Los paramilitares arribaron en Ituango en 1996, como si fueran funcionarios públicos: "Esos señores llegaron acá en un helicóptero blanco y aterrizaron en la cancha del colegio, la policía los estaban esperando", dice Alberto Jaramillo*, que los vio llegar. "Nosotros pensamos que era gente de la gobernación. Y se instalaron en un apartamento cerca del comando, y ahí comenzó la más cruenta violencia de nuestro municipio".


El 11 de junio de ese año, los paramilitares asesinaron a cuatro personas en el casco urbano y luego fueron al corregimiento La Granja donde mataron a otras tres, y después, a tres más en la vereda Bajo del Inglés. Amenazaron a la población, dijeron que ellos "barrerían con todo el Nudo del Paramillo".


En el casco urbano hacían operaciones de inteligencia, preparaban las incursiones a las veredas, ordenaban los asesinatos selectivos y extorsionaban a los comerciantes. Dice Jaramillo que: "Uno veía más cien hombres que andaban libres por el pueblo con sus armas a la vista. Se sentaban en la calle La Peatonal a tomar licor con miembros del ejército y de la policía. A cada rato pasaban por el parque, delante de la iglesia, con gente amarrada que pedía auxilio a los gritos: ¡Policía, ayúdenme!, pero ellos no hacían nada".


Carlos Castaño, entonces comandante de la Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), dijo que antes de que se acabara el año de 1997 él debería estar durmiendo, tranquilo en su hamaca, en el Nudo del Paramillo. Cumplió su objetivo, y el costo fue sumir a la región en el horror. Desde Ituango, los paramilitares extendieron su poderío a los municipios de San Andrés de Cuerquia, Toledo y Guadalupe.


Una masacres que ni los ituanguinos, ni el país borra de la memoria sucedió entre el 22 y el 30 de octubre de 1997 en El Aro, una región que conecta el Nudo del Paramillo con el Bajo Cauca, el sur de Bolívar y el Magdalena Medio, y que según los paramilitares estaba habitada por guerrilleros y sus colaboradores.


Bajo órdenes de Salvatore Mancuso, un grupo de paramilitares recorrió varias veredas en las que mataron a siete campesinos y luego incendiaron sus casas. Cuando llegaron al casco urbano de El Aro, retuvieron durante cinco días a la población, mataron dos personas, violentaron sexualmente a varias mujeres y luego ordenaron a los pobladores abandonar el lugar. Se robaron el ganado y quemaron todas las casas, incluso el hospital, la escuela y la iglesia. No pararon ahí. El 14 de noviembre los paras llegaron a las veredas que rodean del rio San Jorge, asesinaron a siete personas, también robaron el ganado y quemaron las casas.


Las personas no se atrevían a denunciar, menos cuando la relación entre la fuerza pública y los paramilitares era obvia. "El único que levantó la voz por Ituango – dice Sepúlveda – fue Jesús María Valle Jaramillo. Él no soportó lo que estaba pasando con sus compatriotas y dicen que por eso lo mataron". El abogado y defensor de derechos humanos, oriundo del corregimiento La Granja, fue asesinado el 28 de febrero de 1998. Una semana antes, en Medellín, denunció públicamente lo que pasaba en su pueblo y expuso las relaciones entre el ejército, la policía y los paramilitares.


Pronto las Farc contratacaron a los paramilitares. Entre el 28 y el 29 de diciembre de 1998, más de cuatrocientos guerrilleros de los Frentes 5 y 18 atacaron su campamento principal en el Nudo del Paramillo. Cayeron muertos treinta combatientes, tanto paramilitares como guerrilleros.


La guerrilla siguió peleando por recuperar terreno, desde esa fecha hasta bien entrado el siglo XXI. Volvió a atacar dos veces sucesivas a los paramilitares en Santa Rita. Esa respuesta violenta trajo más muerte y forzó a miles de campesinos, desesperados en medios de los bandos enemigos, a huir.


"Primero se metieron a un campamento paramilitar y mataron como a sesenta, luego, en unas fiestas de la Virgen del Carmen", cuenta Giraldo. También recuerda cómo cuando al 'Chocho', un comandante paramilitar, le avisaron que la guerrilla tenía secuestrados a sus papás, él se fue a Santa Rita con todos sus hombres. En la carretera, en el punto llamado Las Camelias, la guerrilla los emboscó. Hubo como setenta muertos.


"Al hospital llegaban volquetas llenas de cuerpos que había que filarlos en el patio para hacerles la necropsia", dijo este testigo de los hechos. Eso obligó a los paramilitares a dejar el pueblo. Otros pobladores coinciden en que en esos primeros años de la década de 2000, la guerrilla recuperó parte de su viejo dominio sobre la zona y aseguran que las Farc tenían un convenio clandestino con la policía.


"La guerrilla desplazó prácticamente a toda la administración municipal: la secretaría de gobierno, la personería, la alcaldía, los juzgados, la tesorería… Esto se quedó solo por ahí seis meses. En esa época sufrimos los bloqueos económicos, las tiendas desabastecidas y la gente guardada en las casas", dice Giraldo.


En 2003, cambió el jefe de la policía y con el nuevo volvieron los paramilitares. Según Juan Fernando, un comerciante de Ituango, aterrizaron en un helicóptero de la propia policía. Poco después, el presidente de entonces, Álvaro Uribe dijo públicamente que en un pueblo del norte de Antioquia los paramilitares tomaban whisky con la policía, y que eso se tenía que acabar. "Al otro día esto se llenó de helicópteros con ejército, mientras que la policía custodió a los paramilitares hasta una finca para que se escondieran y desde ese día creemos que acá no hay paramilitares", explicó el comerciante.


Las sucesivas avanzadas de las guerrillas y de paramilitares para tomarse a Ituango, y la actitud a veces cómplice de sectores de la Fuerza Pública bañó de sangre la región entre 1996 y 2003. La Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía ha exhumado cien cuerpos en la región. Giraldo está convencido de que realmente Ituango nunca sabrá cuántos muertos hubo en esa guerra. "Acá el campesino no denuncia por miedo y porque tampoco confía en las autoridades", dice.


A pesar del retiro de las tropas paramilitares y con la llegada en el 2004 de una Brigada Móvil del ejército, para la comunidad, la guerra no ha terminado. Los soldados intentan mantener a raya al frente 18 de las Farc que intenta ampliar su radio de influencia. Ya dominan algunas zonas del municipio y tienen milicianos en el pueblo que les sirven de informantes y estafetas. Reclutan a la fuerza, y también muchos jóvenes que fueron víctimas del paramilitarismo, se les unen para vengar las muertes de sus seres queridos. Otros, simplemente no tienen de qué vivir y la guerrilla, al fin y al cabo les da uniforme y comida.