En esa región del Urabá chocoano, migrantes venidos de diversas regiones del mundo, viven todo tipo de dramas en su camino hacia Estados Unidos y Canadá. Ante sí tienen el Darién, una zona donde las Autodefensas Gaitanistas de Colombia hacen de las suyas, sin mayores controles.
Por Gian Torres (@oreja.rota) – CrossmediaLab, especial para VerdadAbierta.com
Ahmad, Samir y Khaled aguardan los primeros destellos del alba en la habitación de una casa que se ubica en Capurganá, corregimiento de Acandí, Chocó, a 11.601 kilómetros de distancia de Damasco, Siria, su ciudad natal. Ahmad devela sus pensamientos ante Issac y Juan, dos colombianos desconocidos para él, con palabras españolas que distan mucho de su lengua natal. Mientras, Riaz, de Bangladesh, un país ubicado a 16.181 kilómetros de Capurganá, nota el cariz curioso de la conversación entre extraños y se acerca hacia la habitación.
Al poco tiempo, como si fuese la escena atípica de un chiste tonto, tres sirios, dos colombianos y un bangladesí sostienen una conversación en tosco español donde se obvian todo tipo de detalles respecto al motivo de sus viajes. El único tema que embelesa la conversación es el Darién.
—¿Tú por qué ir por allá? No, tú ser venezolano —refuta Ahmad entre sonrisas a Juan.
—No, soy colombiano. Pero nosotros no podemos ir por allá. Hoy me enteré—sostiene Juan mientras descarga una de sus maletas.
—¡¿Policía?! ¡¿Tú ser policía?!— esgrime Ahmad ante las miradas expectantes de Samir, Khaled y Riaz.
—No. Quería la experiencia, pero ¡Shhhh! No diga eso porque ¡Cruggg!— entre tanto, Juan pasa su pulgar por el cuello intentado simular un degollamiento —Me matan—afirma con una serenidad ajena al caso—.
Capurganá, hispanismo de la palabra Caburgana, derivada del nombre de un antiguo asentamiento kuna y cuya traducción significa «Tierra de Ají», es el penúltimo corregimiento colombiano en la frontera con Panamá, y su acceso es exclusivo por lancha. Se ubica al noroccidente del golfo de Urabá, en el departamento de Chocó, y está bajo la jurisdicción del municipio de Acandí, uno de los 17 municipios —once del departamento de Antioquía, cuatro de Chocó y dos de Córdoba— que conforman la subregión de 11.664 kilómetros cuadrados del Urabá.
Con el primer destello del alba, Ahmad, Samir, Khaled y Riaz desaparecen de la casa, como fantasmas que deambulan entre dimensiones ajenas a la humana, pues es la instrucción dada por los «chilingueros», quienes son capurganaleros que trafican a los migrantes en su paso a Panamá por 70 o hasta 200 dólares y, a sí mismos, se ven como gestores de una labor humanitaria.
Ante su veto, Juan e Issac se dirigen temprano al muelle de Capurganá. Allí, mar adentro, donde en el horizonte el alba se enreda entre las nubes, se divisa al barco pesquero Don Danielo y en la bahía serpenteante se ven las «pangas» La Peluza, El Icy, Yuranis, Niño Keyler y La Coquerita, las cuales los pescadores artesanales alistan para otro día de faena en algún punto onírico del archipélago de San Blas.
Issac —22 años, moreno, plácido y corpulento— piensa en las opciones que le quedan para llegar hasta Panamá y luego a México, su destino. Cuando aún estaba en su tierra, Valencia, Córdoba, a medida que estudiaba las posibles rutas, a punta de post y publicaciones en Facebook e Internet, el Darién resultaba ser la mejor opción tanto para su intrepidez como para su bolsillo. Cualquier cosa resultaba mejor para él, porque ya no soportaba el menosprecio de su padre y la zozobra de noches nigrománticas conjuradas a su lecho, según él, por la mismísima envidia que generaba su éxito en el negocio de compra y venta de carne.
No obstante, ninguno de esos post y publicaciones mencionaban que la ruta del Darién es ahora exclusiva para migrantes extranjeros y «chilingueros», pues el migrante colombiano y los turistas tienen la opción, sólo si tienen pasaporte y 500 dólares en efectivo, de ir en «pangas» hasta Puerto Obaldía, provincia de Guna Yala, Panamá, donde el ingreso se hace de manera lícita por las oficinas de Migración. Por este hecho, al migrante colombiano se le veda la ruta del Darién, pues al tener una mejor ruta frente a los migrantes extranjeros, es sospechoso de ser un «raya» —es decir, un policía encubierto—. Sospecha que significa la muerte, pues en el Darién rondan ‘Demonios’ que matan policías, militares y hasta los mismos «chilingueros» si estos, según se murmura, no le rinden tributo con los dólares de los migrantes.
Así, el adagio «Cuando entres al Darién encomiéndate a María, en tu mano está la entrada, en la de Dios la salida» grabado en un fortín exánime del Urabá y citado por Severino Santa Teresa de Jesús en algún volumen de su obras, es una adagio fuera de su tiempo, pues ahora se rumora que «Cuando entres al Darién encomiéndate al “chilinguero”, en tu dólar está la entrada, en la de ‘Los Demonios’ la salida».
—No, amigo. Yo no sabía que uno viaja con esa vaina del pasaporte. Mejor me voy para Bogotá, adonde una tía con la que hablé, y trabajo allá. Así me consigo lo que perdí y me voy mejor en avión a México—sopesa Issac mientras cuenta con celo los dólares de su viaje—.
Horas después, la decisión es un hecho cuando Issac se despide de Juan, y con tiquete en mano, se adentra en el muelle, paga la tasa portuaria de 2.000 pesos del municipio, obligatoria para cada pasajero, y camina hacia la última lancha que sale ese día de Capurganá rumbo a Necoclí. Entre tanto, Juan, desde el malecón, sigue con la mirada a Issac. Ve cómo pasa al lado de turistas alemanes, ingleses, franceses, argentinos, antioqueños y bogotanos que recién desembarcan de alguna lancha proveniente de los municipios de Turbo o Necoclí. Sin embargo, luego de un parpadeo que le parece como el cambio de escena en una película, pierde de vista a Issac cuando un enjambre de migrantes que avanza tras los turistas lo eclipsa.
De súbito, la pequeña plaza que procede al muelle se colma de hombres, mujeres, niños y nonatos, cuya lengua es inaudible y traen consigo carpas, linternas, galones de agua y táperes con comida. La mayoría de los adultos, hombres y mujeres cuyo tono de piel es como el ébano, portan una funda impermeable para celulares que pende de su cuello y cae hasta la altura del abdomen, pero en ellas no hay celulares sino una libreta azul oscura en la que se lee: RPUBLIQUE D’HAITI PASSEPORT.
En Capurganá convergen el turismo y la migración ilegal. Por un lado, sus senderos en las estribaciones de la Serranía del Darién hacia Sapzurro, El Cielo, El Aguacate y Piscina de los Dioses son ideales para el turismo de naturaleza, dado que entre sus marañas se ven 98 especies de aves de las que resalta el Chau Chau por su abundancia; 17 especies de mamíferos, entre los que sobresalen el Tigrillo y el Mono Aullador como íconos del lugar; 24 especies de anfibios, de la que se distingue la Rana Cristal por su singularidad; y 10 especies de reptiles, entre los que despunta el Pasarroyos por su grácil forma de correr sobre el agua.
Además, otro atractivo dentro del turismo de naturaleza es el buceo y la pesca con arpón del pez León que se practica en los arrecifes someros, los cuales entre sus pequeñas colinas aúnan Coral Estrella Redonda, Corales Dedo, Coral Cerebro, Coral Lechuga, Coral Lechuga Delgada y Coral de Fuego. Aunque, en este momento, mueren a causa del aumento en las descargas de sedimentos y contaminantes en los drenajes que se vierten en los ríos Acandí, Capurganá y Tolo.
Por el otro, las trochas ignotas en las veredas El Cielo y Astí, que conducen, tras seis u ocho días de caminata, a los corregimientos de Metetí y Yaviza, Provincia del Darién, Panamá, son de paso obligatorio para los miles de migrantes arubeños, afganos, bangladesíes, burkineses, caboverdianos, cameruneses, congoleños, croatas, cubanos, esrilanqueses, eritreos, egipcios, ecuatorianos, ghaneses, guineos, haitianos, indios, kazajos, sirios, saudíes, senegaleses, sierraleoneses, somalíes, sudafricanos, malienses, nepalíes, paquistanos y venezolanos en su fuga hacia Estados Unidos o Canadá.
Estas trochas se adentran y surcan la Serranía del Darién donde la maraña oculta a la Mosca de Tierra que transmite la Leishmaniasis; al jaguar, que es el mayor de los félidos americanos y un cazador oportunista; a la serpiente Mapaná o Equis, cuyo veneno bothrópico mata en horas; y al Saíno, que desde hace años come la carne de cuanto migrante cae muerto en la Serranía del Darién, según registran los videos que se envían por WhatsApp los capurganaleros. Dado esto, según murmuran las voces de los «chilingueros», como si fuese un mito, ahora caza humano.
Al mediodía, Juan y los migrantes ya no están en la plaza contigua al muelle. Se abocaron, ante la mirada de todos y la sorpresa de nadie, a las calles destapadas y senderos barrosos que albergan los cerca de 4 mil habitantes de Capurganá. Juan es escéptico y decide prolongar su estancia, pues, según él, la verdad no está en lo que se dice sino en lo que se ve. A partir de ahí, se vuelve homogéneo y desaparece.
Bajo estrellas desnudas y el artificio de la noche, suena la música en la empedrada y única cancha de Capurganá. Mesas y capurganaleros se aglomeran en una de las esquinas de la cancha que está próxima a un bar. Unos a otros reparten tragos de tequila Reservado 1800, ron El Abuelo, whisky Old Parr y Buchahan’s, los cuales son parte del contrabando que se trae de Panamá.
Entre la algarabía de la cancha, camina resuelto Palindo—20 años, rostro serio, esbelto y afable—, saluda a su paso a todo aquel que cruza mirada con él, pues su rostro lo distinguen muy bien. Es probable que el padre de Palindo deambule en las tierras de Capurganá desde cuando las flores del Tambolero y la Ceiba salpicaban con amarillo y rosa su serranía, lo cual hace décadas es solo el recuerdo de una memoria colectiva debido a la tala ilegal que pulula en toda la serranía. Lo cierto es que Palindo desde su infancia trabaja junto con su padre en cuanto quehacer haya en el muelle o en las «pangas», donde la mayoría de los capurganaleros lo han visto crecer.
Esta noche sus pasos y saludos por lo bares de la cancha son fugases, pues su destino es la discoteca Carambolo, adonde arriba después de caminar por los senderos que trasfigura la insondable oscuridad, porque en Capurganá hay poco y nada de alumbrado público. Allí lo esperan amigos y socios. Palindo, en las noches de algarabía, se rebusca unos pesos de más, junto a adolescentes y jóvenes adultos, gestionando los deseos no dichos de los turistas. Tras algunos brindis de ron El Abuelo y el cruce de palabras banas, a la mesita de madera donde departen Palindo y compañía, sentados en tronquitos, se acerca una turista.
—¿Vos sos el peluche?— espeta con acento paisa la turista a Palindo y él asiente con una mirada incisiva como intentando leer algo escrito en sus ojos—.
—¡Ahh, Mor! Es que allá dentro me dijeron que hable con vos. Mirá, voy a ser muy directa: es que estamos buscando un ‘perico’ (cocaína)—repone al instante la turista con temple mientras las miradas curiosas de quienes están en la mesita la enfocan—.
—Aquí no se consigue perico, mujer, sino coca pura. Calidad— sentencia a la turista Palindo antes de pasar con disimulo pícaro lo que parece un pitillo transparente lleno de cocaína para que esnife.
Desde 1939, en documentos confidenciales del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, se señalaba al municipio de Acandí como punto de arribo para la cocaína que procesaban en Soplaviento, Bolívar, habitantes alemanes para su exportación en vapores costaneros hacia Panamá bajo la marca fraudulenta «MAYER, Made in Germany». Ahora, investigaciones del Estado colombiano junto con varias ONG, denuncian no solo la exportación de cocaína sino también la expansión de cultivos de coca en dicho municipio desde el 2013, lo cuales, para 2018, abarcaban 2.155 hectáreas en todo el departamento de Chocó.
Dado esto, no es raro que en Acandí, entre 2010 y 2018, se hayan incautado 25 toneladas de cocaína. Tampoco, que en la maraña circundante de la vereda Astí, una operación conjunta entre las Fuerzas Armadas de Colombia y Panamá, hayan incautado un helicóptero Robinson R44 con 330 kilos de cocaína en octubre de 2018, o que en aguas de Capurganá, en el área de Pino Roa, la Armada Nacional haya perseguido e incautado una lancha Go Fast con más de dos toneladas de cocaína en diciembre del 2019. Al parecer ninguno de estos hechos perturba a ‘Los Demonios’, pero son ellos quienes controlan todo lo ilícito en el golfo de Urabá.
Unas sonrisas lascivas y 15 mil pesos son suficientes para que la turista se lleve consigo dos «pitillos». Al rato, Palindo ya siente el alcohol en la sangre, mira la hora en el celular y constata que son las diez y media. No se preocupa y se zampa otro litro de ron, pues para el apagón matutino, que inicia a las cuatro de la mañana y dura hasta casi mediodía en Capurganá, aún falta tiempo. Mañana debe estar, como siempre, a las seis en punto de la mañana en el muelle con su papá.
A la misma hora, pero cuatro días después, Antoni —joven, abierto, delgado y prudente— va en cicla por el sendero barroso aledaño a la pista del Aeropuerto Narcisa Navas que conduce el basurero de Capurganá y las invasiones 15 de Mayo y Las Marías. No pedalea rumbo a su casa, en donde nadie lo espera, pues él no tiene papá ni mamá debido a una desgracia que no se menciona por respeto. Pedalea a un lugar incierto donde no lo encuentre ninguna mirada, pues su instinto le incita a un acto que es un pecado ante la mirada de ‘Los Demonios’, y él sabe que, desde la bahía hasta la cancha, rondan sus varios ojos y sus distintas apariencias.
Tras los saludos con los conocidos que están en el lugar, Antoni gesta el pecado cuando lía y enciende un cigarrillo de marihuana. Entre el humo espeso conversan sobre por qué a ‘Los Demonios’ no le gusta que los capurganaleros consuman cocaína o marihuana en público, ya que le levanta sospechas de un posible pique a su mercancía en las bodegas que hay en Capurganá y porque da una mala imagen ante los turistas. También, hablan sobre ‘Las Leyes del Demonio, que imperan en las cabeceras municipales dentro del golfo de Urabá, pero no en Capurganá, ya que la misma comunidad hizo un pacto con él a cambio del silencio.
—Yo te voy explicar cuál es el problema, Pa’. Es que comprar esto es un «chirretada»—asegura Antoni mientras saca y muestra unos cogollos de marihuana de su bolsillo— En el sentido de que aquí estamos en una frontera. Aquí tendríamos que comprar 10, 12, 400, 500 o 900 libras para moverlas— de una calada al cigarrillo y prosigue su explicación.
—Tú tienes que ser un traficante en sí para poder tener esta droga— comenta Antoni cuando con sus ojos señala la marihuana que acaba de meter de nuevo al bolsillo —Una persona que esté trabajando con ella y esté pagando un impuesto— exhala el humo, da otra calada y prosigue.
—Es por eso que si allí arriba no llegan lo kilos completos, de una ¡Pamm!— replica Antoni a medida que hace el ademán de disparo con sus dedos —Matan al bodeguero, el que «encaleta» los kilos. ¡Pamm! Usted los está distribuyendo en el pueblo y eso es para exportarlo— da otra calada y prosigue.
—Y ahí van a buscar al civil— augura Antoni antes comenzar a hablar en segunda persona del singular, como intentando replicar un diálogo —¿Quién es el que les está vendiendo? Averigüen de dónde lo sacó. Y si no da la información, mátenlo, y, si la da, échenlo del pueblo que esa es la ley que se estableció aquí—.
‘Los Demonios’ tienen varios nombres: ‘Clan Úsuga’, ‘Los Urabeños’ o ‘Clan del Golfo’, como los han llamado a lo largo del tiempo las autoridades nacionales, pero su nombre original es Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc), desde el 2008, cuando Daniel Rendón Herrera, alias ‘Don Mario’,—exjefe financiero del Bloque Centauros de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) y hermano de Freddy Rendón Herrera, alias ‘El Alemán’, exjefe del Bloque Élmer Cárdenas de las Auc—, autoproclamaba con panfletos en los municipios del Urabá antioqueño la continuación de la «lucha antisubversiva en defensa de los intereses de la comunidades más vulnerables». De acuerdo con la investigación Urabeños o Clan Úsusga: Contexto, escrita por Martha Jacqueline Moyano Vera.
En esa «lucha», señala Monyano, a la que la Policía Nacional denotaba como una cortina de humo de ‘Don Mario’ para ocultar actividades de narcotráfico y delincuencia, lo acompañaban en la cúpula de las Agc Juan de Dios Úsuga David, alias ‘Giovanni’ —exgerrillero del Ejecito Popular de Liberación (Epl), exparamilitar del Bloque Bananeros y partícipe en la muerte de Carlos Castaño—, junto con su hermano Dairo Antonio Úsuga David, alias ‘Otoniel’ —exguerrillero del Epl, exparamilitar del Bloque Centauros y partícipe en la masacre de Mapiripán—.
Sin embargo, expone Moyano, en 2009 a ‘Don Mario’ lo capturan en el municipio de Necoclí, lo cual hace que el mando recaiga de manera exclusiva en los hermanos Úsuga, pero tras la muerte, en 2012, de ‘Giovanni’ a manos de la Policía Nacional en Acandí, ‘Otoniel’ se erige como máximo cabecilla de las Agc desde entonces.
Ahora, los ‘gaitanistas’, como también se les conoce, controlan toda la subregión del Urabá con su brazo armado y tienen presencia en 148 municipios de Colombia con subcontratación, cual franquicia, de otras bandas delictivas. Por un lado, gracias al informe Crimen organizado y saboteadores armados en tiempos de transición, de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), se sabe que sus ingresos devienen del cultivo, procesamiento y tráfico nacional e internacional de cocaína, así como de rentas de minería ilegal, tala ilegal e impuestos a narcotraficantes.
Por el otro, se especula que cobran peaje por el paso de migrantes. Tras el paro del 16 de marzo de 2019 en Capurganá, a causa del asesinato del joven Álvaro Javier Hernández —a quién las Agc señalaban de «chilenguear» migrantes por sus rutas de narcotráfico—, se habría propiciado una de negociación entre ese grupo armado ilegal y la comunidad, cuyos eventuales acuerdos son los que permiten a los «chlingueros» traficar los migrantes. Así lo revela una publicación de abril de 2019 en el portal periodístico de La Silla Vacía.
Uno de los hombres que fuma el cigarrillo de marihuana con Antoni, se sorprende ante sus palabras y escucha atento hasta que él termina su explicación sobre «cuál es el problema»
—¡Uyy, perro! ¡¿Y usted sabiendo todos esos visajes y se queda por acá?!—pregunta el hombre con el ceño fruncido como quien tiene un mal sabor en la boca—.
—Claro, si es que yo soy nativo de aquí. ¿Pa’ dónde me voy a ir? Aquí es donde está la fortuna— esgrime Antoni mientras sonríe.
Foto de apertura: AUNAP, 2018.