13 años después de que paramilitares asesinaran a varios de los suyos y los obligaran a desplazarse por todo el país, esta comunidad se unió para exigir la restitución de lo suyo. Esta es su historia.
El martes 28 de septiembre de 1999 paramilitares del Bloque Héroes de los Montes de María de la Auc llegaron hasta el corregimiento de Las Palmas en el sur de Bolívar, sacaron a los niños de la escuela y los llevaron hasta la plaza principal para canjearlos con los adultos que regresaban de la cosecha. Leyeron una lista y delante del pueblo asesinaron a cuatro habitantes.
Los paramilitares 'celebraron', hicieron algarabía y se burlaron de la gente chocando entre sí los dos únicos jeep que les servían a los campesinos para sacar sus productos. Luego los sentenciaron: "El 13 de diciembre vamos a celebrar con todos ustedes. Desde el más chiquito hasta el más grande se muere". Por lo menos 500 familias se desplazaron al finalizar ese año.
Aunque el desplazamiento los dispersó por Bolívar, Atlántico, La Guajira, Córdoba y Bogotá, algunos de los habitantes retomaron el liderazgo y decidieron después de un par de años visitar a las familias y organizarse para conmemorar las tradiciones y fiestas patronales, y hacer una reclamación de restitución al gobierno. 13 años después, Las Palmas se convirtió en un ejemplo por los ejercicios de memoria histórica que realiza para mantenerse unido, perdonar y exigir reparación al Estado.
Entre 1999 y 2005, los palmeros se mantuvieron fragmentados. En varios pueblos de la Costa Atlántica muchos comenzaron a reconstruir sus vidas, otros hicieron lo mismo como las 120 familias que llegaron a Suba, en Bogotá. "Desde un principio teníamos claro que no íbamos a salir a la calle a pedir plata. Teníamos salud. Montamos un negocio de comidas rápidas y de platos típicos costeños", dijo Luis, quien asumió el liderazgo de la comunidad en la capital.
En 2005, el Bloque Héroes de los Montes de María se desmovilizó y el gobierno anunció que comenzaría un proceso en el que los ex paramilitares confesarían sus crímenes y las víctimas serían reparadas. Para esa época, los palmeros ya realizaban encuentros en las diferentes regiones para recordar los hechos y sus víctimas, y de paso organizarse para determinar las peticiones que harían durante el proceso de Justicia y Paz.
Con los relatos de los adultos así como de los jóvenes, que para esa época eran niños, fueron tejiendo la historia. Concluyeron que habían sido dos veces víctimas: primero de la guerrilla y luego de los paramilitares. Recordaron que la tragedia del pueblo comenzó a finales de los años 80 cuando guerrilleros del Epl llegaron a sus terruños a pedirles 'vacuna' y llevarse a sus hijos.
Luis Caro contó que fue uno de esos jovencitos que no pudo volver al Colegio León XIII por miedo a que lo reclutaran. "Fui uno de los primeros desplazados del pueblo", señaló.
Con la desmovilización en 1991 del Epl, los palmeros pensaron que habían recuperado la tranquilidad, pero no pasaron muchos meses cuando la violencia volvió, esta vez, con el Frente 37 de las Farc que asesinó a Eustaquio Sierra y a Luis Felipe de Ávila.
Los habitantes recordaron que esas fueron las primeras muertes violentas del pueblo porque en allí la gente se moría de vieja o por enfermedad y no por las balas.
El pueblito, incrustado en los Montes de María, fue tildado de colaborar con la guerrilla. Así se convirtió en la mira de un nuevo actor armado ilegal, los paramilitares.
Entre 1994 y 1999, un grupo al que le decían Los Mochacabezas -entrenados en fincas de Córdoba- instaló un retén entre Las Palmas y Corralito, un paso obligado de los campesinos. Allí fue asesinado Segundo Caro y desaparecido su hermano Álvaro Rafael.
Jóvenes que para esa época eran niños han recordado en los encuentros otros episodios del período paramilitar. "Siempre teníamos miedo. Estudiábamos en la escuela Juan XXIII. Cualquier día esos hombres que estaban armados llegaban al salón, nos insultaban y escribían 'sapos' en el tablero. Teníamos que salir detrás de ellos. Recuerdo que sufría mucho por una compañera que a ella de niña le había dado polio. No nos dejaban ayudarla. Ella siempre llegaba de última y la gritaban", recuerda Waldomiro Fontalvo.
Con esta modalidad de retener a los niños en el parque, para obligar a sus padres a que se presentaran ante los paramilitares, asesinaron al comerciante Alberto Castillo. "Los tipos tenían a Édgar, al hijo, y cuando Albertico llegó lo mataron en la plaza en frente de todos", cuenta Luis Caro.
En la reconstrucción histórica que han hecho los palmeros, contaron que la situación empeoró en 1995 cuando los paramilitares comenzaron a ir de finca en finca asesinando campesinos. Así lo hicieron con Abelardo Caro, y luego con Gregorio Fontalvo Arroyo (papá) y Gregorio Fontalvo García (hijo). Gregorio era reconocido en el pueblo por dar trabajo, prestar tierra para el cultivo, regalar leche y suero a los lugareños y coleccionar tortugas morrocoy.
"Él acababa de llegar de Cartagena donde trabajaba como comerciante. A 'Goyo' lo mataron porque denunció que le habían robado el ganado. Los paramilitares también mataron a su hijo y luego le quemaron toda la finca", contó Luis Caro.
Los días que sin duda recuerdan más los palmeros fueron el 27 y 28 de septiembre de 1999. Los paramilitares del Bloque Héroes de los Montes de María, que habían llegado a la región por orden de los hermanos Carlos y Vicente Castaño, asesinaron en la plaza principal a Tomás Bustillo, Rafael Sierra y Celestino Ávila Herrera, señalados de colaborar con la guerrilla. Los habitantes no olvidan el grito de Emma Herrera, a quien la guerrilla le había asesinado a su esposo Luis Felipe de Ávila y ahora no aguantaba la muerte de Celestino. "Si matan a mi hijo, me matan a mí", recuerdan que dijo. Emma recibió un disparo en la cabeza.
La mayoría de quienes presenciaron la masacre fueron niños, mujeres y ancianos. Los adultos se encerraron en sus casas, a las cinco de la tarde cuando regresaban del campo de sembrar tabaco, maíz, yuca y ñame.
Miguel Caro relata que esa noche, esperando que los paramilitares no estuvieran cerca, se fueron caminando por entre el lodo hasta San Jacinto, ubicado a 15 kilómetros por trocha para buscar ayuda en la Alcaldía.
"Queríamos darle una sepultura digna en el cementerio. Necesitábamos unos ataúdes. Cuando regresamos, ya era la medianoche y la gente había improvisado cuatro cajones. Como conseguimos los ataúdes entonces sacamos a los muertos de las cajas. La hija de Emma dijo que a la mamá y al hermano los enterráramos en San Jacinto. Entonces arrancamos otra vez por carretera en uno de los jeep que había dejado la difunta. En el camino el Ejército nos paró y nos hizo bajar. Un amigo les dijo: ¿qué nos van a registrar si lo que llevamos son muertos. ¿Por qué no buscan a los que hicieron esto?", recordó Miguel.
En la mañana del martes 28 de septiembre de 1999, Miguel y la comitiva regresaron a Las Palmas después de haber dejado los cuerpos de Emma y Celestino en la morgue. "Cuando íbamos en Loma Grande ya venía el primer grupo de palmeros con los burros cargados. La gente empezaba a salir del pueblo", agrega Miguel. Los paramilitares les dieron como plazo para abandonar el pueblo el 13 de diciembre, el día de las fiestas del pueblo cuando honran con música, velas y procesión a Santa Lucía.