Durante su investigación quedó impresionada con la violencia intrafamiliar y el patriarcalismo que existe en Putumayo. Esto es lo que han soportado mujeres como Doris*, una indígena Nasa de Puerto Caicedo quien, desde pequeña, fue criada para servirle a su esposo y que cuando llegó el momento de la guerra y de la coca, él hizo de las suyas.
“Él se iba de farra con la plata de la coca de los dos, mientras que los hijos y yo pasábamos necesidades. Por eso digo que soy madre cabeza de hogar”
Doris, una indígena Nasa
Por su parte, Ghenit Margot Melo, psicóloga de la Comisaría de Familia de San Miguel, está convencida de que el conflicto alrededor de la coca potenció un patrón de conducta en el que las mujeres consideran normal lo que padecen y sienten la necesidad de aguantar los maltratos de sus esposos, todo porque “ya soportaron que los grupos armados las violaran a ellas y a sus hijas”.
Y precisamente eso fue lo que notó el padre Alcides Jiménez en Puerto Caicedo. A principios de los ochenta, comenzó trabajar con las mujeres para que enfrentaran el machismo, a promover un programa de desarrollo rural y a inculcarles la necesidad de organizarse. Fue así como se creó la Asociación de Mujeres de Puerto Caicedo (ASMUM), a principios de los noventa, quizá la organización femenina más antigua del Putumayo y que apalancó la creación de la Ruta Pacífica de Mujeres, la red más grande de este tipo de asociaciones en todo el país.
El trabajo de este religioso se irradió por todo el departamento como inspiración para crear muchas más organizaciones en defensa de los derechos, especialmente de las mujeres. En un mapeo de iniciativas en cuatro regiones del país, presentado al Programa Suizo para la Promoción de Paz en Colombia, Esperanza Hernández identificó que en Putumayo muchas de las propuestas estaban inspiradas por el padre Alcides. “Allí son las mujeres las que lideran el proceso de construcción de la paz desde experiencias indígenas y afrocolombianas”, indica el estudio.
De las 65 iniciativas de paz que había en Putumayo en 2005, 35% eran jalonadas por mujeres.
Pero así como su vida impactó en Putumayo, pasó lo mismo con su muerte. El 11 de septiembre de 1998 asesinaron al padre Alcides dentro de la iglesia, cuando se preparaba para dar la eucaristía. “Toda la plataforma social y organizativa quedó en shock como dos años, sin querer siquiera ni respirar y encima luego arrasaron los paramilitares en 1999 y al año siguiente la implementación del Plan Colombia”, explica Amanda.
Esa mezcla afectó profundamente el tejido social. Por ejemplo, en ASMUM había 200 mujeres asociadas, pero a principios del 2000 ese número se redujo a no más de 20. Pero incluso así se arriesgaron a romper las reglas que impusieron los grupos armados. En 2003 había toque de queda a partir de las 5 de la tarde en Puerto Caicedo, pero eso no fue impedimento para que cerca de 3.600 de todo el país personas llegaran en 116 buses, a las 10 de la noche del 25 de noviembre, para gritar contra la guerra y las fumigaciones. “Es una forma de no sentirnos solas y de decirles a los armados que las mujeres aquí no queremos esta vida ni para nosotras ni para nuestros hijos”, expresa Amanda.
Defensoras de vidas
Y es que casi que en cada municipio donde se vivía el conflicto intensamente, había una o varias mujeres que se pararan de frente a los paramilitares o a los guerrilleros.
Esto pasó, por ejemplo, en el corredor Puerto Vega - Teteyé. Allí las mujeres se volvieron las presidentas de las juntas de acción comunal para evitar que siguieran matando a los hombres que ocupaban esos cargos, como afirma Sonia.
En El Placer, la batuta la llevaron Nohemí Narváez, considerada la ‘cacica’ de la comunidad según el informe del CNMH; Elizabeth Mueses y, a diferencia de muchos otros lugares, trabajaban de la mano con hombres como Floresmilo Calderón y Salvador Carreño.
Pese a los esfuerzos de los líderes, en la inspección de El Placer es común encontrar casas abandonadas, inundadas de maleza. Foto: María Clara Calle, periodista de VerdadAbierta.com
“A veces me llamaban en la madrugada y me decían que tenían 5 o 6 muchachos para que yo dijera si eran del pueblo o no. Cuando iba por ellos, los paramilitares me amenazaban, que si eran guerrilleros me mataban a mí y a mi familia”, recuerda Elizabeth. En otra ocasión, evitó que los paramilitares se quedaran con las casas que habían abandonado los que se fueron. “Esa señora sí se les paró duro a los ‘paracos’”, recuerda Doris.
En El Tigre sucedía algo similar. Adriana cuenta que incluso los paramilitares se enojaban con ella por ser “la mamá del pueblo”, a la que todos llamaban en momentos de vida o muerte. Y sólo ella tuvo el valor de decirles a los paramilitares que se fueran, en una reunión que hicieron las autodefensas con todos los habitantes el 13 de febrero de 2003.
La misma Amanda Camilo, en Puerto Caicedo, rompió sus propios protocolos de seguridad de no trasladarse a la zona rural para rescatar a su hermano, capturado por los paramilitares. Mientras que Rosalba Lasso, en la vereda Las Vegas, a 10 minutos de La Hormiga, además de defender a los jóvenes de la comunidad, entre 2008 y 2009 se echó a hombros la tarea titánica de convencer a las 180 familias de la zona que erradicaran la coca para beneficiarse del programa de Guardabosques del Plan Colombia. Pese a la oposición y a las amenazas, lo logró.
Rosalba asegura que a ella como mujer siempre la respetaban los grupos armados, mientras que Diego*, un habitante de La Hormiga que desde entonces recorría el Bajo Putumayo transportando diferentes mercancías, cree que no las mataron porque significaba echarse a toda una población en contra y Cindy afirma que en el caso de Elizabeth y Nohemí las protegía ser parte del comité de animadoras de la iglesia de El Placer. Sonia es todavía más contundente: dice que las mujeres tenían que negociar porque a los hombres los corrompen más fácil.
Pero a algunas personas, esa resistencia les costó mucho. Betty Laura Vallejo, una de las promotoras de ASMUM, está exiliada; Luz Aída Ibarra, de la Iniciativa de Mujeres por la Paz, se tuvo que desplazar a causa de la violencia; a Floresmilo Calderón lo han intentado matar todos los grupos armados y a Amanda Camilo le ha tocado soportar el secuestro de primos, lesiones contra un cuñado y sacar a sus hijas de Puerto Caicedo por estar en la lista de personas a asesinar.
A Elizabeth, por ejemplo, la guerra potenció su liderazgo. Tras la masacre de El Placer, terminó en Pasto con todo su capital perdido.
“Regresé a Putumayo, a la casa de mis padres en la vereda Brisas del Palmar porque vi que la gente necesitaba quién los orientara y me pidieron que fuera presidenta de la Junta de Acción de Comunal. Me quedé allá organizando la comunidad”
Elizabeth Mueses, lideresa de El Placer.
Para Ramírez, las familias son el motor que hizo que las mujeres de Putumayo resistieran el conflicto. Ella explica que muchas, al quedar viudas, retomaron los procesos de organización para poder sacar a sus hijos adelante.
Y es que en la Alianza Departamental de Mujeres Tejedoras de Vida encontraron un espacio para hablar de lo que le había sucedido y desahogarse, como cuentan muchas líderes, entre ellas Fátima Muriel: “las mujeres tenían el alma partida sin que nadie las ayudara”.
A la vez que sirven como catalizador, la Alianza se piensa como un puente entre las organizaciones y las instituciones del Estado. Su trabajo ha tomado tanta fuerza, que lograron que la Gobernación actual de Putumayo trabaje con ellas la política pública de equidad, en la que están recopilando propuestas con organizaciones de todo el departamento.
Aún el camino es largo. Varias lideresas reconocen que el miedo a hablar todavía es generalizado, en parte porque las Farc siguen en sus territorios y varios de los paramilitares desmovilizados viven en el departamento. Aunque la coca no está tan extendida como antes, muchos campesinos siguen viviendo de ella mientras que algunas organizaciones están negociando con el gobierno nacional para sustituir los cultivos. Por su parte, las mujeres asisten periódicamente a talleres de formación de líderes de paz para estar listas en la implementación de los acuerdos de La Habana y frente al punto de drogas ilícitas piden que se cumpla el pacto entre el Gobierno y la guerrilla de que los campesinos serán tratados de una manera diferente por ser el eslabón más pequeño de la cadena.
Y es que en medio de la guerra, la sangre y la coca que ha corrido en Putumayo, existen muchas alianzas de la gente corriente que intenta unirse para luchar por su territorio, y entre ellas, las mujeres siguen dando la batalla.
Hoy la Alianza Tejedoras de Vida es la organización social de mujeres más fuerte del departamento. Foto: Cortesía de la Alianza Tejedoras de Vida.
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