Lo otro era transitar por los inhóspitos caminos de herradura que desde los tiempos de la Colonia han construido los habitantes de ambos pueblos para comunicarse e intercambiar mercancías. En esas trochas rigieron durante poco más de una década las leyes del Frente Frontera del Bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Hoy es la banda criminal ‘Los Rastrojos’ la que intenta imponer a sangre y fuego sus reglas a los miles y miles de transeúntes que diariamente cruzan la línea divisoria.
Con la llegada del Bloque Catatumbo a Norte de Santander no solo se recrudeció la violencia y aumentaron las violaciones a los derechos humanos. También se fortalecieron circuitos de economía ilegal como la producción de alcaloides y el contrabando de combustibles.
Foto: Archivo Semana
Como si fuera poco, desde hace poco menos de dos años las llamadas ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia’ y una disidencia de estos últimos, conocidos en la región como ‘Urabeños’, lanzaron una feroz ofensiva para apropiarse de tal dominio. Y ello ha desatado una guerra sin cuartel en Puerto Santander y pueblos vecinos, incluidos los del lado venezolano.
Justamente, bajo el argumento de combatir tanto las redes de contrabandistas generadoras del desabastecimiento que tiene agobiada a su nación, así como la presencia de grupos paramilitares en su territorio, el presidente venezolano Nicolás Maduro ordenó el cierre de la frontera con Colombia en agosto de 2015. Desde entonces, muchas dinámicas sociales consideradas cotidianas y normales cambiaron drásticamente. El impacto en la calidad de vida de unos y otros es notoria.
Pero lo que no cambia, por más convulsionadas que estén la política y la economía a lado y lado del puente Simón Bolívar es el voluminoso contrabando de gasolina; el constante paso de mercancías; la continua apertura de trochas para burlar los controles de la Policía Nacional y la Guardia Nacional; y el interés de los grupos armados por controlar una frontera inmensa, porosa, estratégica y generadora de riquezas lícitas e ilícitas. Detrás de toda esa dinámica también están ‘las bachaqueras’, exponiéndose a los riesgos.
El puerto del ‘Iguano’
En la historia del conflicto armado en Colombia quizás no exista hecho más anunciado que el ingreso de los paramilitares a Norte de Santander. El otrora máximo jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), Carlos Castaño Gil, declaró en entrevista concedida al diario El Tiempo, publicada el 15 de marzo de 1999, que sus hombres llegarían a mediados de ese mismo año hasta ese departamento para arrebatarles a las guerrillas de las Farc y el Eln el dominio territorial, militar y social que históricamente habían construido a punta de fusil.
Y así sucedió. Según lo documentó la Fiscalía 8 de la Unidad de Justicia Transicional (antes Justicia y Paz), el 29 de mayo de 1999 arribaron procedentes de Antioquia poco más de 200 paramilitares al municipio de Tibú, considerada puerta de entrada a la región del Catatumbo. Bajo las órdenes del exjefe paramilitar Salvatore Mancuso, los ‘paras’ se desplegaron por la carretera que comunica con el corregimiento La Gabarra, detuvieron varios vehículos y asesinaron a ocho personas acusadas de ser auxiliadores de la subversión. Fue el mensaje sangriento con el que el naciente Bloque Catatumbo anunció su llegada a Norte de Santander. Lo peor es que no sería el único.
De acuerdo con el Ente Investigador, entre la última semana de mayo de 1999 y la primera mitad de agosto del mismo año, los hombres del Bloque Catatumbo asesinaron, en diversos hechos, a 77 personas en zona rural de Tibú y La Gabarra. Lentamente, los municipios del Catatumbo comenzaron a quedar despoblados por cuenta del éxodo masivo de campesinos que huían de la barbarie paramilitar. Y esta parecía no conocer límites. Lo sucedido el 21 de agosto del año en mención en el corregimiento La Gabarra así lo evidencia.
La Gabarra, una historia de abandono
Mientras dejaba en manos del militar (r) Armando Pérez Betancourt, alias ‘Camilo’, la incursión paramilitar a través de la espesa selva del Catatumbo, Mancuso ordenó abrir un nuevo frente de guerra. El encargado de dirigir las operaciones militares fue Jorge Iván Laverde Zapata, conocido con el alias de ‘El Iguano’, quien decidió irse tras las autodefensas de Carlos Castaño a la edad de 17 años. Ocho años después, en mayo de 1999, llegó a Norte de Santander con el rango de comandante del Frente Frontera del Bloque Catatumbo.
Su misión, según lo confesó ante fiscales de Justicia y Paz, fue iniciar una política de sometimiento violento de las poblaciones de Cúcuta, Puerto Santander, Villa del Rosario; Aguas Claras, La Floresta; Sardinata, Cornejo, Salazar de las Palmas; Ragumbalia, Chinácota, Pamplona, Cicutilla, Los Patios, Juan Frio, La Alborada y Guaramita. Para ello perpetró en cada una de estas localidades acciones de la mal llamada “limpieza social” dirigidas contra presuntos colaboradores de la guerrilla, habitantes de calle, expendedores de droga y raponeros; servidores públicos, líderes estudiantiles y activistas de derechos humanos; y en general, contra todo aquel que se opusiera al orden paramilitar. El rastro de sangre, dolor y muerte que dejó en estas poblaciones es bastante largo, y aún duele.
Pero tanta sevicia en nombre de la “lucha contrainsurgente” escondía otras intenciones, más lucrativas. Para Castaño Gil, como para los máximos jefes de las Auc, controlar Cúcuta y los cinco municipios de su área metropolitana -El Zulia, Los Patios, Puerto Santander, San Cayetano y Villa del Rosario-, así como la subregión oriental del departamento, le significaba una victoria estratégica que les representaba cortar el paso de las guerrillas hacia Venezuela y asegurar el control de los cientos de corredores naturales –llamadas trochas– existentes en estas localidades para el paso de toda clase de mercancía.
Sin duda un atractivo botín por el que los paramilitares estaban dispuestas a “matar o morir”. Y así lo entendió ‘El Iguano’, quien desde el mismo momento de su llegada a tierras nortesantandereanas impuso sus propias reglas en la línea fronteriza: ordenó el cobro de peajes a ‘bachaqueros’ y a todo aquel que se moviera por las trochas; impuso su poder de fuego para regular el contrabando de gasolina; y utilizó las viejas rutas del contrabando para fortalecer el tráfico de estupefacientes desde Venezuela hacia Europa y Estados Unidos.
Municipios y zonas de riesgo según datos del SAT de la Defensoría del pueblo.
Donde se sintió con mayor rigor la llegada de un nuevo orden fue en Puerto Santander, pueblo acostumbrado desde tiempos ancestrales a manejar el intercambio comercial sin mayores regulaciones y mucho menos impuestas por terceros. Quienes se atrevieron a desafiar este nuevo orden de cosas no sobrevivieron para contarlo; quienes lo lograron, quedaron con marcas en sus cuerpos y sus almas que difícilmente olvidarán.
Eugenia, por ejemplo, aún llora al recordar el día en que hombres de las Auc la violentaron sexualmente solo por el hecho de evitar que estos mataran a uno de sus hijos. “Eso fue como en noviembre de 2001”, cuenta, sin dar más detalles. Solo añade que el detonante fue denunciar ante las autoridades civiles a un hombre que le debía un dinero de unos productos que había traído desde Venezuela por las trochas, como era su trabajo por aquel entonces. Pero el hombre era cercano a ‘El Iguano’ y éste, al enterarse, no dudó en ordenar matar un hijo de la mujer tras considerar la denuncia por incumplimiento de pago como “un detalle de muy mal gusto”.
“La verdad es que me ha tocado muy duro. ¡Imagínese! Trabajar parejo como un hombre, cargando bultos bien pesados para levantar a mis hijos, quedar sola desde bien joven, pero qué le vamos a hacer, es la vida que me tocó. Y encima eso…pues yo me fui a hablar con ‘El Iguano’ sin conocerlo, sin saber quién era él y le pregunté: ¿qué pasa con mi hijo? Y yo le conté todo a ese señor y dijo que no le iba a hacer nada a mi hijo, pero desde ese momento comenzaron a martirizarme, a maltratarme, a perseguirme…hasta que me violaron. Me tocó irme para Venezuela como un año”.
Eugenia regresó a Colombia un año después. Se instaló en un pueblito cerca de Cúcuta, donde estuviera lejos de sus más dolorosos recuerdos. Sus cuatro hijos, en cambio, sí decidieron crecer en Puerto Santander y allá la tragedia alcanzó nuevamente su hogar. Un día de marzo de 2009, en las primeras horas de la mañana, abordó el colectivo que siempre tomaba para viajar al Puerto y al llegar, “me encuentro con la noticia que habían matado al mayor de mis hijos la noche anterior, disque porque tuvo un problema con el duro de los ‘paracos’, porque se puso a defender una mujer”.
En Puerto Santander –y municipios vecinos- suelen llamar ‘paracos’ a los herederos del Frente Fronteras y Bloque Catatumbo: combatientes de rango medio que nunca se desmovilizaron, otros que sí lo hicieron, pero decidieron regresar a las armas y nuevos jóvenes reclutas que hoy protagonizan una encarnizada lucha por el control del paso fronterizo. Quienes están llevando la peor parte son los porteños. En medio de una zozobra generalizada y un profundo hermetismo deben soportar los asesinatos, los desmembramientos de cuerpos, las desapariciones forzadas y en general, todos los excesos que se están cometiendo a lado y lado de la frontera.
Aunque muchos de los protagonistas de esta nueva confrontación combatieron para el mismo bando en el pasado, hoy están integrados a los ‘Rastrojos’, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia’ y los ‘Urabeños’. Un rastreo a la historia de estos grupos muestra qué tan fácil pueden reciclarse las guerras en la frontera.