Durante el reciente cese al fuego que acordaron las Farc y el gobierno, Ituango, municipio situado en el norte de Antioquia, parecía un pueblo pacífico: la gente salía a comer a los restaurantes, los campesinos llegaban de las veredas a visitar a sus familiares, las heladerías se llenaban de personas que hacía mucho tiempo no se reunían con sus amigos.
Cuando terminó el cese, todo volvió a la misma zozobra que ha durado treinta años. La gente no sale a la calle, los locales comerciales están cerrados. Los ituanguinos se enclaustran en sus casas porque temen que entre los guerrilleros de las Farc y el ejército haya un enfrentamiento.
En varios muros aparecieron grafitis en los que el Frente 18 de las Farc amenaza a los pobladores, especialmente a las mujeres. Advierte que no respetarán la vida de quien se relacione con soldados y policías.
A este frente le pusieron "Cacique Coyará", en memoria de un indígena que batalló contra los españoles en el departamento de Córdoba. Surgió en 1983 del desdoblamiento de Frente V, asentado en Urabá. En sus inicios, las Farc lo pusieron a patrullar entre los límites de Córdoba y el norte antioqueño, pero se expandió por todo el Parque Natural del Nudo del Paramillo hasta alcanzar a Ituango.
Recorrer los 195 kilómetros de distancia desde Medellín a Ituango toma siete horas. Antes tomaba doce, pero algo mejoraron las vías por la construcción de la hidroeléctrica, Hidroituango. Es un pueblo rodeado de abundancia. Tiene tres ríos cerca, el San Jorge, El Sinú y El Cauca, y de paisaje de fondo tiene las fértiles montañas de la cordillera occidental que forman el Parque Natural del Nudo del Paramillo donde nacen las serranías de Abibe, San Jerónimo y Ayapel.
El aislamiento y la fertilidad de la región fueron aprovechadas desde finales de los años ochenta por el narcotráfico para sembrar coca y amapola. En la siguiente década, de la mano de las guerrillas y del paramilitarismo, estos cultivos ilícitos se extendieron por todo el territorio, cambiando la economía de muchas personas que antes vivían de la cosecha del plátano, la yuca, el café, el maíz y de la ganadería.
"No teníamos certeza de qué era un guerrillero, los imaginábamos como a la chusma", dice Carlos Giraldo*, intentando recordar cómo fue que empezó la violencia. Él trabajó en el municipio como inspector de policía. "En el 86 aparecieron los primeros guerrilleros en la vereda Santa Lucía, eran del frente V, el comandante era alias "Elkin". Desde esa vereda programaron la primera toma guerrillera.
En las siguientes tomas guerrilleras participaron los frentes 35 y 36. "El frente 35 era comandado por alias 'Barbas Rojas'. Fue una persona muy temible, por cualquier cosa asesinaba. Era oriundo del corregimiento Santa Rita", dice Giraldo. Le gustaba pelear; se quitaba el fusil y retaba a los macheteros.
En marzo de 1987, la prensa registró el primer combate entre soldados de la IV Brigada y las Farc en Ituango. Eran enfrentamientos esporádicos, sólo en el campo.
"Uno de los lugares más encantadores para vivir era Ituango", dice Carmen Sepúlveda*, maestra de un colegio. "Las puertas de las casas permanecían abiertas, todos nos conocíamos. Era común salir las noches de luna llena de caminada, con todos los vecinos, a hacer una chocolatada a cualquier lugar del pueblo. No teníamos miedo a que una bala asesina atravesara nuestro cerebro. Salir a los campos era salir a nuestra casa, pero luego, cuando llegaron los grupos armados, las puertas de las casa se cerraron".
En las veredas, la guerrilla reunía a las personas en los parques y proclamaban largos discursos sobre el proyecto de llegar al poder y de hacer una reforma agraria. "A mí me tocó escucharlos varias veces –dice Giraldo-. Una vez, uno señor pidió la palabra y les dijo: ustedes hablan de igualdad de condiciones y dignidad, pero nos tienen acá desde hace rato, sin almorzar, sin un vaso de agua siquiera".
Cuando hicieron las tomas al pueblo, también echaron arengas, pero su discurso no pegaba. La gente de Ituanguo era de los partidos tradicionales, sobre todo conservadora. Incluso cuando a mediados de la década de los 80, la Unión Patriótica, el partido político nacido de las Farc, fruto de un acuerdo de paz con el gobierno, llegó al pueblo no tuvo acogida.
La guerrilla ampliaba su poder con ataques a la policía; en once años, desde 1986 a 1997, hicieron siete tomas guerrilleras. Destruían el comando de la policía en el parque principal, junto al edificio de la Alcaldía; bombardeaban y robaban la Caja Agraria, el Banco Cajetero y saqueaban tiendas de abarrotes e incluso llegaron a asaltar la farmacia del hospital.
La última toma guerrillera fue la noche del doce de enero de 1996. La señora Sepúlveda estaba en Candilejas, una cafetería cerca del comando de policía: "Estaba tomando tinto cuando empezó el tiroteo. Vimos caer a un muchacho que se había ido a cambiar un billete, pasando la calle lo mataron. Quedamos atrapados hasta la madrugada, nos tocó amanecer ahí como gusanos de invierno. La policía tuvo que entregarse porque se quedaron sin municiones. El comandante de la guerrilla dijo que le parecía muy valientes que hubieran luchado hasta lo último. Cuando salimos, nos impresionó ver a toda esa guerrilla ahí. Uno de ellos nos dijo: ¡Quihubo! ¿Estuvo buena la fiesta?".
Entre toma y toma del pueblo, en las veredas Santa Ana, La Armenia, Bajo del Inglés y El Amparo, aumentaban los enfrentamientos de la guerrilla con el ejército. Los campesinos quedaron atrapados, entre las dos fuerzas. El ejército los señalaba de guerrilleros, entraba a sus fincas sin órdenes oficiales, y las allanaban, prohibían el paso, no dejaba entrar alimentos. La guerrilla castigaba a todo aquél que recibiera a los soldados.
Francisco Angulo, famoso comerciante, y sus hijos sembraron los primeros cultivos de coca al finalizar los 80. "Él fue de los primeros en poner laboratorios de droga", cuenta Sepúlveda. Él hizo el aeropuerto de Santa Rita, compró tierras e incitó a la gente a que sembrara la coca hasta que todo el Nudo del Paramillo se llenó de coca.
Más o menos al tiempo que las Farc asesinaron a Angulo, en 1994, llegaron los paramilitares. Venían a sacar a la guerrilla y a quedarse con el negocio ilegal con la peor violencia que jamás había visto el municipio. Pronto los ranchos prósperos, sembrados de yuca y plátano, quedaron reducidos a cenizas.