El ‘para’ submarino

      
Un paramilitar desmovilizado le contó  a VerdadAbierta.com esta insólita historia del tráfico de drogas en la costa Caribe de la que él fue testigo.
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En el cementerio de Guachaca, un pueblo de la Sierra Nevada de Santa Marta, yacen los restos mortales del estadounidense. Foto VerdadAbierta.com  

A la entrada del cementerio de Guachaca, un pueblo de la Sierra Nevada de Santa Marta, sobre el mar Caribe colombiano, yacen los restos mortales de un estadounidense misterioso que vino de su país decidido a hacer el embarque de cocaína que le permitiría retirarse para siempre.

Se presentó un díade 2002, sin aviso previo, a los hermanos Elías y Hernán Cobos Muñoz, narcotraficantes boyantes, socios del entonces jefe paramilitar en esa región, Hernán Giraldo, y su aliado en el negocio ilícito, Jairo Antonio Musso. “Denme seguridad y personal  y construyo un submarino, a mi cuenta, con capacidad para dos toneladas de cocaína”, les dijo y luego les explicó que él ponía la mitad de la droga y ellos la otra mitad. 

Según lo escuchó de viva voz un paramilitar desmovilizado, el extranjero contó que había vendido todas sus propiedades en Florida, Estados Unidos y había abandonado a su familia, y se había venido a Colombia convencido de que aquí podría multiplicar con creces su capital con esta aventura ilegal.

Los Cobo, dijo el testigo, lo consultaron con Giraldo. El gringo Tom, como lo terminaron llamando, pues nunca supieron su nombre completo, les dio la seguridad de que mientras construía el submarino, ellos podían tener a uno de los suyos  siempre acompañándolo.  “Era un tipo tranquilo, inteligente, sociable y puntual, y siempre cargaba en su cuello una cadena de oro con una medalla que era la réplica de un barco”, dijo el ex paramilitar.

Mientras los Cobos deliberaban con Giraldo, Tom se fumó un habano, alternando las copiadas con un cigarrillo de marihuana. Uno de los paramilitares, que hacía parte del anillo de seguridad de Giraldo le dijo escandalizado: “¿Qué hace? ¿Quiere que ‘El Patrón’ lo mate?”. Es que Giraldo, aunque era traficante, les tenía prohibido a sus muchachos consumir drogas. Según el ex paramilitar, el gringo no le puso mucho cuidado y, como respuesta, sólo frunció el cejo y levantó los hombros.  

Los Cobo habían recibido al extranjero porque les mandó a decir  que era amigo de un ex socio de ellos, un narcotraficante del cartel de Sinaloa. “Lo entrego todo, lo arriesgo todo – dijo—. No quiero compartir mis ganancias con los mexicanos, yo sé como meterlas a Estados Unidos”. Contó que llevaba más de cinco años haciendo sus planes y que los rusos le habían enseñado a construir submarinos.

Los Cobos y Giraldo, ambiciosos y con droga de sobra, le dieron visto bueno a la propuesta del estadounidense. “¿Qué necesita  para su cometido?”, le preguntaron. A lo que él respondió: “Necesito buscar un astillero, seguridad para que no se meta la policía y que tengan el cargamento listo para dentro de tres meses. ¡Ah!, y dos muchachos dispuestos a trabajar las 24 horas del día”.

‘Walter’ se ofreció a ponerle la seguridad, dos radios de comunicación, una camioneta y dos jóvenes ayudantes, recuerda el paramilitar.  “Usted y yo mañana recorremos la troncal y usted dice cual es el sitio que le sirve”, le dijo ‘Walter’ a Tom. El gringo se paró, dijo que no había más que hablar, dio la mano a todos y se subió en la parte delantera de la camioneta de ‘Cirilo’, otro de los paramilitares y tocó dos veces el pito, a lo que todos soltaron las carcajadas.

Al día siguiente ‘Walter’, ‘Cirilo’ y ‘La Negra’ lo buscaron y recorrieron toda la zona costera. Ponderaron la posibilidad de montar la construcción del submarino en el Parque Nacional Natural Tayrona, pero luego decidieron usar una finca en Mendihuaca, al costado del río del mismo nombre y a un kilómetro de las playas, porque tenía la energía eléctrica indispensable para la obra. El único problema era la cercanía con la carretera Troncal del Caribe, pero una vegetación espesa impediría que alguien lo viera. Además, la mayor parte del trabajo era de soldadura que podía hacerse en forma discreta.

Ese mismo día, el gringo Tom pidió tres semanas para ir a Bogotá, Barranquilla y Panamá a comprar los materiales que necesitaba. Lo llevaron hasta el aeropuerto Simón Bolívar de Santa Marta y no se supo de él hasta los veinte días exactos.

‘Cirilo’ y  ‘La Negra’ consiguieron el camión parallevar a la finca los materiales pesados: gatos hidráulicos, tubos, acero, láminas de hierro, varillas de diferentes dimensiones, máquinas de soldadura, vidrios, baterías, dos motores y muchísima fibra de vidrio. En dos camionetas trajeron los víveres,  el sistema de ubicación satelital, varios computadores, cables y un panel de energía solar.

El gringo se encargó de que no hiciera falta ni una tuerca. Tenía el diseño en la mente, no hubo un plano. Solo había que abastecerlos cada semana a él y a sus ayudantes con víveres frescos.

Sus asistentes partían los hierros con sierra y le pasaban uno a uno los materiales que él iba necesitando. Él mismo soldaba y llamaba a los jóvenes cuando necesitaba alzar algo pesado. Dice el ex paramilitar que contó la historia que hablaba muy buen español y que les decía con frecuencia que volvería y regalaría una finca y carros. Hacía cuentas de que con el viaje recuperaría toda la inversión y le quedaría plata para vivir muy bien el resto de su vida. No tenía intención de hacer otro viaje. “Le apuntó todo a este”, dijo el desmovilizado.

El diseño era muy sencillo, al frente había una ventana de vidrio y arriba una escotilla. Tenía forma ovalada, unos tres metros y medio de largo, por unos dos de ancho. Tenía cuatro patas y se movía como un robot; caminaba, literalmente. En la parte de atrás tenía dos motores y estaba forrado en fibra de vidrio. Había espacio para el combustible, para el cargamento y para dos tripulantes. Para nada más. Por la escotilla se sacaba un panel solar para recargar las baterías cuando el submarino estaba quieto.

Después de tres meses de trabajo arduo, el submarino quedó listo. No hubo celebración. Durante dos horas se sentó al frente a contemplar su creación. Luego se puso a organizar su viaje. Hizo llamadas y anunció que saldría la noche siguiente.  

La ruta que se trazó fue la misma que usaban las lanchas rápidas. Para abastecer de combustible al submarino planearon que pararían en islas del Caribe, en el Golfo de México y en las costas estadounidenses. No había margen de error, todo estaba meticulosamente probado; todo funcionaba a la perfección. Por entonces, las autoridades aún no sabían que se podía trasladar cocaína en semi-sumergibles y por eso, éstos pasaban prácticamente desapercibidos.

“Esa noche con los muchachos se tomaron varias botellas de whiskey y disfrutó de las mieles de la pasión con una prostituta que sus socios le enviaron para que se relajara”, relató el ex paramilitar.

Al día siguiente llegó el momento esperado. La droga estaba lista, el acompañante también, el submarino en prefectas condiciones. Para moverlo buscaron un camión con cama baja. Parecía una araña caminado y así lo llevaron hasta la playa, como a cien metros del mar Caribe. Al llegar hasta el sitio donde el tráiler no podía avanzar más, Tom bajó su máquina. Para su desazón vio que ésta se hundía en la arena, que era demasiado pesada para sus patas hidráulicas.

Se bajó muy pensativo, quizá no previó esa situación, recuerda el paramilitar. Analizaba el terreno preocupado, sobre todo porque el mar estaba picado. De pronto anunció que había que abortar la operación, que había que corregir detalles del submarino y esperar a que el mar se tranquilizara.

Los paramilitares, entusiasmados, sin embargo, trajeron un buldócer que pudiera llevar el submarino hasta el mar. “Este aparato está bien construido”, dijo uno.
Tom les dijo: “Muchachos, lo hacemos mañana u otro día que el mar esté en mejores condiciones”. Pero los paramilitares le respondían que el aparato iba a aguantar, que estaba bien construido.  “Escúchenme, apenas yo entre al mar, esas olas van a coger este submarino y lo va a desbaratar”, suplicaba hombre. Pero los muchachos no le hacían caso. “¿Cómo una ola va a mover esa máquina que pesa toneladas?”, le repetían. Quizá por la presión se dejó llevar y terminó por montarse en el aparato. Pero mientras lo hacía, siguió rezongando, que  así nos eran las cosas, que se equivocaban. Cuando uno de ellos se iba a subir al aparato como acompañante, Tom se negó. “No son necesarias más muertes”, sentenció.

Los muchachos empujaron entonces el submarino con el buldócer que habían traído hasta la arena. No  se dieron cuenta de que los dientes de la máquina rompieron la fibra de vidrio y, al momento de entrar al mar, vino una ola que lo chupó y al mismo tiempo otra que lo cogió como una lata de gaseosa y lo envolvió hasta estrellarlo contra la arena. Otras dos olas más le dieron otro revolcón.  Todos se quedaron en silencio. Vieron al submarino emerger por un instante, pero después se hundió.  Eran las 11 de la noche, pero la noche les debió resultar más oscura, porque sabían que los responsables del desastre iban a ser fusilados.

Llegó  ‘Walter’ y muerto de la ira amarró a ‘Coyote’ de una palma de coco para matarlo; la idea del buldócer fue suya y también aquella de que las olas del mar no podían con ese aparato. Se fueron a sus casas con la sensación de que quizás el gringo podría estar vivo.

‘La Negra’ habló con ‘Walter’ para explicarle que todo había sido producto de la ligereza colectiva, se creyeron ingenieros y no respetaron la palabra del que sí sabía; que no era necesario sumar otra pérdida más. “Fue así como le perdonaron la vida a ‘Coyote’, aunque lo dejaron amarrado la noche entera a esa palma de cocos”, dijo el ex paramilitar.

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Esta es la tumba donde yace el cuerpo de Tom, así a secas. Un NN que recibe flores el día de los muertos y por ahí uno que otro limpia su tumba solitaria cada vez que está muy enmontada.

Alumbrado con los primeros rayos del sol, el mar se veía tranquilo. Llegaron los buzos y buscaron el submarino por doce horas.  La corriente lo había arrastrado varios metros mar adentro. A las once de la mañana lo encontraron. Después de varias maniobras rescataron el cuerpo sin vida del gringo Tom, lo sacaron a la playa y le quitaron la cadena de oro. ¿Por qué no se salió? ¿Prefirió ahogarse antes que volver a intentarlo?

Compraron un ataúd barato y lo metieron allí y lo enterraron. Apenas fue un puñado de  personas, sin registro, sin misa, sin preguntas. No hubo cruz, ni llantos, ni  familiares. Después de unos años, alguien, no se sabe quién, sembró una cruz sobre su tumba.

Los paramilitares ganaron dinero porque se quedaron sin costo alguno con la cocaína que había comprado el gringo por su cuenta. No hubo quién la reclamara.