El corregimiento de las Palmas fue fundado a finales del siglo XVIII junto al camino que conectaba la zona tabacalera de San Jacinto con el río Magdalena. Comerciantes de varias zonas de la Costa llegaron a la zona para vender sus mercancías a quienes transportaban el tabaco hasta el pueblo de Zambrano, a orillas del río.
En la primera mitad del siglo XX, con el declive del transporte por el Magdalena, el corregimiento quedó aislado y comenzó a construirse una identidad propia que diferenció a sus habitantes de San Jacinto, según cuenta Luis Caro, líder de la comunidad. "Muchas costumbres se preservaron, con las que vivimos en paz por mucho tiempo", dice Caro.
El pueblo fue construido junto a una montaña con un nacimiento de agua que se convirtió en su principal fuente de consumo. Aunque la comunidad no tiene un origen particular indígena, si tiene costumbres similares a las de pueblos nativos de la región, según explicó una funcionaria de la Unidad de Tierras que ha estudiado la historia de Las Palmas. "Cuidaban de manera especial su entorno. Tenían un respeto muy grande por la laguna y la montaña junto al pueblo al punto de que si alguien arrojaba algún tipo de desecho, tenía el rechazo social de todo el mundo", contó la funcionaria.
No tenían una cárcel en el corregimiento, pero si alguien "irrespetaba la laguna", era confinado a un lugar para que sufriera el escarnio de toda la comunidad, según cuenta Luis Caro. "Era una decisión que tomaban los más viejos del pueblo. Había mucho respeto hacia la gente mayor, cualquiera de ellos podía reprender a un niño públicamente así no fuera un familiar", dijo Caro.
El papel que tenían los más viejos dentro de la comunidad era tan importante que eran quienes asignaban los lotes dentro del pueblo. "Cuando alguien se casaba, los mayores eran los encargados de señalar que pedazo de tierra podía ocupar la nueva familia", explicó la funcionaria de la Unidad de Tierras.
Todas estas costumbres eran un reflejo de la unidad en la que vivía la comunidad, según Luis Omar Gamarra otro antiguo habitante de las Palmas, que ahora lidera el proceso de solicitud de restitución de tierras con comunidades de "palmeros" que viven en varias regiones del país. "Desde hace mucho tiempo somos una comunidad muy unida y eso ha ayudado a que nos organicemos fácilmente, inclusive desde el desplazamiento y a pesar de la distancia que hay entre las ciudades a las que fuimos expulsados", contó Gamarra.
Para los funcionarios de la Unidad de Tierras que acompañan el caso, las costumbres particulares de los habitantes, eran muestra de una profunda cohesión social, que permitió que luego del desplazamiento, no se destruyera su organización comunitaria, a pesar de la violencia que sufrieron. Aunque vivan en la distancia, todos aspiran a regresar al pueblo y seguir viviendo bajo las mismas reglas con las que lo hicieron por más de 100 años.