En los municipios de La Mesa y Astrea, Cesar, los paramilitares fueron inclementes con las mujeres. Muy pocas han confesado los maltratos y sus victimarios se niegan a confesar.
Carmen* apenas tenía 14 años cuando llegaron al pueblo los primeros hombres del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Ella no comprendía la diferencia que existía entre un soldado, un guerrillero y un paramilitar, pues todos vestían igual. En su inocencia de niña, acostumbrada a la vida campesina de su familia, a sus recorridos todas las tardes por la cancha y las calles de su pueblo, no tenía la experiencia para desviar las miradas incisivas de los paramilitares que al verla pasar le lanzaban frases subidas de tono.
Era septiembre de 1998 cuando llegó por primera vez al corregimiento de La Mesa, a 25 minutos de Valledupar y poco menos del Batallón de Artillería La Popa, David Hernández, alias ‘39’, comandante del frente Mártires del Cesar, quien por encargo del mismo Rodrigo Tovar, alias Jorge 40, tenía la tarea de limpiar de guerrilla la zona de La Mesa Azúcar Buena, una extensa región que hace parte de la Sierra Nevada de Santa Marta.
“Lo primero que dijo 39 cuando vino a La Mesa fue que iba a poner orden, que cualquiera que se saliera de la línea debía atenerse a las consecuencias y el marido que se portara mal con su mujer y la mujer que se le viera en malos pasos, serían castigados”. Así lo recuerda uno de los hombres que estuvo en esa primera reunión a la que los obligaron a asistir y que se realizó en el colegio del pequeño caserío.
Carmen, ajena a todas esas advertencias y a los fines del grupo armado que había llegado, siguió su acostumbrada rutina de pasear por el pueblo. A finales de 1998 ella fue abordada por un hombre de las Auc, quien le dijo que el comandante ‘39’ la había mandado a buscar. Ella se fue con él a una cita a ciegas, que al final terminó siendo una trampa. “El abuso de mí y me dijo que no podía decírselo a nadie, que si le contaba a mi mamá o a mi papá, o algún otro miembros de los paramilitares, me mataba. Por eso me quedé callada y no se lo dije a nadie”.
Ahí terminaron los paseos de Carmen, quien se volvió más callada, pero a la vez más realista. “El pueblo cambió. Ya no era igual. Mataron a varias personas de La Mesa y ya ellos vivían ahí. Controlaban todo”, cuenta esta joven que hoy tiene 29 años, quien ha tratado de recuperar su vida, pues después aquella noche que fue abusada, fue buscada una y otra vez por su victimario sin poder hacer nada.
“Un día él me dijo que había otros muchachos que también tenían sus necesidades y que si yo quería podía ganarme una platica. Me dijo que si yo quería, él me hacía las citas y me pagaban por acostarme con ellos”. Así terminó Carmen, prostituyéndose, al igual que otras muchachas del pueblo. No acabó sus estudios y comenzó una vida desordenada, de la que aún se arrepiente: “Si ese hombre no me hubiera violado esa noche, yo no habría entrado en esa vida, pues yo quería estudiar y ayudar a mi familia”.
VerdadAbierta.com visitó el corregimiento de La Mesa y los hombres mayores aseguran que allí no hubo abuso sexual contra las jóvenes porque el mismo ‘39’ advirtió que sus hombres no podían meterse con las jóvenes del pueblo.
Lo que no saben estos lugareños es que muchas adolescentes, incluso mujeres casadas, debieron quedarse calladas por la intimidación de las armas. Ellas debían ir hasta El Mamón, un sitio más arriba de La Mesa, cada vez que un paramilitar con cierto rango las mandaba a llamar, petición a la que no podía negarse porque las amenazaban con matar a sus familiares.
Muy pocas han denunciado estos delitos y los paramilitares del Frente Mártires del Cesar tampoco los han confesado. En La Mesa las víctimas de diferentes delitos apenas van a comenzar a contar lo que les ocurrió.
Historia de una víctima en Astrea
Diana* es una mujer que fue víctima de violencia sexual ejercida por grupos paramilitares que operaron en el municipio de Astrea, Cesar. Después de muchos años de ocurrido el caso, ella se llenó de valor y acudió a la Organización Víctimas Emprendedoras del municipio de Codazzi, a donde se fue a vivir para rehacer su día. El siguiente es su relato.
“Vivíamos en una vereda en Astrea, en el año 2002, cuando llegaron unos paramilitares. Yo me encontraba con mi mamá y mis dos hermanos. A mi mamá la golpearon y la obligaron a estar con ellos, la violaron, y a mi hermanito de 12 años lo tenían agarrado dos paramilitares y otros me sujetaron a mí. Cuando ellos empezaron a quitarme la ropa a la fuerza, mi hermano mordió a uno de ellos y el tipo lo pateó y otro lo mató de un tiro en la cabeza. Mi mamá empezó a forcejear con ellos y le dieron varios garrotazos hasta que uno de los paramilitares dijo que ya estaba muerta, mientras tanto, ellos continuaban abusando sexualmente de mí.
Mi otro hermano de ocho años estaba escondido y logró huir a una parcela vecina. Los paramilitares me golpearon tan fuerte que perdí el conocimiento, cuando desperté ya se habían ido y al llegar mi hermano junto con otras personas, se dieron cuenta que mi madre aún estaba con vida. La comunidad hizo un hueco en el patio de la casa y enterraron a mi hermanito y sacaron a mi mamá, a mi otro hermano y a mí hacia Astrea, llamaron a unos familiares a Codazzi y nos trasladaron hasta el hospital de allá, donde mi madre falleció. A mí me llevaron al hospital Rosario Pumarejo de López, en Valledupar, donde los médicos decían que no me aseguraban la vida porque había perdido mucha sangre.
Mientras yo estaba hospitalizada, hacían el velorio de mi madre en Codazzi y hasta allá llegaron los paramilitares y se llevaron a mi hermano de ocho años, quien nunca apareció, y le dijeron a las personas que allí se encontraban que el día que yo denunciara me mataban, si era que yo sobrevivía. Lo peor ocurrió cuando mi padre que se encontraba conmigo en el hospital de Valledupar, se enteró de lo que le pasó en el velorio de mi mamá. Se volvió como loco y tomó la triste decisión de salir a buscar a mi hermano en la trocha de Verdecía. Días después apareció muerto.
Cuando salí del hospital me refugié donde una prima hermana que ha sido como una madre para mí, pero no volví a hablar por mucho tiempo. Tuve problemas de lenguaje, no me gustaba hablar con nadie, hasta que un día mi prima conoció a la señora de la Organización de Víctimas y me llevó a que hablara con ella, lo primero que me dijo fue que no tuviera miedo que no estaba sola, que ella me podía ayudar y fue así como apenas este año denuncié todo lo que nos sucedió”. En esta Organización más de 30 mujeres se han unido alrededor de los crueles recuerdos de la guerra y temen denunciar sus casos porque aseguran que sus victimarios andan suelto y cerca de ellas.
Las victimas del frente ‘Juan Andrés Álvarez’
En la zona minera del Cesar, donde tenía dominio el Frente ‘Juan Andrés Álvarez’ de las Auc ocurrieron cientos de casos de abusos sexuales contra las mujeres, pero pocos han sido denunciados, pues las víctimas consideran que “ya todo pasó”, y mucho menos son confesados por los ex paramilitares.
Una de las víctimas contó su historia a VerdadAbierta.com con el compromiso de no revelar su identidad. Su tragedia comenzó el 14 de enero de 2000 en la finca Macondo, trocha de Verdecía, municipio de Codazzi. La afectada relató lo ocurrido.
“Yo me encontraba viviendo con mi compañero en la finca Macondo, pues ese era el sitio de trabajo de mi marido. Tenía tres meses de embarazo y cada 15 días me tocaba salir de compras al pueblo (Codazzi). En una de esas salidas, de regreso para la finca tomé un carro como de costumbre y desafortunadamente el carro se varó a pocos kilómetros de la finca, así que me tocó dejar las compras guardadas en un potrero para ir por mi marido para que él las viniera a buscar.
Cuandoiba llagando a la finca cerca al portón me agarraron tres paramilitares y me obligaron a caminar por largo rato hasta llegar a un lugar lejos de la casa de la finca, me maltrataron, me taparon la boca, me decían palabras groseras como “perra hp” y los tres abusaron de mí.
Escuché varias veces mencionar que a uno de ellos le decían ‘El Zángano’. En ese momento, ellos me pegaban fuerte y me repitieron varias veces: “como hables te mueres y a tu marido lo vamos a dejar estampado en la pared”.
Desde ese momento empezaron las humillaciones más grandes de mi vida. Ellos me acercaron hasta un caño cercano a la casa, ahí me dejaron tirada. Me lavé mis partes genitales, trate de fingir para que mi marido no se diera cuenta de lo que me había pasado y al llegar a la finca él me insistía en que le dijera por qué estaba así arrastrada y con moretones en los brazos y piernas y yo le dije que nos habíamos accidentado y que las compras estaban a un lado de la carretera escondidas en un monte.
Pero esa misma noche el grupo paramilitar llegó a la finca y se quedó supuestamente por órdenes del dueño de la finca, eran más de 600 hombres. Me tocaba atenderlos, ellos se burlaban de mí y en cualquier oportunidad que tenían me decían que el día que hablara de lo sucedido me arrancarían la lengua.
Así dure alrededor de seis meses, ya no tenía vida íntima con mi marido por lo cual me reclamaba y yo no sabía qué decirle, así que tomé la decisión de dejarlo e irme para Codazzi. Tuve una fuerte discusión con él porque me decía que en ese pueblo no había trabajo y que no iba a dejar el que tenía por caprichos míos.
Ese día que discutíamos estaba en la finca alias ‘El Zángano’, se metió en la discusión y preguntó qué pasaba. Mi marido le respondió que yo lo quería dejar porque no quería estar más en el monte, entonces ‘El Zángano’ le dijo: “déjala que se largue, mujeres hay muchas”. Al llegar al pueblo me refugié en la casa de un señor mayor de edad que desde hacía mucho tiempo me había ofrecido su casa ya que el permanecía en el campo.
A los pocos días de estar en Codazzi perdí la memoria, se me adelantó el parto, tuvieron que hacerme una cesárea que se complicó y los médicos decían que podía morir en cualquier momento, pero lograron salvarme la vida y hoy en día tengo problemas de hipertensión, tengo pesadillas y mi hijo tiene problemas psicológicos. Nunca más volví con el padre de mi hijo.
Al año de haber tenido a mi niño logré recuperar la memoria gracias a unos talleres a los que asistía con frecuencia para ayudar a mi bebé porque a él también le dan muchas pesadillas. Ya mi hijo tiene 12 años y en las pesadillas lo que ve es guerra, que matan mucha gente y despierta llorando. Nunca me atreví a denunciar este hecho hasta hace poco tiempo”.
* Nombres cambiados por razones de seguridad
En los municipios de La Mesa y Astrea, Cesar, los paramilitares fueron inclementes con las mujeres. Muy pocas han confesado los maltratos y sus victimarios se niegan a confesar.
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