocaba tenía que encarar como si fuera un adulto los enfrentamientos que se daban a cualquier hora deldía. (Ver ‘Karina, a responder por reclutamiento de menores)
Según han dicho los testigos, en muchos casos, las Farc incluyeron a los niños de la región en sus ataques contra Nariño y Argelia (Antioquia), en las que arrasaron casas y negocios de sus propios padres, familiares y amigos.
Nadie podía flaquear, esa era la consigna. Y si alguien aflojaba, empezaba a correr el rumor de que podía ser un espía del enemigo. Es que además de la ofensiva del Ejército, el principal temor que tenían estos guerrilleros que empezaban la retirada a la zona boscosa entre Caldas y Antioquia, era precisamente que el Ejército los infiltrara. Se volvieron paranoicos.
“Empezaron a aparecer cosas extrañas: carpas rasgadas y material de intendencia dañado; también señales en los árboles y encontraron botellas con mensajes en los ríos”, explica Samuel, que estuvo en una de los grupos comandados por Elda Neyis Mosquera, alias ‘Karina’, quien comandó el Frente 47 entre 2000 y 2001. Esos sucesos inexplicados llenaron de sospechas a los jefes ‘Marcos’ y ‘Karina’, pero sobre todo puso en alerta a Hernán Gutiérrez Villada, a quien habían dado el sugestivo nombre de ‘Kadafi’.
Un día al alba, a Ana y a varios de sus compañeros los llamaron a formarse. No hubiera sido rara la orden en una jornada cualquiera en la que siempre madrugaban a recoger leña y a hacer desayuno. Pero era inusual que los llamaran a formarse, cuando tenían a los militares siguiéndoles los talones e iban en franca retirada. Cuando estaban alineados, un comandante se paró frente a una niña de 12 años, que recién había sido reclutada y llevada a la escuela de Santa Rosa. Era rubia y pequeña de estatura, apenas podía con el material de intendencia. El guerrillero le quitó el arma corta de dotación y la puso al frente de todos. Le puso un cepo y anunció que estaba acusada de ser infiltrada. En pocos minutos, hicieron lo mismo con otros cinco más, entre ellos, otros dos niños.
Les harían un consejo de guerra por espiar para el enemigo, dijo el jefe. Nadie dijo nada. En minutos se les nombró un defensor, uno de los jefes fue elegido como juez, y todos los que estaban en formación harían de jurado de conciencia. El resultado de tan sesgado proceso no podría ser otro: todos los acusados aceptaron que habían sido entrenados para infiltrarse en la guerrilla y los comandantes pidieron a sus compañeros que votaran por el fusilamiento.
“Nadie se opuso, sabíamos que si alguien lo hacía lo podían señalar de cómplice”, dice Ana. Los fusilaron los propios compañeros y ellos mismos cavaron las fosas a donde los enterraron.
No solía haber fusilamientos en tiempos normales. Si la falta era menor y era la primera vez que la cometían, ponían al culpable a cargar leña o a hacer trincheras. Pero si reincidían les llamaban a consejos de guerra en donde podían recibir distintas penas, y algunas pocas veces la de muerte. Pero en esos momentos la intensa campaña de la Fuerza Pública los acosaba de tal forma, que pasaban días sin provisiones y sin munición, y muchos guerrilleros asustados y hambrientos empezaron a abandonar las filas. Eso le ocurrió a Ana, quien, en un momento de descuido de los guardias, desertó y se entregó a las autoridades en Sonsón, Antioquia.
“Empezamos a sentirnos cortos en todo”, explica Alberto*, un guerrillero que llegó a ser parte del Estado Mayor del frente del que hoy se convirtió en Bloque Iván Ríos, y quien se desmovilizó por la presión del Ejército. La deserción de tantos insurgentes llevó a este frente de las Farc a reclutar jóvenes y niños sin averiguar demasiado. Por eso siempre estaban temiendo que el Ejército le infiltrara a alguien, pues pagaba bien a los informantes.
La desconfianza en la guerrillerada creció como bola de nieve. Peor se puso cuando losjefes ordenaron que “aguzaran la llamada vigilancia revolucionaria” para descubrir a los espías. Por cualquier cosa, alguien empezaba a ser sospechoso.
“Si alguien retrocedía en un combate, podría ser acusado”, dice Alberto y agrega que si alguno moría en combate con un tiro en la espalda, el compañero de al lado se volvía sospechoso y de inmediato lo llamaban a consejo de guerra. Otra explicación a estos juicios de guerra es que a veces se generaban roces entre los guerrilleros y entre ellos se acusaban de traidores para que les convocaran un consejo de guerra.
Se desató entonces una cacería de brujas, en especial en el Frente 47. “Nadie quería ir trasladado a ese grupo porque de entrada todo el mundo desconfiaba que podría ser un infiltrado”, explica Alberto, que hoy se dedica a la construcción.
El síndrome del infiltrado
Un ex jefe guerrillero del Frente 47, que pidió el anonimato, le contó a VerdadAbierta.com que la arremetida paramilitar y del Ejército para recuperar el oriente de Antioquia y norte de Caldas produjo una especie de “síndrome del infiltrado” entre los jefes de las Farc. Los fusilamientos eran tantos que llegaron a mermar la fuerza de los frentes 9 y 47, que su zenit habían alcanzado más de 500 hombres y mujeres en armas.
‘Marcos’ e ‘Iván Ríos’ (cuyo nombre era Manuel Muñoz) incrementaron los consejos de guerra con la supuesta intención de depurar las tropas. “’Marcos’ era tan insistente con el tema que si el jurado no votaba a favor del fusilamiento, entonces repetía la votación hasta que lo conseguía”, dice Alberto.
Según han contado Mosquera (‘Karina’), y otros postulados de la guerrilla a Justicia y Paz en sus versiones, fue tal el nivel de desconfianza de este jefe, alias ‘Marcos’, que en abril de 2000 también empezó a desconfiar de ella, aunque como varios otros también había participado de los fusilamientos.
“Cuando empezaron a tener bajas o reveses en 2002, buscaron a culpables dentro de las filas sin contar ni siquiera con pruebas”, dice un investigador que conoce de cerca los casos. Pero fue tal el número de asesinados que los informes de las purgas llegaron a oídos del Secretariado, por lo que fueron obligados a grabar en videos los consejos de guerra y enviarlos como prueba de que no se estaban cometiendo arbitrariedades.
El país supo de los fusilamientos en marzo de 2008, cuando Pedro Pablo Montoya, alias ‘Rojas’, asesinó a su jefe ‘Iván Ríos’, le cortó la mano y se la entregó a las autoridades como prueba de que lo había matado. ‘Rojas’, jefe de seguridad de ‘Ríos’, confesó que había cometido el crimen por temor a que su jefe lo fusilara porque había empezado a desconfiar de él.
Mosquera, quien desertó a los dos meses de la muerte de ‘Ríos’, en mayo de 2008 junto con su pareja, les entregó a fiscales de Justicia y Paz varios archivos electrónicos que contenían las hojas de vida de los guerrilleros del Frente 47. Según aseguró la Fiscalía, el número exorbitante de 193 tenían la anotación de “fusilados”, y de ellos 120, menores de edad. El promedio de los menores asesinados, dice la Fiscalía, era de entre 15 y 16 años, pero hubo víctimas de 12.
No obstante, hasta el momento, no se ha confirmado esta cifra, ni se han encontrado los restos, ni verificado la identidad de todas las posibles víctimas. En las excavaciones que ha realizado la Fiscalía en la zona rural de Argelia, han encontrado hasta ahora 16 cuerpos de jóvenes que fueron fusilados. Están pendientes de ubicar dos fosas más en donde se creen que se encuentran otros restos. El de la hija de Ángela* aun no aparece, según relató hace poco el diario El Colombiano.
La niña fue reclutada a la fuerza el 17 de enero de 2000. Se la llevaron tres milicianos del parque de Argelia. La madre desesperada fue a buscarla tres veces para que por lo menos le permitieran hablar con ella. Pero se la negaron. Ahora ‘Karina’ confesó haberla fusilado. *Ángela espera que la ex jefa guerrillera diga dónde la enterraron para darle una sepultura digna.
Como Ángela*, muchos familiares de estos niños reclutados aún no conocen si éstos viven, si murieron en combates o si fueron fusilados por aquellos que les prometieron un mejor futuro empuñando un arma. Esperan que las Farc cuenten la verdad de lo que sucedió y entreguen el sitio donde fueron enterrados para acabar el calvario que comenzó hace más de dos décadas.