Tras vivir desplazados y hacinados durante tres años luego de la masacre del Naya, perpetrada por paramilitares del Bloque Calima apoyados por tropas del Ejército, 73 familias de la etnia Nasa se asentaron en el municipio de Timbío, centro de Cauca, donde, finalmente, lograron constituirse como resguardo indígena. Pero la violencia no los abandona: sus líderes son perseguidos, agredidos y asesinados.
La historia de esa comunidad parece un relato bíblico. Durante la Semana Santa de 2001 sufrió una de las peores masacres registradas durante el conflicto armado colombiano, cuando un comando paramilitar de alrededor de 200 hombres enviado por Éver Veloza García, alias ‘HH’, y apoyado por soldados de la Tercera Brigada del Ejército Nacional, asesinó y desapareció a decenas de campesinos, afrodescendientes e indígenas, que habitaban las ricas veredas del Naya, una zona limítrofe entre los departamentos de Cauca y Valle del Cuaca. (Leer más en: Los orígenes de la masacre del Naya y “Así no se pide perdón”: víctimas del Naya al Ejército)
Tras la cruenta incursión armada, cientos de comuneros de todas las edades tomaron las pocas pertenencias que pudieron y salieron despavoridos de sus tierras ancestrales. Así empezaron su éxodo, que los condujo hasta la plaza de toros de Santander de Quilichao, donde improvisaron albergues que no contaban con las condiciones mínimas para vivir dignamente. Pese a las adversidades, desde allí comenzaron a consolidar su proceso de resistencia.
En octubre de 2002 prosperó una tutela a su favor y los jueces le ordenaron al entonces Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora, después Incoder y hoy Agencia Nacional de Tierras) conseguir un predio para que las 73 familias que decidieron no retornar al Naya pudieran reconstruir sus vidas de acuerdo con sus usos y costumbres. Ese trámite se demoró poco más de dos años. El 18 de diciembre de 2004 el instituto compró la finca La Laguna, ubicada en Timbío, centro de Cauca, tras no encontrar tierras disponibles en el norte del departamento.
Sin embargo, la llegada a esa ‘tierra prometida’ tuvo que esperar unos meses más, porque en sus 289 hectáreas no existían lugares de habitación suficientes para recibir a todos los indígenas. Por esa razón, 20 familias hicieron una avanzada y adecuaron como pudieron su nuevo hogar para que finalmente el 9 de abril de 2004 llegaran las 53 familias restantes, que no pudieron contener más las ganas de regresar al campo e improvisaron cambuches de plástico para vivir. (Leer más en: Kitek Kiwe, el resguardo que floreció tras la masacre del Naya)
Siguiendo el legado organizativo de sus ancestros, al año siguiente, las familias constituyeron su propio cabildo indígena y lo bautizaron Kitek Kiwe, que en nasa yuwe, su lengua madre, significa tierra floreciente. En 2006, el Estado les reconoció su cabildo, pero las familias no se conformaron con esa distinción y a pesar de las múltiples dificultades, el Ministerio de Agricultura, a través de la Agencia Nacional de Tierras, los reconoció como resguardo indígena el 27 de junio de 2017, lo que les permite blindar jurídicamente su territorio y acceder a mejor atención estatal.
No obstante, la lidia de esa comunidad no ha terminado. Sigue luchando para lograr una reparación integral por la masacre que los obligó a abandonar sus tierras de origen; trabaja para mejorar la infraestructura de su nuevo hogar, que aún carece de acueducto y alcantarillado, y tienen servicio de electricidad porque las familias juntaron recursos de sus bolsillos para lograr la conexión al fluido eléctrico; le transmite el saber cultural a sus nuevas generaciones que crecen por fuera del Naya, para mantener viva la memoria de su pueblo; y tiene que preservar la vida de sus líderes, quienes son objetos de constantes amenazas de muerte, por estar al frente de esas tareas.
La violencia no los deja atrás
Desde que se encontraban hacinados en la plaza de toros de Santander de Quilichao, los desplazados del Naya fueron objeto de seguimientos e intimidaciones por parte de paramilitares del Bloque Calima. Tras la desmovilización de ese grupo armado, en diciembre de 2004, y con la instalación en Timbío, la comunidad pensó que la violencia quedaría atrás, pero se equivocaron.
Las amenazas se volvieron rutinarias y la más reciente ocurrió ayer, cuando a la sede del resguardo, en el casco urbano de Timbío, llegó un panfleto a nombre de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc), en el que amenazan de muerte a tres destacados dirigentes de Kitek Kiwe y sus familias, porque supuestamente se oponen al desarrollo del país. “Los tenemos en la mira, apenas dejen esos palitos (bastones de mando) que no les sirven para nada, ya saben dónde quedan: así como su querido e idolatrado Gerson Acosta”, dice uno de los apartes del comunicado. (Ver panfleto)
El que mencionen de esa forma el nombre de Gerson Acosta causa pánico en la comunidad, ya que fue uno de los líderes que más luchó para evitar la impunidad en el caso de la masacre del Naya y trabajó sin descanso para lograr la reparación integral de los desplazados. De hecho, minutos antes de ser asesinado, el 19 de abril del año pasado, el entonces gobernador indígena del cabildo, sostuvo una reunión con funcionarios de la Unidad de Víctimas relacionada con la instalación de un acueducto para que la comunidad tenga acceso a agua potable. (Leer más en: Víctimas del Naya se quedan sin uno de sus líderes más visibles)
Además del dolor de perder a uno de sus guías más importantes, la ausencia de Acosta generó desconfianza entre la comunidad porque un comunero lo asesinó en territorio de Kitek Kiwe. Se sospecha que fue usado por personas ajenas a la comunidad para que se infiltrara y perpetrara el homicidio.
“Después de lo que le pasó al mayor Gerson, las amenazas no han parado. Es más fregado cuando la situación es interna, porque a los de afuera (grupos armados) uno los busca y les reclama. Hoy en día vamos recuperando la confianza, pero las amenazas siguen. La parte de abajo amanecía con panfletos, lo hacían cuando la Guardia Indígena se iba a descansar”, cuenta Lisinia Collazos, actual representante legal del resguardo y exgobernadora del cabildo en tres ocasiones. “Al Mayor le llegaron muchas amenazas, a otro compañero y a mí también. En ese papel sin firmar nos decían que nos teníamos que ir porque le estábamos sacando mucha plata al gobierno”.
El riesgo no sólo está latente en los panfletos y mensajes de celular, también se ha hecho manifiesto con intimidaciones y golpizas a comuneros para sacarles información. Así lo asegura José William Rivera, coordinador de la Junta Directiva del resguardo: “A mediados de marzo a un compañero le salieron tres encapuchados en moto y le preguntaron por Lisina Collazos y Edwin Güetio (consejero ante la Acin), le pidieron que confirmaran que si en tales casas es donde viven”.
Y cuestiona el nivel de inteligencia que les están realizando: “Ya tienen el mapa del caserío, ¿cómo identifican y tienen tanto detalle? Son tres hombres muy cerca del territorio y es muy preocupante porque en cualquier momento llegan con certeza al lugar. Es imposible que no le hayan hecho inteligencia a la comunidad, porque saben dónde viven las familias, cuántos son sus miembros y demás; también tienen números telefónicos que conocen pocas personas y algunas entidades estatales”.
Para este líder indígena, que salió desplazado cuando tenía once años de edad y los paramilitares asesinaron a su padre en la vereda Patio Bonito, el hecho de hacer control territorial y de que la comunidad decretara que sus 289 hectáreas son territorio de paz y armonía, por donde no pueden circular armas ni grupos ilegales, también es un factor de riesgo, porque por la parte baja de la finca han circulado grupos armados sin identificar.
Además, la delincuencia común también es otra variable en esa ecuación de inseguridad que azota a la comunidad. “Toda la gente que hemos identificado es de afuera y en ocasiones no la hemos visto en el municipio, en la mayoría de casos son de las ollas de Popayán y no sabemos por qué vienen a consumir acá. La fachada de ellos es que vienen en plan de parejitas y amigos, pero uno no sabe qué están mirando”.
Bayardo Misicué, quien coordinó la Guardia Indígena hasta el pasado mes de diciembre, cuenta que en su labor de control territorial los guardias han incautado vehículos robados que le entregaron a las autoridades competentes: “Se han identificado y entregado motos robas a la Policía; el año pasado entregamos a la Fiscalía un carro de alta gama que había sido robado, la Guardia lo detuvo y encontró que era robado”.
Al respecto, Rivera indica que los guardias indígenas también han realizado capturas relacionadas con venta de droga y quemado los estupefacientes incautados. “Eso nos ha traído problemas y ataques, pero nosotros hemos dejado claro que droga que cojamos, la vamos a destruir; y que vehículos sin papeles, los vamos a decomisar. El espacio nuestro es lejano y la Policía no tiene presencia, por eso vienen a hacer negocios acá. También se dan casos de que gente extraña trae personas para matarlas y dejan los cadáveres en los cafetales. Tenemos miedo por lo que pueda suceder con los líderes”, indica con angustia.
Sobre amenazas, la exgobernadora y actual representante Collazos cuenta dos episodios que la obligaron a dejar de usar su bastón de mando cuando se encuentra por fuera del resguardo, a raíz de la estigmatización e intolerancia hacia el pueblo Nasa.
El primero ocurrió en la capital del departamento de Cauca: “Un señor grandote me recriminó fuertemente porque estaba en Popayán. Me dijo: ‘Sucia, por qué tenés que salir acá donde andamos la gente de bien. Ustedes tienen que estar en la montaña, en la peña. Usted no tiene que salir y acá andamos los que queremos el progreso de Cauca’”.
El segundo sucedió en la cabecera de Timbío: “Como a las 5:30 de la mañana, en la esquina del parque me salió un señor. Se me atravesó y me atajó. Me dijo que no me advertía más, y que el día que me volviera a ver con ese garrote (el bastón de mando), con ese mismo me iba a dar, porque los indios son una partida de perezosos que se la pasan pidiéndole plata al gobierno y no trabajamos las tierras”.
Para ella, esas agresiones no corresponden a la realidad y las considera ataques frontales al símbolo de la resistencia de su pueblo. “Eso me ha bajado mucho el ánimo y cuando estoy sola no cargo el bastón de mando. Él es un orgullo para nosotros, para los Nasa, que hemos sido los más peloncitos o exigentes de derechos”, concluye con resignación, y afirma que se siente más segura con la protección de la Guardia Indígena, razón por la que le pidió a la Unidad Nacional de Protección que le cambiara su escolta por un guardia del resguardo.
Las condiciones geográficas de la región también son una causa de riesgo para las familias de Kitek Kiwe y entre ellas se encuentra la única carretera de acceso, que está sin pavimentar, razón por la cual los comuneros y sus autoridades tradicionales transitan sus más de tres kilómetros de extensión a velocidades muy bajas, con lo que quedan expuestos a atentados.
A pesar de esas situaciones, en Kitek Kiwe cuentan con alrededor de 50 guardias indígenas que se encargan del control territorial y de velar por el cumplimiento del mandato de la comunidad de preservarlo como un lugar de paz y sin armas. Sin embargo, ellos también tienen problemas para realizar su labor con seguridad.
Una de las dificultades en ese sentido es el alcance de sus radios de comunicación: funcionan con la antena que tiene la Asociación de Cabildos del Norte del Cauca (Acin) y como no cuentan con antena repetidora, la señal no llega con suficiente potencia hasta su territorio y quedan incomunicados en varios puntos del resguardo, en los que les toca usar celulares o comunicarse punto por punto con luces y sonidos.
Resistencia desde la cultura y la memoria
“Nuestras herramientas de resistencia son nuestros usos y costumbres, que nos llevan a fortalecer la unidad y el movimiento para pervivir como pueblo”, explica José William Rivera, quien además de ser el coordinador de la Junta Directiva, es dinamizador del programa de educación propia del resguardo. A pesar de haberse dispersado por más de tres años y de no estar rodeados de la naturaleza de su tierra de origen, en Kitek Kiwe no han dejado perder las tradiciones de sus ancestros y las utilizan para hacerle frente a todas las adversidades.
Ese saber es empleado por sus mayores o médicos tradicionales que, por medio del uso de plantas y rituales, se encargan de proteger al territorio y sus habitantes. “La fuerza de nosotros es la Madre Naturaleza: el viento nos avisa que por tal región viene alguien o hay algo extraño para hacer seguimiento; cuando el fuego se aviva y echa chispas, sentimos que algo va a pasar y la seguridad se aumenta, por eso se debe armonizar la tulpa (fogata a la que se arrojan plantas y licores). Nuestros usos y costumbres, y el saber analizar los elementos y la naturaleza, son de gran importancia para sobrevivir en este espacio donde no tenemos garantías de seguridad”, plantea Rivera.
Y agrega que el Mayor se encarga de “catear” el territorio para percibir en dónde hay amenazas: “Son recomendaciones. Él tiene una forma de leer la naturaleza y dice va a pasar tal cosa, o va a llegar tal gente o habrá tal problema. No nos dice con nombres propios, pero nos da la opción de dónde puede ser y de que nos preparemos. Cuando el viento se alborota hay que prepararse para reaccionar rápido”.
De la mano de las tradiciones va la memoria. La zona de recepción de Kitek Kiwe tiene grabada en sus paredes toda la historia de su pueblo y los avatares causados por el conflicto armado. En sus murales está consignado el relato de la masacre, del desplazamiento, de los albergues en la plaza de toros, de la consecución de su nuevo terruño, de la discriminación y explotación que sufrieron por parte de sus vecinos que les pagaban el jornal con un racimo de plátanos, y de las proyecciones que han hecho para el futuro con su Plan de Vida.
En esos cúmulos de ladrillos, al igual que en las aulas de clases, se les cuenta a los más pequeños el gran periplo que realizó su pueblo para que no se perdieran la memoria y las tradiciones ancestrales, factores vitales para prolongar su resistencia.
Para la exgobernadora Collazos, quien asumió tempranamente las riendas de su comunidad, a pesar de llevar un duelo profundo por haber quedado viuda en la incursión del Bloque Calima, afirma sin vacilar que la resistencia de Kitek Kiwe parte desde la educación porque su población es muy joven, y por eso tienen varias estrategias para formar nuevos líderes y expandir su legado cultural.
Por esa razón, la Institución Educativa Elías Trochez (nombre dedicado a la memoria del gobernador del Alto Naya que fue asesinado en la masacre de 2001), más que una escuela, es un semillero de líderes. “Nos asesinaron al mayor Gerson, pero de ese semillero salimos Edwin Güetio, que hoy en día tiene asiento en la Acin, y muchos jóvenes más que estamos poniendo la cara por el resguardo”, afirma con orgullo Rivera.
Para lograrlo, como explica el docente Kevin Mora, quien perdió a su padre a manos del Bloque Calima cuando tenía dos años de edad y creció en el albergue de la plaza de toros, los 101 estudiantes que cursan primaria y secundaria reciben una educación integral que involucra los saberes propios y occidentales.
Y esa teoría va de la mano de la aplicación de sus usos y costumbres. El pasado 18 de marzo los pequeños de Kitek Kiwe participaron en la realización de la Ceremonia del Padre Fuego, en la que construyeron el arca, las antorchas y los adornos que se usaron para trasladar la tulpa desde la entrada del resguardo hasta el Parque de la Memoria, en donde se celebró en horas de la noche.
Esa ceremonia se hace con el ánimo de quemar los aspectos negativos que los indígenas quieren superar y tomar fuerza del fuego para alimentar sus espíritus. En esta ocasión, tuvo un propósito adicional: prepararse para la conmemoración del primer aniversario del asesinato del gobernador Acosta (19 de abril) y del decimoséptimo aniversario de la masacre que los llevó hasta Timbío, donde siguen padeciendo los embates de hombres armados, pero desde donde proyectan mantenerse en resistencia perpetua.
Este reportaje fue realizado con el apoyo de