El enfoque étnico ha tenido su capítulo especial en el proceso de consolidación de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial. En ellos, pueblos nativos marcaron su propia ruta para consolidar sus propuestas y aspiraciones.
Simunurwa, uno de los cinco centros del pueblo Arhuaco dentro de su organización, será el punto de encuentro. Está ubicado dentro de los mágicos paisajes de la Sierra Nevada de Santa Marta, la formación montañosa litoral más elevada del mundo, donde se mantiene el legado ancestral que dejaron los Tayrona y que hoy se ve reflejado en los Kogui, Arhuaco, Kankuamo y Wiwa, los cuatro pueblos indígenas que siguen entregados a la protección de ese vasto territorio del norte del país.
Antes de llegar a Simunurwa, a 30 minutos del municipio de Pueblo Bello, Cesar, nos hemos encontrado con Norey Maku Quigua Izquierdo, a quien contactamos días previos y accedió a dirigirnos en este camino por el amplio conocimiento que tiene sobre el proceso de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET).
Mientras avanzamos, se sienten en el camino los abruptos movimientos que provoca la mala condición de la vía que da muestras de la falta de adecuación y que implica también atravesar un riachuelo. La conversación, en español, se centra en el proceso de estas comunidades nativas en la formulación de los PDET y también en la afectación de la violencia sobre este territorio ancestral.
Por las condiciones naturales de esta región, durante mucho tiempo ha sido epicentro de múltiples situaciones relacionadas con su conservación y también con el uso que le han dado diferentes grupos ilegales para atrincherarse allí y operar de manera delictiva.
Precisamente, para Norey, la presencia durante décadas de estas estructuras criminales ha convertido en víctimas a los pueblos tradicionales de la Sierra Nevada, afectando no solo la vida de los nativos, sino su autonomía y gobierno propio.
Superando los obstáculos que presenta la vía y con la plena confianza de que quien nos conduce hasta allí tiene además de la experticia todo el dominio de la zona por la que se desplaza, Norey menciona en repetidas ocasiones un nombre: Geremías Torres.
Para Norey, el mayor Geremías, como lo llama, representa un ejemplo a seguir dentro de los líderes de la comunidad. Durante años se ha dedicado al trabajo en representación y beneficio de su pueblo. Precisamente de su mano se ha afianzado como líder entre los Arhuacos, quienes son muy cautelosos con la elección de sus voceros y líderes, sobre todo porque les resulta imprescindible que tengan mucho reconocimiento entre el mismo pueblo por su presencia y acompañamiento constante en el territorio.
Una vez hemos superado el trayecto y todavía conversando con Norey, muy elocuente, vivaz y quien en ocasiones deja escapar algunos términos como ‘macuruma’, que significa regalo: ‘guati’, que es hombre; o ‘teti’, que significa mujer, llegamos a nuestro destino.
Simunurwa es un caserío pequeño, con los marcados rasgos que denotan que allí se encuentra asentada una comunidad indígena, sus espacios tienen la arquitectura que los identifica, hay espacios comunitarios y se encuentran mujeres, hombres y niños, cada quien en sus actividades, entre las que figura la construcción de un Centro de Memoria Indígena y Biblioteca de la Sierra Nevada.
Llegamos hasta Geremías, quien se está poniendo al tanto con toda la información que más adelante nos va a contar y sobre la cual no quiere cometer imprecisiones. Con los ojos que delatan sabiduría y un amplio conocimiento sobre la historia del pueblo al que pertenece, evoca cómo fueron esos años en los que la incidencia de los grupos armados ilegales en la Sierra Nevada les impidió su libre desarrollo.
“Desde los años ochenta, por la cuestión estratégica de protección y darles seguridad, utilizan la Sierra Nevada como refugio y permanecieron en todos los asentamientos llevándose a algunos miembros y pues como fue una cuestión política de la guerrilla, fue incluyendo a personas diciendo que era la salvación y mucha gente, muchos muchachos, estuvieron por mucho tiempo en esas filas de la guerrilla (Farc)”, relata Geremías, quien hace parte de la Mesa Permanente de Concertación de los Pueblos Indígenas con el Gobierno Nacional.
A la par recuerda que, en su momento, muchas personas de esas comunidades creyeron que, con la insurgencia, había llegado una ayuda ante el maltrato que por años les propinaban campesinos, políticos y comerciantes.
Así, narra Geremías, formaron en Dumingueka, cerca de Mingueo, corregimiento de Dibulla, en el departamento de La Guajira, un centro en donde reclutaban tanto a jóvenes como a mamos. Paulatinamente, el accionar de estos grupos subversivos empezaron a enjuiciar a las autoridades.
Al respecto, diferentes miembros de la comunidad comenzaron a hablar de ese asunto lo que les generó diferentes amenazas; asimismo, presenciaron cómo arreciaba el conflicto, entre ellos el ataque de los frentes 19 y 59 de las Farc a Pueblo Bello, en enero de 1999, donde fueron afectadas la sede de la Caja Agraria y el cuartel de Policía.
“Era de conocimiento público que alrededor de Pueblo Bello y en la zona montañosa existían esos grupos armados. Cuando pasó un proceso ya largo, desde el ochenta como dije anteriormente, llegan las Autodefensas en el 2002 a ubicarse en cercanía de Valledupar y en el corregimiento de La Mesa. Allí fue cuando los indígenas dejamos de circular libremente en nuestro territorio y nos dejó divididos: la comunidad en donde estaba la guerrilla y las comunidades que estaban cerca de Valledupar”, relata Torres.
Los indígenas quedaron entonces atrapados entre la guerrilla de las Farc y el Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) dos bandos de los que ellos, en su mayoría, no eran partidarios, pero eran presionados para que delataran a quienes fueran miembros de uno u otro grupo.
“Nos amenazaban porque, según ellos, éramos facilitadores de la alimentación, del tráfico, y todo fue muy restringido; la alimentación, la comunicación, hasta las mismas escuelas fueron afectadas. En el campo de la salud también fue muy fuerte, a algunos médicos se les restringió el transporte de los medicamentos para los centros y puestos de salud”, narra Geremías.
De esta forma, la organización de los pueblos nativos de la Sierra Nevada iba siendo trastocada, muchos de sus miembros vieron perturbadas sus vidas por la persecución de los grupos ilegales. Uno de esos episodios lo padeció la madre de Norey, Luz Helena Izquierdo, enfermera y primera profesional del pueblo Arhuaco, quien fue amenazada por David Hernández Rojas, alias ‘39’, uno de los paramilitares más crueles del Bloque Norte de las Auc.
La mujer participó en la creación de la Fundación de la Asociación de Cabildos del Cesar y La Guajira (Dusakawi EPSI). La amenaza le llegó luego de negarse a que esta nueva organización indígena le pagara extorsiones a los grupos paramilitares que estaban llegando a la región comandadas por Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’.
“La hizo subir allá arriba a La Mesa, el paramilitar alias 39, que la amenazó de muerte. Le dijo “usted renuncia y se va o yo la mato”. A mi mamá le tocó irse para Bogotá, por eso terminé yo allá en Bogotá estudiando como en el 2003”, recuerda Norey.
De esa manera a este indígena Arhuaco se le abrió otro capítulo en su vida, amparado en el frío capitalino y lejos de las montañas de la Sierra Nevada. Aunque como él mismo reconoce, no llegaron “con el costal al hombro a vivir debajo de un puente”, estar en un lugar donde no tenían planeado quedarse representó una alteración significativa en sus vidas.
Ese cambio de vida impactó a Norey, quien se sentía decepcionado al ver que su mamá estaba muy sola a pesar de haber estado tan involucrada en el trabajo comunitario, lo que produjo un desencanto del trabajo de carácter social.
Por ello decidió estudiar matemáticas para desempeñarse en la docencia y estar alejado de labores comunitarias, pero la magia emanada de la Sierra perseguía a Norey, quien ya tenía su destino marcado hacia el trabajo por su pueblo. Por medio de su hermana, Ati Quigua, la primera mujer indígena elegida para ocupar una curul en el Concejo de Bogotá para el periodo 2004-2007, empezó a involucrarse con una labor de marcado carácter social.
“Cuando vi la situación de los indígenas Embera en Bogotá, me di cuenta que me estaba quejando y lamentando, vi una situación más compleja, empecé a ayudar; trabajamos la política pública de los indígenas para Bogotá y a medida que me iba metiendo en esos temas, me empezó a saber a cacho eso de las matemáticas, me matriculaba y empezaba a cancelar materias hasta que decidí que no iba a seguir ahí”, narra Norey.
Al poco tiempo consiguió una beca en la Universidad del Rosario para estudiar Ciencias Políticas. Sin acabar la carrera, volvió a su comunidad. De la mano de una docente de este centro universitario, quien impulsaba el Proyecto Escuelitas Culturales de Diplomacia Indígena, se involucró con los jóvenes del pueblo Arhuaco en el tema de formación y fue allí donde coincidió con el mayor Geremías, a quien considera su mentor.
“Cuando al mayor lo designaron delegado ante la Mesa Permanente me dijo que soy un hombre inquieto, que por qué no lo ayudaba, y con él empecé a venir y terminé enganchado en todo el tema de la organización”, destaca Norey.
Y llegaron los PDET
Con la firma del Acuerdo de Paz entre la extinta guerrilla de las Farc y el Estado colombiano, surgieron los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial, una iniciativa que plantea la intervención prioritaria de 170 municipios en 16 regiones del país, entre ellas varias poblaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Como si de una vuelta del destino se tratara, y recogiendo toda su experiencia, Norey lideró el trabajo de la comunidad Arhuaca en la construcción del PDET de su región, en el que se consignan diversas propuestas que espera sean ejecutadas entre sus coterráneos.
Si bien se dispuso que en la formulación de las iniciativas que se incluyeran en los PDET hubiese una gran participación comunitaria, partiendo desde lo veredal, los pueblos originarios de la Sierra Nevada no acudieron a esos encuentros, sino que desarrollaron sus propios espacios de discusión de manera más interna.
Así que cuando campesinos y otros sectores sociales lograron concertar los pactos municipales, los indígenas llegaron con sus propios pactos, reuniendo las iniciativas que surgieron de las diferentes asambleas comunitarias, alcanzando un acuerdo entre cuatro pueblos originarios de la Sierra – Arhuacos, Kankuamos, Koguis y Wiwas-, sumando a ellos a los Wayuu del resguardo Mayabangloma, de Fonseca, en La Guajira.
Julio Barragán, quien acompañó este proceso como experto en enfoque étnico de la Agencia de Renovación del Territorio (ART), afirma que el trabajo de concertación indígena fue mucho más específico, liderado por ellos mismos, e incluso, antes de que hubiese un equipo regional en la zona, ya estaban conversando con funcionarios de esta agencia en Bogotá.
Resultado de esas conversaciones, adelantadas desde comienzos de 2017, en su participaron en la concertación del capítulo étnico incluido en el Decreto 893, expedido el 28 de mayo de ese año, que crea los PDET.
“El proceso aquí fue muy fuerte, desde abajo hasta arriba. Se hizo un trabajo muy bonito y muy detallado. El plan de acción nuestro (Sierra Nevada – Serranía de Perijá – Zona Bananera) tiene características étnicas muy sobresalientes”, dice Barragán, quien reitera que la principal característica que encierra este enfoque tiene que ver con lo territorial, dado que “para los pueblos indígenas si no hay una planificación donde haya un reconocimiento explícito de la visión ancestral del territorio, no tiene sentido”.
Persiguiendo ese principio, lograron, además, articularse con los campesinos. “Teníamos esa gran preocupación, por lo que hicimos un pacto integrador para ver cuáles era las coincidencias, diferencias y las que nos generaran tensión”, enfatiza Norey.
El punto más sensible en esas discusiones es el del ordenamiento de la propiedad rural, pues en la Sierra no solo habitan los pueblos Arhuacos, Kankuamos, Koguis y Wiwas; en esa agreste región también hay colonos. Pero unos y otros se muestran en desacuerdo con los megaproyectos, la agroindustria y los cultivos extensivos.
Una vez condensadas todas las inquietudes y logrados los acuerdos, manteniendo los cinco ejes del plan de salvaguarda de los indígenas -territorio, economía, salud, educación y gobierno-, dejaron por sentadas las iniciativas sobre las que ahora esperan se empiece a trabajar y, ante todo, se ejecuten. (Descargar pacto)
Bajo la imponencia de la Sierra Nevada y su encanto natural, rodeados del silencio que guarda sus misterios y el suave clima que nos refresca, Gwnaguin Torres, comisario del Centro Simunurwa, sostiene que desean que se inicie pronto la ejecución de las iniciativas teniendo como punto de partida que ellos, por medio de su organización, puedan ejecutar los proyectos que se quieren implementar, manteniendo, eso sí, la interlocución con las autoridades legítimas de su comunidad.
“Esperamos que todas las acciones que se hagan en nuestra comunidad no sean implementadas por unos terceros; queremos que la implementación se haga desde el terreno hacia el PDET; lo que el pueblo quiere, lo que quiere para mejorar la calidad de vida y los intereses de nuestra comunidad, eso es lo que esperamos”, expresa Torres.
Además de iniciativas relacionadas con el fortalecimiento cultural, el gobierno propio, la autonomía y el fortalecimiento en la economía, se incluyeron también algunas que tienen que ver con infraestructura, sobre todo con el mejoramiento de vías y puentes, que se afectan en época de invierno, aislando en ocasiones a las comunidades.
Sin embargo, los pueblos nativos de la Sierra se encuentran prevenidos porque aún no han sentido que está haciendo efecto la implementación de los PDET. “Estamos en la espera, ojalá todos los acuerdos que se hicieron sean vistos en nuestras comunidades”, reitera Torres, a la vez que responde sobre el temor que pueden tener al respecto por un posible incumplimiento: “La malicia indígena siempre existe, creo que de tantas cosas que vienen del Estado, pues ponerle fe en que se den”.
Mientras tanto, Norey sigue insistiendo entre sus semejantes que se mantengan a la espera de que se comiencen a ver los frutos de este trabajo, que demandó tiempo, esfuerzos y dedicación: “Si el PDET va a 10 años, y ya lleva un par, ese proceso de que participáramos es muy importante, ordena también el tema de la intervención en el territorio”.
Tras un par de horas de visita y luego de haber almorzado junto con varios miembros de esta comunidad, quienes amablemente nos recibieron y permitieron que irrumpieramos un poco dentro de su rutina, nos despedimos.
Antes de volver, junto con Norey, quien nos ha guiado en todo momento, hacemos el compromiso de volver en ocasiones futuras porque, como dice el mayor Geremías, una vez visitada la Sierra, hay que regresar por lo menos cuatro veces.
Entonces nos disponemos a emprender el viaje de regreso hacia Pueblo Bello, no sin antes llevarnos en la memoria la imagen tranquilizante que inspira este territorio y también la sensación, de que aquí, como en tantas zonas del Cesar, y seguramente de Colombia, esperan con mucho anhelo que tanto los PDET, como cada uno de los pactos del Acuerdo de Paz, se hagan un realidad, persiguiendo un solo fin: el bienestar de todos.
Créditos material audiovisual: Giovani Sierra Quintero.