VerdadAbierta.com entrevistó a los sobrevivientes del ataque en el que murió el líder social Jhon Kevin Taicus, hace tres meses en zona rural de Tumaco. Las víctimas reprochan la inacción de una tropa militar del Batallón de Selva 53, Guaital, que acampaba a unos metros de la casa en donde ocurrieron los hechos.
“¡Cómo van a permitir que maten a Jhon a lado de ustedes!”, le recriminó Ligia Bernal al grupo de militares que acampaba a unos metros de su casa, donde su pareja, Jhon Kevin Taicus Guanga, fue asesinado el pasado 24 de agosto. “Nosotros a ustedes fue mucho la mano que les dimos, los atendimos bien”, le dijo la mujer a los soldados.
La casa de Ligia y Jhon está ubicada en la vereda Bellavista, a una hora del casco urbano del municipio de Tumaco, Nariño. Desde hace 14 años Bernal trabajaba y poseía pacíficamente esas ocho hectáreas de tierra, a la orilla de la variante de la vía Panamericana que conecta La Perla del Pacífico con Pasto.
A simple vista desde la carretera resaltan la caseta azul con el letrero “Productora Piscícola Río Guisa del KM 84”, en la que la familia comercializaba tilapia, cachama, sábalo y alevines vivos y congelados. En una parte del lote se observan siete piscinas para el cultivo de peces, motobombas y equipo de aireación con los que habían impulsado una asociación. Entre esas piscinas quedó tendido el cuerpo sin vida del líder cuando intentaba huir de sus verdugos.
Taicus tenía 51 años, nació en Ecuador y desde hace 28 años estaba radicado en el municipio de Tumaco. Era el representante legal de la Asociación Agropecuaria Unida para el Progreso Zona Carretera (ASUP) y de la Asociación de Agricultores de la Guayacana (Agrobrisas del 85). A través de ambos procesos buscaba diversificar la producción de la unidad agrícola campesina y realizar proyectos colectivos en Tumaco, sembrando especies forestales con valor comercial, cosechando cacao y cultivando peces o realizando apuestas ambientales como la limpieza de quebradas de la región.
Para el próximo 30 de noviembre la ASUP había programado el cierre de su proyecto principal, pero a Jhon no le permitieron ver el final. Durante varios meses la asociación trabajó en la construcción de una unidad productiva colectiva ubicada en el kilómetro 84 del corregimiento de La Guayacana, una iniciativa apoyada por la Dirección de Carabineros y Protección Ambiental (DICAR) de la Policía Nacional y con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
“Él era un líder social de izquierda. Yo creo que ese fue el motivo de que lo hayan matado”, cuenta Bernal, compañera sentimental de Taicus desde hace nueve años. Según precisa Bernal, Jhon Taicus defendía la política del Pacto Histórico en su comunidad, pero eso no impedía que se relacionara y sirviera a la Fuerza Pública que habitaba y transitaba sus tierras.
Tras la firma del Acuerdo de Paz entre las Farc y el Estado colombiano, decenas de estructuras armadas se han disputado el control territorial de Tumaco. Según ha precisado la Defensoría del Pueblo en sus Alertas Tempranas, en la región hace presencia la Coordinadora Guerrillera del Pacífico, perteneciente a la Segunda Marquetalia, a través de la Columna ‘Alfonso Cano’, ‘Frente Iván Ríos’ —antes conocidos como ‘Los Contadores’—, ‘Columna Móvil Ariel Aldana’ y el ‘Frente Oliver Sinisterra’. Del otro lado, en la zona está El Estado Mayor Central (EMC) con las estructuras ‘Urias Rondon’ y ‘Franco Benavides’.
A unos metros del predio en el que fue asesinado Taicus estaba instalado un campamento del Ejército del Batallón de Selva 53, Gualtal, de la Fuerza de Tarea Conjunta de Estabilización y Consolidación Hércules. “¿El Ejército sabía del ataque?”, se preguntan los sobrevivientes del atentado. “¿Por qué nadie reaccionó?”, cuestionan, pero nadie les da respuesta.
La desgracia
En la mañana del 24 de agosto, Jhon Taicus madrugó a trabajar en la unidad colectiva donde la asociación que representaba desarrolla las labores de piscicultura. Hacia las tres de la tarde llegó a su casa, donde Ligia Bernal lo esperaba con el almuerzo. Ese día, Antonio* y su esposa Teresa*, amigos de Ligia y Jhon, estaban de visita en la casa. “Nos hicimos amigos porque ellos vendían pescado y nosotros les comprábamos. Luego nosotros también empezamos a cultivar unos pescaditos con ellos”, explica Antonio.
“Nosotros somos sobrevivientes porque a mí también trataron de matarme”, agrega Antonio.
Antonio, Teresa y sus hijos habían construido una casa cercana a la de Ligia y Jhon, pero hace un año salieron de Tumaco. “Por cuestiones de seguridad, por esos grupos, decidí sacar a mis hijos”, cuenta Antonio. Eventualmente viajaban de nuevo a la región, trabajan sus tierras y visitaban a sus amigos, Jhon y Ligia.
Ese día, Antonio le había ayudado a Ligia a lavar unas piscinas y esperaban encontrarse todos a la hora del almuerzo, alrededor de las dos y media de la tarde. “Los cuatro estábamos en la mesa. Hacía dos minutos mi esposa se había parado de la mesa y se había ido a barrer el patio. Como viajábamos al otro día en la mañana, le íbamos a dejar organizadito a ellos, por lo que ellos mantenían muy ocupados. En eso escuchamos que llegó un carro, rechinaron las llantas”.
Cuatro hombres con pistola en mano descendieron de un Chevrolet Sprint Blanco y empezaron a disparar contra la casa y todos se dispersaron para salvar su vida. “De milagro me salvé. Yo logré meterme en una pieza y quedarme quietica allí”, cuenta Bernal. La mujer recuerda que su esposo salió por la puerta de atrás, donde se encuentran las piscinas. Bernal cree que su pareja iba hacia el escuadrón militar que acampaba a unos metros de su casa.
Por su parte, Antonio se tiró al piso, mientras las balas le pasaban por encima. Unos minutos después uno de los hombres entró por la cocina y al encontrarlo en el piso le apuntó a la cabeza. El tiro falló, sólo logró herir superficialmente la mano de Antonio y cuando su verdugo volvió a apretar el gatillo para terminar el trabajo, salió del arma un sonido metálico: se habían acabado las balas.
El hombre salió por la puerta del frente y el vehículo arrancó. Los vecinos del sector aseguran que aparte del Spring, en sentido Tumaco-Ricaurte, subió otro carro y una camioneta, dentro de los cuales hombres portaban armas largas. “Estaban como de respaldo”, suponen los lugareños.
“Yo salí a buscar a mi esposa, pensaba que la habían matado”, cuenta Antonio. Sin embargo, Teresa, ante el sonido de las balas, salió corriendo por detrás de la casa, atravesando las piscinas, para alcanzar el campamento militar que estaba a unos metros de allí. Sus esperanzas estaban puestas en el campamento militar, que los uniformados pudieran socorrerlos a todos.
“El Ejército estaba, escasamente, a 50 metros; lejos, a 80 metros detrás de las piscinas. Ellos vivían detrás de las piscinas”, asegura Antonio. ¿A esa distancia los militares pudieron escuchar la balacera? “¡Claro, por Dios!”, responde exaltado Antonio y agrega: “Si bajaron vecinos que estaban como a un kilómetro, eso se llenó de gente que escucharon la balacera. Eso llegó de hartísima gente de lejos. El Ejército se tuvo que dar cuenta de todo lo que pasó”.
Según explica los pobladores, con frecuencia esa tropa militar realizaba un retén al frente de la casa de Ligia y Jhon, sobre la variante de la vía Panamericana, pero ese día ubicaron el retén un kilómetro más hacia Ricaurte y una parte de los soldados se quedó en el campamento.
Antonio llegó hasta el campamento militar. “A mi mujer yo la encontré arrodillada, pidiéndoles a ellos ayuda”. Pero el grupo de 12 soldados, algunos en ropa interior, permanecieron impávidos. “Vienen a matarlo a uno delante de ustedes y no hacen nada, ¡salgan!”, les recriminó. Antonio y Teresa regresaron a buscar a sus amigos y cuando Teresa pasó por entre las piscinas encontró el cuerpo sin vida de Jhon. Una bala le había atravesado un pulmón.
“Doña Ligia quedó muy descontrolada. Pasó por el lado de don Jhon, lo vio muerto y siguió buscando. Mi esposa le dijo que lo viera y la llevó otra vez hasta donde estaba el cuerpo y entonces ahí volvió en sí, se arrodilló y empezó a llorar”, cuenta Antonio.
Sólo 15 minutos después llegaron las tropas del Ejército y ese mismo día, asegura Bernal, los militares levantaron el campamento y el resto de la familia no permitió que regresaran a sus tierras. Los sobrevivientes denuncian que nadie llegó a investigar en el lugar. “No llegó nadie. La funeraria y el Ejército que estaban allí, pero nada más”, sostiene Antonio.
Al día siguiente Bernal llevó el cuerpo de Taicus a Ecuador para velarlo en su país natal.
Nadie los socorrió
“Don Jhon y doña Ligia le colaboraban mucho al Ejército. Por ejemplo, ella tenía una tiendita, lo que no tenía ahí, don Jhon les iba a buscar. Si necesitan un galón de gasolina, don Jhon se los iba a buscar, les cambiaban remesa, les guardaban en el enfriador cosas de ellos; cualquier cosa que necesitaban, don Jhon ‘volaba’ a hacer el favor”, cuenta Antonio.
Miembros de la organización a la que pertenecía Jhon han puesto en conocimiento de los hechos a distintas instituciones, pero pocas respuestas han recibido. Una de sus acciones consistió en radicar una denuncia contra los militares ante la Procuraduría, “para que investiguen por qué ellos permitieron que lo mataran, cuando en otras ocasiones los militares le habían dicho que lo iban a proteger”, cuenta uno de ellos quién pidió la reserva de su nombre por razones de seguridad.
Ligia Bernal tuvo que salir desplazada de sus tierras y permanece escondida. “Yo dejé todo abandonado. Dejé abandonada a la asociación, mi negocio, mi estación… todo”, cuenta. Según le explicó a este medio, ella ha sufrido intimidaciones y le han conocido por versiones de terceros que su vida está en riesgo.
Un año atrás, ‘Los Contadores’ —o el ‘Frente Iván Ríos’ pertenecientes a la Segunda Marquetalia— ya habían amenazado a Jhon. “Que iban a ir por él a buscarlo, que él estaba muerto”, recuerda Bernal sobre aquella amenazas telefónicas. Hoy la mujer recuerda con indignación cuando le contaron al pelotón militar que acampaba en su predio sobre esas amenazas, cómo los militares le habían prometido que los iban a proteger.
“El Ejército, en quien habíamos depositado nuestra confianza, a quienes les servimos en todo lo que podíamos, arriesgando nuestra propia vida, fue tan triste y decepcionante, era su deber salvaguardar la vida de Jhon. Nadie podrá reemplazar ese trabajo que él desempeñaba”, concluye, entre llanto, Ligia.
Nota de la redacción: este portal se contactó con el general Giovanni Rodríguez León, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta Hércules para conocer qué objetivo tenía ese campamento asentado en el predio del líder asesinado y qué tenía por decir la comandancia sobre los señalamientos de los sobrevivientes frente a la inacción del pelotón militar. Sin embargo, no se obtuvo respuesta del general ni de su asistente, el teniente López.
*Nombres cambiados por seguridad.