Rubén Montes Ospina: el sobreviviente

      
La sorprendente historia de Rubén Montes Ospina, un Técnico de El Castillo, Meta, que consiguió escapar del secuestro y la tortura del Bloque Héroes de los Llanos para constatar las falsedades que sus verdugos “confiesan” en las Versiones Libres.

Rubén Montes Ospina consiguió escapar del secuestro y la tortura del bloque Héroes de los Llanos. Foto: Verdad Abierta

Todos los viernes en la mañana un grupo de 20 pobladores del municipio de El Castillo, al sur del departamento del Meta, se reunían para barrer las calles y senderos peatonales del pueblo hasta la una de la tarde. Contrario a lo que podría pensarse no se trataba de una muestra de cultura cívica, los habitantes lo hacían obligados por alias ‘Costeño’ uno de los milicianos urbanos del frente Héroes de los Llanos, que imponía a la comunidad de 7.000 habitantes un régimen de trabajo forzado.

‘Costeño’ llegó a El Castillo en febrero del 2004, acompañado de cuatro paramilitares para sustituir un grupo de paramilitares urbanos que fueron sancionados por “indisciplina”. En aquella ocasión un ‘para’ embriagado encañonó a otro durante un bazar para recoger fondos.

Los nuevos paramilitares, bajo las órdenes de Haimer Antonio Pulgarín Cárdenas, alias ‘Enrique’, se presentaron en todos los locales del pueblo exigiendo vacuna e información de milicianos de la guerrilla. Para ese entonces El Castillo permanecía sitiado por el Frente 39 de las Farc, comandado por el Mono Jojoy y las autodefensas lideradas por alias ‘Julian’ que veían en el pueblo un corredor estratégico para el narcotráfico.

Ambos bandos confluían en el único local de reparación de electrodomésticos del municipio, donde Rubén Montes Ospina se encargaba de arreglar desde radios de transmisión hasta televisores y equipos de sonido. Los técnicos esperaban con ansias los fines de semana a milicianos y paramilitares, pues eran los únicos que tenían dinero para pagar por el arreglo de sus equipos, incluso pagaban una tarifa mayor.

Rubén conoció a los paramilitares desde su llegada a El Castillo en el 2003. Era vecino del jefe paramilitar del pueblo, conocido como ‘Enrique’, en las Residencias Central: una casa de un solo piso con 18 habitaciones en el centro.

‘Enrique’ comenzó a solicitar los servicios de Rubén para reparar los electrodomésticos de sus negocios, ya que era dueño de una bodega de cerveza y un puesto de billar en El Castillo. En esa misma época Rubén ingresó a la Red de Cooperantes del Ejército Nacional, motivado por la insistencia de un policía de apellidoJiménez que recorría la vereda con formularios motivando a los habitantes a velar por la seguridad del pueblo.

Para esos días ‘Enrique’ comentó a Rubén sobre un atentado que el frente 39 de las Farc planeaba en su contra, según el paramilitar un presunto miliciano del pueblo conocido como ‘Domingo’, tenía la orden de asesinarlo por 18 millones de pesos. ‘Domingo’ apareció muerto a los pocos días en la vereda de Caño Seco, desde entonces el paramilitar comenzó a exhibiruna pistola nueve milímetros y tres granadas de fragmentación que supuestamente confiscó a su víctima.

La muerte de ‘Domingo’ coincidió con el accidente del comandante de policía de El Castillo, conocido en la vereda como el teniente Domínguez, quien sufrió lesiones leves mientras se transportaba en moto; como reemplazo provisional asumió el capitán Rincón que en pocos días cambió la situación del pueblo. El nuevo comandante desterró a los paramilitares de la vereda y les impidió continuar con su sistema de vacunas.

De nuevo ‘Enrique’ volvió a hablar con Rubén, pero en esa ocasión lo hizo para expresar su inconformidad sobre el nuevo comandante de policía de El Castillo. Le dijo que pretendía asesinar al capitán con las mismas armas que había encontrado en los restos de ‘Domingo’.

Quince días después Rubén tomó la determinación de acudir a la estación de policía para advertir al comandante sobre los planes de los paramilitares. El capitán Rincón acogió la advertencia y empezó a patrullar con escolta y se escapó de la condena.

Dos meses más tarde el teniente Domínguez asumió de nuevo su labor a cargo de la Policía de El Castillo, inmediatamente los paramilitares comandados por ‘Enrique’ volvieron a fortalecerse y el número de asesinatos se incrementó en el pueblo. Rubén comenzó a percibir algo extraño en su trato con el jefe militar de las autodefensas, no lo saludaba en la residencia y lo miraba mal con frecuencia.

En esos días Rubén recibió un equipo de sonido de ‘Enrique’ en el taller, lo reparó pero olvidó ponerle un ventilador por lo que el equipo se dañó al poco tiempo. ‘Enrique’ incriminó a Rubén en la residencia en la noche, después de discutir álgidamente decidieron llevar el equipo en la mañana para que lo arreglara.

Como era costumbre Rubén realizó un viaje a Villavicencio el 23 de mayo del 2004 para comprar partes de equipos y suministros para el taller. Al regresar recibió la visita de alias ‘Rufo’, uno de los paramilitares bajo las órdenes de ‘Enrique’, quien le dijo que su jefe lo necesitaba con urgencia para arreglar un televisor.

‘Rufo’ llevó en moto a Rubén hasta una casa en el barrio Santander de El Castillo, cerca del cementerio. Cuando se disponía a revisar el monitor se vio sorprendido por el metal frío de la pistola de ‘Enrique’: “Hijueputa usted es un sapo, tírese al suelo gonorrea que lo voy a matar, usted es un sapo, ya me enteré que usted dijo al capitán que lo iba a matar”, le grito.

Esposado, Rubén fue sometido a una terrible golpiza. En múltiples ocasiones ‘Enrique’ lo acusaba de cargar un machete para matarlo. Lo golpeaba con la “cacha” del rifle en la cabeza y lo pateaba en el suelo. El ritual se extendió por varios minutos hasta que el jefe se fue a almorzar.

Antes de salir, ‘Enrique’ entregó a ‘Rufo’ una daga. El cuchillo era famoso en El Castillo porque los paramilitares tenían la orden de no disparar en el casco urbano y la daga era lo suficientemente larga para atravesar de lado a lado el cuerpo de la victima que generalmente moría degollada o apuñalada en el corazón.

‘Rufo’ sentó a Rubén al borde de una cama grande. Le mostraba un álbum de fotos que registraba paso a paso el desmembramiento de presuntos milicianos de las Farc. “Así lo vamos a dejar por sapo”, repetía. ‘Vista Hermosa’ y ‘Reserva’ continuaron con la torturacuando ‘Rufo’ se fue: “Cortamos en la coyuntura para que lo sientan, le decían, para que aprendan a no ser tan gonorreas”.

Los dos paramilitares comenzaron a cortar los dedos de Rubén con una navaja, le decían que le iban a levantar la uñas y que iban a esparcir su cuerpo por todo el pueblo para que la gente no supiera que había pasado con él. Rubén se aferraba a Dios y trataba de orar cuando los paramilitares dejaban de torturarlo, les repetía que lo dejarán ir, que tomaran sus pertenencias, incluso les comentó de sus ahorros, tres millones de pesos que escondía entre un pantalón en la residencia.

En las horas de la tarde ‘Rufo’ y ‘Enrique’ volvieron a la vivienda con las pertenencias de Rubén: “Las vamos a quemar, a usted hay que desaparecerlo, no podemos dejar rastro” le dijeron. Por primera vez Rubén comenzó a sentir que su muerte era inevitable; intentaba arrodillarse para rezar mientras los paramilitares se burlaban de él y le decían que se iba a encontrar con Satanás.

‘Enrique’ sacó el computador portátil de Rubén y su cámara de fotografías. “Usted me estaba tomando fotos y se las dio a la Fiscalía”, le gritó. Después de revisar los archivos de su computador y la memoria de la cámara sin encontrar evidencia los cuatro paramilitares salieron al parque para incinerar las pertenecías de Rubén, entre ellas todos sus papeles de identificación. Antes, lo hicieron desnudarse, según ellos buscando señales que permitieran a las autoridades recuperar su cuerpo en un futuro. Los paramilitares encontraron una cicatriz en su brazo izquierdo, le dijeron que le iban a quitar el pedazo.

Rubén pidió a sus verdugos que lo dejaran ir al baño, ‘Rufo’ lo condujo al inodoro y esposó sus manos delante de su cuerpo para que pudiera bajar la bragueta del pantalón. Una vez afuera Rubén solicitó a ‘Rufo’ que lo dejara tomar aire. El paramilitar lo esposó a una mecedora justo delante del jardín donde sus compañeros iniciaban la fogata.

Rubén comenzó a pedir a Dios por su vida, trataba de aclarar su mente pensando cómo escapar, sus plegarias fueron interrumpidas por el sonido estrepitoso del tanque de agua que comenzaba a llenarse con mucha presión.

Después de balancear la silla y percatarse de que el sonido del agua impedía a los paramilitares escuchar su movimiento, Rubén decidió hacer un intento por salvar su vida. Meciéndose con el impulso de sus piernas, que permanecían atadas a la cama trató de andar hacia el jardín. Lanzó una patada con todas sus fuerzas a la puerta que se cerró inmediatamente. El impulso hizo que la mecedora quedara encima de su cabeza, a cuestas de su espalda, dejando parcialmente libres sus manos esposadas.

Podía escuchar a los paramilitares al otro lado del jardín. Con mucho esfuerzo consiguió soltar el nudo de sus piernas y salió de la casa cargando la silla pidiendo ayuda a gritos.
Ya afuera, se dirigió a la casa de un amigo que vivía en el barrio. “Usted nos va a traer son problemas, mejor vaya a la policía”, le dijo. Rubén hizo caso omiso a la sugerencia, se quitó la silla de encima y se encerró en el cuarto de uno de sus hijos. Intentó esconderse debajo de la cama pero el tamaño del catre era demasiado pequeño, entonces decidió permanecer en completo silencio esperando por un milagro. En esta ocasión sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de los radios de comunicación de los paramilitares y la voz de ‘Enrique’: habían dado con su paradero.

Rubén permaneció en completo silencio, apenas dejó de escuchar la conversación de sus verdugos se armó de valor y decidió abrir la puerta dispuesto a correr con todas sus fuerzas a la estación de policía. No se imaginaba que sus captores lo esperaban en la salida del cuarto.

Una vez más Rubén recibió el castigo de los cuatro paramilitares, lo pateaban en el suelo, los golpes aflojaban sus dientes delanteros, perdió la visión porla hinchazón de sus párpados. ‘Rufo’ se abalanzó sobre él con la daga, en ese momento Rubén consiguió apoderarse de la pistola que el paramilitar guardaba debajo de su brazo, intentaba quitarle el seguro sin éxito mientras recibía los golpes en el suelo. Finalmente desistió al recibir una patada en el estómago que lo hizo soltar el arma.

“Llegaron los cilantros”, dijo una voz. Rubén comenzó a gritar con fuerza pidiendo ayuda. Vio que sus captores huían. Estaba solo. ¡Policía!-, gritaba, -¡Ayuda!-. Un oficial contestó a sus gritos, lo buscaban en el tejado. Rubén era incapaz de moverse, eran las 5:30 de la tarde, hacía más de seis horas que su cuerpo soportaba la tortura de los paramilitares.

Milagrosamente Rubén fue rescatado, inmediatamente fue llevado al centro de atención más cercano. Al día siguiente la autoridades de El Castillo lo llevaron a Cubarral, de allí la policía de carreteras lo llevó hasta la SIJIN de Villavicencio, donde fue valorado y le tomaron indagatoria. El Médico Forense Gentil Espinosa Carreño diagnosticó en el que Rubén había sido severamente torturado.

Durante más de tres meses Rubén permaneció recuperándose en la casa de su mamá en Villavicencio. Al poco tiempo comenzó a descubrir que las secuelas de los abusos cometidos por los paramilitares no solo serían físicas. Cada vez que alguien golpeaba la puerta, Rubén se escondía debajo de las camas y las mesas. “Sentía que volvían por mí”, asegura.

Apenas se recuperó comenzó a adelantar trámites con la Defensoría del Pueblo y con Acción Social, ambas entidades le colaboraron preparando una carpeta de documentos para buscar asilo en la embajada de Canadá. Irónicamente los mismos documentos, que fueron rechazados, salvaron su vida el 9 de septiembre del 2004. Para esa fecha Rubén se percató de que dos personas sospechosas lo miraban en la Red de Solidaridad Social de Villavicencio; intimidado intentó salir del recinto pero fue sorprendido por una puñalada que quedó incrustada en la carpeta de papeles. “Usted tiene problemas con nosotros, usted no se nos escapa”, le gritaron.

Rubén se escondió en una sucursal del Banco Colmena. Inicialmente el celador de la entidad intentó sacarlo, pero ante su insistencia, le avisó a la policía. Esa noche permaneció resguardado en la Sijin hasta las nueve de la noche. Después sólo se ocupó de sobrevivir.

El 19 de diciembre del 2004 en Granada, Meta, ‘Enrique’ fue capturado y Rubén fue citado para reconocerlo y luego rindió testimonio en su contra. Alguien intentó comprarlo para que no atestiguara, pero él se rehusó.

En octubre del 2007 Rubén recibió una citación para acudir a la diligencia de Versión libre de ‘Rufo’, quien se había desmovilizado con el Bloque Héroes de los Llanos. Su asombro no pudo ser mayor al enterarse de que el ex paramilitar había confesado haberle hecho daño.

A medida que escuchaba a ‘Rufo’ en su versión, a Rubén se le fue subiendo la rabia. ‘Rufo’ admitió que lo había secuestrado pero dijo que él tenía la intención de asesinar a ‘Enrique’ con un machete y colaboraba con la guerrilla. Rubén sabía que mentía, ni siquiera confesó las torturas a las que lo sometieron.

Después le pudo contar su versión de los hechos a la fiscal del caso. Ella dijo que iba a tenerlo en cuenta para cuando formulara los cargos contra ‘Rufo’ en una audiencia de imputación parcial de delitos el siguiente 27 de noviembre del 2008.

Ese día, Rubén caminó más de tres horas hasta los Tribunales de Cundinamarca en Ciudad Salitre con el estomago vacío. Ingresó al recinto y esperó, con la misma paciencia que lleva esperando por una solución a sus problemas, la imputación de su caso.

La fiscal expuso uno a uno los cargos de asesinato en contra de su verdugo. Cuando le imputó los delitos cometidos contra Rubén, él pensó en todos esos vecinos y conocidos que no tuvieron la suerte de escapar de las garras de los paramilitares. Inmediatamente exigió al Magistrado que le dejara expresarse: “Yo soy la víctima de ese maldito, soy el caso número 11, el que están tratando, ese maldito no merece vivir, ese maldito merece la pena de muerte con todos esos crímenes que ha hecho”, gritó.

Los hombres del Inpec se abalanzaron sobre Rubén inmediatamente y lo obligaron a abandonar la sala. Una sicóloga de la Comisión de Reparación (CNRR) y un funcionario de la Fiscalía, intentaron controlarlo. “Se me durmieron los brazos y la piernas”, cuenta Rubén.

Desde que llegó a Bogotá la vida no le ha sido fácil. Tiene 34 años y no ha podido conseguir un trabajo estable porque no tiene papeles. Su cédula está en trámite en Tunja, donde sobrevivió con los 5 millones de pesos que le dieron del Programa de Protección a Víctimas.

Ahora está en Bogotá viviendo donde un amigo que no le cobra. Espera que la ley de Justicia y Paz le restituya parte de los derechos que le fueron vulnerados aquel 27 de mayo del 2004 cuando su vida cambió para siempre. “Si me llega a pasar algo, el Estado tiene la culpa por no brindarme la protección”, dice.

Como Rubén, las más de 6.000 víctimas que tiene registrado el Bloque Héroes de los Llanos en el Sistema de Información de Justicia y Paz (SIJYP) esperan por la reparación integral a los daños padecidos por los grupos de autodefensa.

Mientras que Rubén, la víctima, espera por lo menos que se le proteja la vida y se le compense en algo los daños sufridos; ‘Rufo’, el victimario, espera que le valgan sus confesiones para que pueda acceder a la pena alternativa de 5 a 8 años de cárcel como toda condena por los delitos que cometió. Pero si miente, perderá los beneficios y recibirá muchas condenas simultáneas por los daños tremendos que hizo a la gente del común en los tiempos en que los paramilitares mandaban en los Llanos.