Quizás por ello, cuando se le indaga por el futuro de esta actividad en su rostro se dibuja una mueca de profunda preocupación. No es para menos. Desde que se instaló en Segovia, la banda criminal al mando de alias ‘Otoniel’ se apoderó del comercio de un elemento vital para la minería en este pueblo y que le está reportando grandes dividendos: la dinamita. “Esos ‘Gaitanistas’ saben quiénes pueden acceder a la dinamita; o sea, quienes tienen licencia de explotación. Entonces, a ellos les dicen: ‘usted me va vender la dinamita solo a mí a tanto’. Los que no tenemos acceso a dinamita tenemos que comprársela a ellos, a lo que nos pidan, que siempre es tres veces más”, agrega el minero.
A esto se suma el cambio de condiciones laborales para cientos de medianos y pequeños mineros desde que la Zandor Capital asumió el control de todos los activos de la Frontino Gold Mines. Años atrás, cuando la Frontino aún estaba bajo el control de los trabajadores, cientos de pequeños y medianos mineros solían explotar en la más completa informalidad múltiples socavones abiertos en tierras de la empresa sin mayores complicaciones. Unos y otros pactaban repartir los hallazgos en bruto en porcentajes que fueron equitativos. Eran años en que había oro para “dar y convidar”.
Pero el gobierno nacional vendió la empresa y la multinacional llegó cerrando todos los socavones abiertos en sus tierras. Para evitar desaparecer como pueblo, los mineros informales crearon en 2015 la Mesa Minera de Segovia y Remedios con el fin de negociar condiciones laborales con la Zandor Capital. La empresa propuso los famosos contratos de asociación; es decir, la tercerización de la explotación de las minas de la multinacional en manos de asociaciones privadas creadas por los propios mineros tradicionales.
Pero el remedio resultó peor que la enfermedad. “Los tales contratos de asociación nos están llevando a la ruina. Uno explota el socavón, lleva la mina en bruto a la planta de beneficio de la multinacional y salen con que solo produjo, por decir algo, 10 gramos de oro por kilo. Uno lleva el mismo material a analizar a otro laboratorio y el resultado es 35 gramos de oro por kilo. Con todos los mineros está pasando eso y entonces, a la hora de liquidar, al minero no le está quedando nada”, explica Ovidio.
Las extorsiones por parte de las bandas criminales, sumado a los problemas derivados de la relación con la multinacional, tiene en serios aprietos la actividad económica por excelencia de esta región. Según estimativos de la Mesa Minera de Segovia y Remedios, antes de la llegada de la Medoro Resources existían más de 250 pequeñas minas, que empleaban más de 30 mil personas. Hoy, hay en funcionamiento poco más de 60, en las cuales laboran algo así como 12 mil mineros.
El problema es que, si la minería continúa con su caída libre como viene sucediendo hasta hoy, toda una larga cadena de personas que dependen de esta actividad verá seriamente afectada su calidad de vida porque, sencillamente, en Segovia y Remedios no hay nada más que hacer. Y, como toda cadena tiene sus eslabones más débiles, cientos de mujeres segovianas conocidas como las chatarreras miran con preocupación un futuro que se ve tan oscuro como la entrada a un socavón.
Un ángel entre los escombros
Por fortuna, las chatarreras encontraron en una joven mujer el “ángel” que preocupe por ellas. Se trata de Ruth Ospina, quien aún recuerda el día en que, sin quererlo, terminó siendo la única mujer integrante de la Mesa Minera de Segovia y Remedios. Sucedió un día de enero de 2015. Los pequeños y medianos mineros informales estaban reunidos en el Colegio Diocesano, planeando la creación de una instancia que los aglutinara y los representara en las duras discusiones que se avecinaban con la multinacional.
En las pasadas elecciones regionales, Ruth Ospina postuló su nombre al Concejo de Segovia por el Partido Verde, donde aspiraba continuar con su trabajo en favor de las chatarreras. Si bien obtuvo un número importante de votos, el umbral del partido no le permitió acceder a una curul. Foto: Ricardo Cruz.
Los mineros ya se disponían a elegir sus delegados cuando Ruth levantó la mano para pedir el uso de la palabra. Con el desparpajo que la caracteriza, se subió al escenario, tomó el micrófono y dijo ante un público netamente masculino: “todos se mostraban preocupados por el cierre de las minas, por los contratos, que por esto y lo de más allá. Y sí, era –y es- muy preocupante, pero yo les dije: ‘señores, estas mujeres, las chatarreras, son las más vulnerables y necesitamos que también piensen en ellas”.
Fue así como ese día de enero de 2015, Ruth terminó integrando la Mesa Minera en representación de las chatarreras. “Mi relación con ellas es muy fuerte porque yo también lo fui. Cuando tenía 15 años, al ver que mi padre no podía mantenernos a todos nosotros, que somos ocho en total, pues me fui a chatarrear a una mina. En esas estuvo dos años y me di cuenta lo pesado que es ese trabajo”.
Aunque para aquel entonces tenía tan solo 20 años, la joven se tomó muy en serio su trabajo: “comencé una caracterización sobre las mujeres chatarreras. Alcancé a realizar un diagnóstico de 100 de ellas. Encontré que el nivel educativo en ellas era muy bajo; que por lo general son mujeres cabezas de hogar, abandonadas por sus esposos o algunas son víctimas de la violencia, con más de tres o cuatro hijos bajo su responsabilidad”.
En sus indagaciones, Ruth reafirmó lo que las chatarreras dicen entre murmullos y lamentos: “yo diría que solo el 10 por ciento, siendo mucho, me dijeron que les gustaba ese trabajo. De resto todas señalaban que era un trabajo muy pesado, que es muy duro porque toca trabajar casi parejo como lo hombres, en ambientes pesados donde a veces no falta el hombre que se quiere sobrepasar. Pero lo hacen porque, ¿qué más hay para hacer en Segovia?”.
Aunque la vida de hombres y mujeres en pueblos como Segovia y Remedios gira completamente en torno a la minería y lo que pase en ese renglón económico afecta a todos por igual, la lucha por su defensa ha tenido, históricamente, un carácter masculino y eso Ruth no solo lo comprendió rápidamente, también lo padeció.
“Me ha tocado pelear mucho con la Mesa (Minera), porque, claro, las chatarreras solo son importantes cuando se hacen plantones o se programan actividades y necesitan quien cocine. Y yo soy diciéndoles que no, que la cosa no es así, pero es una lucha que he dado sola y no he logrado cambiar esa actitud”, afirma la líder.
Actualmente, a través del proyecto Somos Tesoro, iniciativa de la Fundación Mi Sangre, la Alianza por la Minería Responsable, el Fondo Acción y Pact, la joven ha logrado impulsar varias iniciativas de huertas caseras que benefician a varias mujeres chatarreras y sus familias y viene gestionando la creación de una fábrica de arepas.
“Es que a las chaterreras son las que más les vulneran sus derechos, hasta en el mismo municipio: cuando en la mina ven que los residuos que le entregaban a las mujeres tienen buen mineral, prefieren explotarlo y, ¿qué pasa?, que ellas se tienen que ir a otra mina a buscar trabajo. Por eso estamos buscando generar otras opciones de empleo”, reitera Ruth,
Este año su vida dio un giro inesperado. El alcalde Gustavo Tobón la nombró Coordinadora de Juventud y ahora su tiempo debe ocuparlo en las actividades que demandan su cargo. Sin embargo, no descuida su labor de acompañamiento a las chatarreras. Se trata sin duda de una apretada agenda que poco espacio deja para el esparcimiento.
“Yo no soy mucho de fiestas y parrandas y cosas de esas. Todo mundo creería que todos los segovianos y más las mujeres somos así, fiesteros; pero no. Hay mucho mito sobre el pueblo, sobre las cosas que pasan aquí, sobre las mujeres, pero lo que pasa aquí no es nada distinto de lo que pasa en otros lados”, sentencia esta mujer que no se cansa de repetir lo orgullosa que se siente de ser segoviana.