Sentada sobre un bulto lleno de piedras, Consuelo Castrillón supervisa que las casi 60 mujeres presentes en la mina Las Brisas, en las afueras de Segovia, se repartan por partes iguales la montaña de rocas que los mineros han amontonado en las afueras de la bocamina.
El nombre de cada una de ellas aparece escrito en un cuaderno que Consuelo guarda con recelo. Parte de su trabajo es, precisamente, regular la cantidad de mujeres que cada día llegan en masa a la mina en busca de un pedazo de piedra para lavar, moler y extraerle unos cuantos granos de oro. Sus responsabilidades también incluyen coordinar las labores de aquellas que cuentan con el visto bueno del gerente de la mina para trabajar; es decir, ella organiza las cuadrillas, revisa que cada una cuente con su balde, su batea, su pala, su costal y su puesto de trabajo.
 
                    
                    Ubicado en la región conocida como Alto Nordeste, Segovia es un municipio que cuenta con una población estimada de 40 mil habitantes. De ellos, cerca del 90 por ciento reside en el área urbana. Foto: Ricardo Cruz
En Segovia y Remedios, municipios que producen el 11% del oro que se extrae en Colombia según cifras de la Agencia Nacional de Minería, se le dice ‘chatarrera’ a la mujer que trabaja día a día en las afueras de las minas escarbando entre montones de piedras que los mineros han desechado. La actividad tiene su recompensa cuando, luego de escoger, lavar y colar, se hallan fragmentos pétreos que contienen mineral que luego son llevados a las plantas de beneficio o entables, como se les dice en la región, para extraerles hasta el último aliento de metal precioso.
Se trata, en la mayoría de los casos, de mujeres cabezas de familia, desplazadas por la violencia o que simplemente no encontraron más opciones laborales que dedicarse a ‘chatarrear’. Tampoco es una actividad que distinga edad. No son pocas las mujeres jóvenes que deciden enterrar sus manos entre las duras piedras que sobran de las minas. Todo porque en Segovia y Remedios, las ofertas laborales para las mujeres no abundan: “o se va trabajar en un almacén, un restaurante, en una casa de familia o consigue plata aceptando los ofrecimientos de los hombres y ya sabe de qué estoy hablando”, sostiene María Ofelia, una chatarrera que no supera los 25 años de edad.
Como todo en la minería, “se trata de una aventura donde a veces se puede sacar un castellano (320 mil pesos) en una semana, a veces no queda ni para el pasaje en todo un mes de trabajo. Esto es un trabajo muy duro, dependemos de cómo sea la mina: si es una mina buena nos va bien, pero si no…pero bueno, ¿qué más hacemos?”, sostiene Consuelo, quien tras poco más de 20 años buscando su fortuna en la chatarra ya puede decir que levantó a sus dos hijos por cuenta de esta actividad.
Su trabajo, como el de todas las chatarreras, depende de la voluntad del dueño de la mina. “Sí él autoriza, trabajamos; si dice que no vamos más, pues nos tenemos que ir”. Por eso, en otros tiempos, recuerda la mujer, cuando todo lo que brillaba era oro en Segovia, se podían contar más de 100 chatarreras por mina. Pero hoy, la situación por la que atraviesa la minería en este pueblo tiene a las mujeres dedicadas a esta actividad con los pelos de punta. “Preocupadas estamos todas. Aquí todos los días cierran minas por cuenta de esos contratos con la multinacional; en otras es que están implementando técnicas nuevas de explotación y entonces ya no dan chatarra y en las pocas que dan trabajo no cabemos todas. Aquí por lo menos solo podemos trabajar 60 chatarreras, ni una más ni una menos”, dice Consuelo.
Quizás por ello sienten que no les queda más remedio que apoyar las luchas que viene librando todo el sector minero a través de la Mesa Minera de Segovia y Remedios, que continúa con sus reivindicaciones ante la multinacional que hoy operan en la región, pese a que varios de sus principales voceros han sido fuertemente amenazados en el último año.

 
  
  
  
                    
                     
 