#ResistiendoEnCuarentena. Abrimos este espacio para que víctimas y comunidades afectadas por el conflicto armado cuenten cuáles son sus necesidades y cómo lidian con la pandemia del nuevo coronavirus.

Por: Harry Mosquera, presidente del consejo comunitario Los Riscales, y Mauricio Bechara Escudero, biólogo y estudiante de doctorado en Ciencias del Mar

Por causa del SARS-CoV-2 (conocido también como COVID-19), además de una inminente crisis hospitalaria, la obtención de alimentos golpea duramente a una gran parte de la población colombiana en las ciudades. Para conseguir los elementos básicos, incluso de la ingesta mínima, son necesarios esos pedazos de metal o papel que se cambian por productos y servicios en un sistema económico donde el dinero hace dinero (capitalismo).

Pero no todo son malas noticias. En un lugar al oeste de Colombia y de frente al Pacífico oriental se encuentra el Golfo de Tribugá, con 68 por ciento de población afrodescendiente y 32 por ciento indígena. Los pobladores dan cuenta de cómo vivir sin necesidad de productos impuestos por el consumismo: una gaseosa puede ser reemplazada por agua de coco; un plato de frijoles por árbol del pan (Artocarpus altilis); y un trozo de punta de anca, con todo y la huella de carbono y desertificación que deja la ganadería, sucumbe ante un filete de albacora (Thunnus albacares)

Son ellos, la gente de esta zona, en su esplendor y entorno, en su cosmovisión y uso de los recursos naturales, quienes se jactan con todo el derecho de lo que les brinda el bosque húmedo tropical, los manglares, los estuarios, las ensenadas, los ecosistemas rocosos y aguas someras. Está claro, hay que hacer uso de la Ley 70 y planes de etnodesarrollo, planes de salvaguarda indígena y de vida en un territorio que confiere 31.469 hectáreas a las comunidades negras y 90 mil hectáreas a las comunidades indígenas.

Hoy, muchas personas confinadas en sus casas salen culposa o dolosamente a contraer infección (se excluyen los que necesitan buscar el diario en esta Colombia inequitativa) o les constriñe el aislamiento, ese que paradójicamente tiene a la fecha (28 de mayo de 2020) sin un solo caso de SARS-CoV-2 al Golfo de Tribugá.

No se necesita salir fuera del territorio: la carduma (Centegraulis myscticetus) en su migración es perseguida por una gr

Foto: cortesía.

an población de atún, cuando se vaya, se capturará burique (Caranx caballus), champeta (Sphyraena ensis), pargo (Lutjanus spp) o se irá a ese espacio entre el mangle blanco (Laguncularia racemosa)  o mangle negro (Avicennia germinans) y el mangle botón (Conocarpus erectus) para atrapar dentro de su madriguera a un suculento cangrejo azul (Cardissoma crassum).

Se llega al mangle rojo (Rhizophora mangle) y se hurga en los pantanos para recolectar piangua macho y hembra (Anadara similis, A. tuberculosa). Pero también se podría pasar por las rocas donde la marea alta golpea y conseguir varias churulejas (Nerita scabricosta) para un delicioso arroz atollado.

Y ni qué hablar de las actividades de pesca entre Morromico y Playita. Los indígenas de la comunidad de Juribidá tienen la salida hacia el mar por dicho sitio para practicar pesca de subsistencia marina en majestuosas embarcaciones ancestrales tipo canoa de proa y popa pronunciada a las cuales se les anexan tablas de madera para aumentar su manga (ancho) y a veces se les coloca un pequeño tablón en uno de sus terminales de eslora donde reposa un pequeño motor fuera de borda (gracias profesor Segundo López, sí, Rosalino el del Colegio).

Cómo olvidar a las comunidades indígenas de Jagua, Chorro, Puerto Indio y La Loma, asentadas en el río Chorí, que sin traspasar el ecotono (línea de transición entre dos ecosistemas) entre bosque húmedo y costa, auscultan madrigueras en la selva para atrapar a ese rechonchito roedor denominado guagua (Cuniculus paca) y que a veces por buscarlo se encuentran un guatín (Dasyprocta punctata); eso sí, ¡con mucho cuidado! La piara (manada de cerdos salvajes) entre más numerosa, más peligrosa, aunque si se atrapa a uno de esos tatabros (Tayassu pecari), no hay problema pues también hace parte de la caza por subsistencia amparada por la ley.

Foto: cortesía.

Agua Blanca, Camino del Cerro del Águila, Ancachí, Camaronera y Panguí son las comunidades indígenas de la ensenada de Tribugá y ríos adyacentes que además de los recursos del bosque húmedo tropical donde la precipitación anual puede superar los 6.000 mm, aprovechan la pesca o colocan carnada sobre el challo (red estilo colador con circunferencia metálica pendiente de cuerdas) para atrapar muchas jaibas (Callinectes toxotes)

Colombia país pluricultural, entendida la última palabra sobre cómo las comunidades hacen uso de instrumentos políticos para defenderse y hacer valer sus derechos. Pero aquí parece que sólo hubiese una cultura, la del interior; la de las clases virtuales sin tomar en cuenta la cobertura de la conectividad digital en las zonas geográficas más apartadas; la que alcahuetea el uso de plástico en zonas vírgenes y no incentiva el ecoturismo; aquella que en el DRMI (Distrito Regional de Manejo Integrado) Golfo de Tribugá-Cabo Corrientes, firmó una ordenanza, pero desamparó la cogobernanza; esa que piensa en negocios portuarios cuyos dividendos no dejarían ni el 1 por ciento de las ganancias a los pobladores y sigue engatusando cuando marrulla la no construcción de la vía al mar hace más de 18 años; una que destina cada trimestre  195 millones de pesos a Nuquí como zona no interconectada para subsidios de servicios públicos quemando combustible fósil y no tiene políticas en incentivo de energía solar/eólica mientras el pescado se daña al no existir redes de frío comunitarias… (inhalación/exhalación)… ya se puede continuar.

Bien o mal, en el Golfo de Tribugá no hay lujos, pero tampoco se pasa hambre. Ni en Nuquí ni en Coquí o Jurubirá se niega un plato de comida. Cruz Mélida, Fausto, Feíto y muchos más, ayudan a quien no pudo ir a capturar algo de su opulento entorno; muy diferente a este modelo centralista descorazonado que riñe con las condiciones y necesidades de las regiones; específicamente, está muy distante con el Golfo de Tribugá y hace que cualquiera se pregunte: ¿para cuándo las verdaderas políticas de desarrollo sostenible diferenciales acorde a la abundancia de los recursos naturales renovables y no renovables en cada región?

Los pobladores de todo este golfo nos están dando una verdadera lección al resto de colombianos, no de subsistencia, sino de vida, pues sin necesidad de gastar mucho cerebro, se analiza que, a pesar del olvido estatal, los de Tribugá han respondido fieramente a esta crisis. ¿Se imaginan hasta donde llegarían si se potenciara objetivamente esa riqueza natural que tienen?

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